El Gobierno de Zapatero acaba de anunciar que acabaremos el año con un crecimiento del PIB cercano al 4%; una cifra inusualmente alta para un país europeo… pero quizá un tanto aventurada teniendo en cuenta el evidente declive inmobiliario. Durante la última década la economía española ha crecido por encima de la media europea: negarlo sería una sandez, dejarse llevar por la euforia, como hacen los propagandistas del neoliberalismo (tengan nómina en la Moncloa o fuera de ella) también.

Lo cierto es que crecer no es malo, más bien al contrario: el crecimiento económico es una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Pero por desgracia esa es tan sólo una posibilidad: crecer en lo económico no siempre implica crecer en calidad de vida y, menos aún, que los beneficios del crecimiento alcancen a todos. El crecimiento económico, por más que lo pretendan desde socialdemócratas hasta conservadores (herederos comunes del pensamiento económico burgués), no es el bálsamo de Fierabrás que alivia las tensiones del capitalismo: la riqueza, una vez creada, debe ser repartida, y el reparto depende exclusivamente del equilibrio de poder entre capitalistas y trabajadores.

El exuberante crecimiento económico no ha podido evitar que buena parte de la población siga sufriendo los efectos de una organización de la sociedad excluyente y cainita. Porque el capitalismo, contrariamente a lo que sostiene la economía burguesa, no es un sistema basado exclusivamente en los incentivos (la posibilidad de mejorar mediante el esfuerzo) sino que contiene una dosis indispensable de coacción y de desprecio hacia nuestros semejantes. ¿De qué otro modo si no sería posible que un ser humano explotase a otro? Para explotar al semejante hay que despreciarlo, y estar dispuesto a usar el miedo al fracaso (a perder el empleo, la vivienda, el status social…) como herramienta de movilización de la mano de obra. Pero una sociedad que emplea la coacción económica como energía para crecer no puede ser una sociedad sana, ni una sociedad feliz.

Algunos datos son elocuentes
En primer lugar, la bonanza económica no consigue hacer mella en los indicadores de exclusión socio – económica: el último Estudio de Condiciones de Vida (INE, 2005) señala que el 26% de los hogares llega al final de mes «con dificultades» o «con muchas dificultades». La Encuesta Continua de Presupuestos Familiares (INE) refrenda trimestralmente ese angustioso dato. Esa misma Encuesta revela que el 19´9% de los habitantes vive en condiciones de pobreza. Y eso después de haber tenido en cuenta todas las posibles ayudas económicas percibidas por las familias (INEM, Servicios Sociales de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, etc.): sin esas ayudas el dato sería muy superior. Además hay un dato descorazonador. La pobreza no cede a pesar del crecimiento. El 41% de las personas en situación de pobreza en el año 2005 no lo estaban en 2004: el crecimiento económico de esos años no les sirvió de cinturón de seguridad contra la exclusión.

En segundo lugar, quizá seamos más ricos (sobre todo algunos), pero no somos más sanos. Según los últimos datos de la Encuesta Nacional de Salud (Ministerio de Sanidad, 2006), el 15% de los ciudadanos de más de 16 años padece ansiedad o depresión. El consumo de ansiolíticos (Valium, Lexatin, etc. ) por habitante ha aumentado un 56% entre los años 1995 y 2002: si el PIB lo hace a un 3% de media, la medicación necesaria para soportar el estrés que genera «tanta prosperidad» duplica esa media(1)(7%). En ese mismo periodo, una media de 2.500 personas/año se han suicidado.

El consumo de drogas, en su más amplio sentido, se ha disparado en este periodo. Sólo entre los estudiantes de Educación Secundaria el consumo de cocaína ha pasado del 2´5% de los estudiantes (año 1994) al 9% (año 2004) y el 81% reconoce consumir alcohol con frecuencia(2). Otras falsas vías de escape (falsas… pero lucrativas para el sistema) están en pleno apogeo: el gasto en juegos de azar crece desde 1997 a un ritmo medio anual(3) del 8´1%. Bingos, Casinos, Loterías…toda una infraestructura pensada para arrancar la magra plusvalía que a los empresarios se les haya podido pasar por alto al pagar los salarios.

En tercer lugar, el crecimiento económico no ha evitado que la nuestra sea una sociedad cada vez más violenta. Y como siempre la mujer suele llevar la peor parte. Sólo los delitos de abuso, acoso y agresión sexual han crecido un 20% desde 1997. Las víctimas de prostitución han pasado de 17.535 personas en el año 2001 a 20.284 en 2005(4) un 3% anual, sin duda una macabra coincidencia con el PIB. Y probablemente esos datos tan solo sean la punta de un repugnante iceberg.

La exclusión también avanza a velocidad de crucero. Uno de los modos más extremos (y silenciosos) de exclusión, la reclusión carcelaria, ha experimentado un incremento espectacular. La población reclusa ha crecido en estos años a un ritmo intolerable. Si en 1996, primer año del aznarato, había en nuestro país 41.903 personas encarceladas; en el año 2005 se alcanzaba la cifra record de 61.054 personas: un crecimiento del 3´4% anual. La población carcelaria crece a un ritmo perfectamente comparable al de la economía.

Podríamos seguir desgranando estadísticas que nos hablen del sufrimiento que lleva aparejado tanto esfuerzo humano dedicado a lograr un deslumbrante aumento del PIB del 4%: tráfico de seres humanos, violencia de género, personas sin hogar, accidentes laborales, delitos contra la libertad política y sindical… Pero creo sinceramente que las líneas anteriores son un botón de muestra más que suficiente para que, a partir de ahora, no nos dejemos impresionar tan ingenuamente con los datos macroeconómicos.

1. Revista Española de Salud Pública, vol 78, Nº 3.
2. Encuesta Estatal sobre Drogas en Enseñazas Secundarias.
3. Memoria del Juego en España. Ministerio del interior.
4. Informe Criminológico Anual sobre los Delitos contra la Libertad Sexual. Guardia Civil. Ministerio del Interior.

* Economista