Entre el 1 y 8 de junio, decenas de miles de activistas anti-globalización se dieron cita en Heiligendamm, cerca de la ciudad alemana de Rostock, para visibilizar su repulsa a la cumbre del G-8. Los países más poderosos del planeta se reunieron en el balneario al que en su tiempo acudía Hitler, creyendo que el lugar estaba lo suficientemente aislado para ser ignorado por el creciente activismo internacional que tantos quebraderos de cabeza da. Craso error. El día 2 se realizó una marcha de 100.000 personas, luego manifestaciones, conciertos, cumbre alternativa, y bloqueos de hasta 10.000 personas que imposibilitaron el acceso por vía terrestre al balneario. La brutal violencia policial tuvo como resultado 500 heridos, 1.200 detenidos, muchos en centros de detención diseñados para la ocasión, además de varios extranjeros deportados. Pero sobre todo, Rostock ha representado un avance en medios de lucha unitarios, un entendimiento entre estrategias de no-violencia y de acción directa, una alianza heterogénea en este movimiento creciente que a continuación analizamos.

El derrumbe de la Unión Soviética sumió a la izquierda tradicional en una crisis identitaria que la ha incapacitado en gran medida para ser eficaz y coherente en el nuevo contexto global. En muchos casos ha propiciado el oportunismo interno, de modo que sus organizaciones clásicas han optado o han sido empujadas a integrarse en los mecanismos de la «democracia capitalista». A partir de 1994, el alzamiento zapatista en Méjico ha tenido una repercusión más allá de sus fronteras, inspirando a muchos ciudadanos occidentales que sienten la llama de la rebeldía pero que recelan de las estrategias parlamentaristas y del reformismo sindical mayoritario. El calado del mensaje zapatista se expresa en sus conceptos de «horizontalidad», la rebelión sin la necesidad de la toma del poder, o lo obsoleto de «caminar hacia la revolución» como fin en sí mismo, en lugar de «hacer la revolución a cada paso», creando espacios liberados que se interconectan en una red social alternativa. El embrión anti-globalización fue creciendo con las experiencias acumuladas de los movimientos de base y su intervención social, ya sea barrial, campesina, etc, e impulsado por la coordinación y difusión a través de las nuevas tecnologías e internet. No obstante, conviene señalar que algunas de las aportaciones teóricas a este fenómeno son tesis que niegan el conflicto entre clases y se sumen en una ambigüedad tan retórica como reaccionaria (el gurú Toni Negri acabó justificando su apoyo a la Constitución Europea).

¿Pero que es la globalización? Es la internacionalización del capital, con más influencia que muchos estados, para someter los mercados a sus intereses, mediante operaciones financieras o por la fuerza de las armas, así como imponer un modelo único de pensamiento y consumo que haga de las personas una masa homogénea de clientes para las multinacionales. Para ser honestos, nada nuevo. Este proceso ha sido acelerado por el desarrollo de nuevas tecnologías, pero no es sino la expresión última del imperialismo en sus vertientes económica, militar y cultural. El sueño imperialista es que los pueblos pongan toda su producción estratégica en manos de las empresas del país opresor, que todos asumamos como propios los hábitos de consumo del opresor (cultura del consumismo compulsivo, música de fabricación industrial, hamburguesas,…) o de lo contrario nos enfrentemos a la amenaza de ejércitos que no defienden naciones sino corporaciones. No en vano, en algunos lugares intervenidos, como es en el caso de la antigua Yugoslavia, las privatizaciones masivas, la instalación de bases militares extranjeras y de restaurantes de comida rápida, se ha producido casi simultáneamente.

Las reacciones a este proceso de globalización-imperialismo suelen basarse en remarcar sus diferencias, apostando por la cultura propia y tradicional. El auge del nacionalismo islámico o del indigenismo en Latinoamérica son en cierta forma reacciones distintas a esta «intervención invisible». La resistencia anti-sistema en los países opresores ha evolucionado también, uniendo un mosaico de organizaciones y corrientes de pensamiento (ecologistas, autónomos, comunistas, anarquistas, ONG´s, cristianos de base,…). Provenientes en su mayoría del llamado primer mundo, sus ejes de actuación han sido el trabajo en lo local, y la coordinación internacional para confrontar más allá de la palabra, físicamente, las macroestructuras capitalistas que provocan la pobreza y degradación del planeta (OMC, G-8, Fondo Monetario Internacional, Cumbres de la UE,…). Seattle (1999), Praga (2000) o Génova (2001) fueron ejemplos de un activismo que empezaba a ser capaz de desplazarse, proponer alternativas, visualizarlas de modo creativo y atacar el nido de la serpiente, los centros de decisión cambiantes de las mencionadas instituciones.

A partir de este momento, tras el asesinato de Carlo Giuliani en Génova, los líderes imperialistas dejan sus foros urbanitas y buscan para sus sesiones lugares aislados y blindados a las protestas: Kananaskis (Canadá, 2002), Evian (Francia, 2003), Sea Island (EEUU, 2004), Geneagles (Escocia, 2005). Pero conviene reseñar dos hechos que concurren en esta evolución. El primero es la formación de foros de discusión crítica o contracumbres internacionales para plantear propuestas y compartir experiencias, siendo el más relevante el Foro Social de Portoalegre. El impulso constituyente de estos encuentros fue extraordinario, si bien han perdido fuelle, y en algunos casos como el Foro Social Europeo se han mostrado progresivamente integrados y despojados de su radicalismo original. El segundo hecho reseñable es el escenario que se creó con la invasión de Iraq, que permitió que concurriesen todas las tendencias de este movimiento que se iba fraguando, con una masa sin experiencia en lucha social pero profundamente desencantada por las motivaciones saqueadoras de la invasión en Oriente Medio. Por desgracia, no se aprovechó la oportunidad para elevar la conciencia colectiva de «movimiento anti-guerra» a «movimiento anti-imperialista», para dar profundidad y continuidad al tejido social generado. De este modo, el movimiento anti-guerra se fue desinflando, en unos casos debido al sectarismo y en otros a la tendencia socialdemócrata de las organizaciones.

Las movilizaciones de Rostock parecen indicar una tendencia hacia la decisión democrática de establecer agendas colectivas que superen el personalismo, aceptación consensuada de formas de desobediencia civil y unidad en la acción. Es tarea de los revolucionarios en general y de los comunistas en particular, trabajar con humildad y ejemplo en ese ámbito, potenciando las esferas de lucha extraparlamentaria. Si una organización comunista queda atrapada entre la duda de su implicación, para no disgustar a posibles «socios electorales», y la desconfianza de los movimientos sociales por esta misma razón, estará cavando su propia tumba.

La crisis del capitalismo tiende a agudizarse, por lo que es previsible que genere respuestas más agresivas en los próximos años. Las contradicciones del capital tendrán su reflejo en el movimiento anti-globalización, cuya amalgama de diversidad podría sufrir una ruptura entre aquellos que optan por asesinar el capitalismo y los que le quieren poner parches (ONG´s caritativas, organizaciones socialdemócratas). En situaciones críticas, esta ruptura entre revolucionarios y reformistas es deseable si sirve para crear un bloque radical transformador. Por ello, los comunistas deberán ganarse con su esfuerzo un espacio e influir positivamente en la radicalización del movimiento. La Secretaría de Movimientos Sociales y Anti-globalización del PCE intenta trabajar en esta línea y en ella debe ser empujada por la militancia de base.

* Economista