Mi amigo Pepe Guerrero me contó que, en sus tiempos de maestro en activo, explicaba a sus alumnos que en España no habría una auténtica democracia hasta que en los libros de historia se dijera: «Franco, general que, no gobernó, sino mandó en España durante cuarenta años con el apoyo de la Iglesia Católica». Y vistas las cosas como están, a ver quién se atreve a quitarle un ápice de razón.
El fascismo con todo lo que conlleva, la represión, el miedo, la vergüenza – consciente o inconsciente – que acompaña a quienes no se le enfrentaron, el silencio o el uso rutinario de modos y costumbres ausentes de todo tipo de lógica y sentido, se convierte en una suerte de cáncer que se instala en la sociedad y perdura en su comportamiento aún cuando éste aparentemente desaparece como regidor de nuestras vidas. Contra ese cáncer sólo existe una terapia, la memoria. La falta de ésta, la impunidad de quienes lo han provocado y ejercido, lo convierte, como decía alguien refiriéndose al Holocausto, en un auténtico crimen perfecto. «Si pasó una vez, puede volver a pasar», escribía Primo Levy. Tal vez por eso se quitó la vida después de dejar constancia del horror vivido, testimonio de su honestidad, a sus contemporáneos y las generaciones futuras.
La persecución de la que vienen siendo objeto todos aquellos que cuestionan con sus actos la pervivencia de la monarquía en España, es buena prueba del comportamiento enraizado en el fascismo de nuestra sociedad e instituciones. La desmemoria ha instalado en la opinión pública un sentimiento generalizado hacia los monarcas mezcla de sumisión a lo divino y olvido de su auténtica esencia. Cualquier analista – no hace falta que sea demasiado avispado – que no estuviera contaminado por nuestra reciente historia, encontraría un total sinsentido la figura del Rey en esta democracia, un jefe de Estado impuesto por un dictador, no sometido a sufragio, impune, intocable, y además, delincuente fiscal, aunque eso sí, por decreto constitucional. Impedir mediante la represión y posterior proceso y condena, la quema de sus fotografías o la sátira sobre sus personas, no dista mucho de las sharias dictadas contra quién caricaturiza a Mahoma o dramatiza situaciones y personajes que aparecen en el Corán. Sin embargo, entonces sí que nos llevamos las manos a la cabeza y hablamos – ¡y cuánto! – de falta de libertad.
La desmemoria ha hecho pasar por alto que, lejos de ser culpables quienes queman sus fotos, sí que hay alguien digno de encausamiento criminal.
Y ese es quien ostenta el cargo de Jefe de Estado por arte de birli birloque. El Rey no estaba junto a Franco como podía estarlo su egregio inodoro, o por si acaso alguien se siente ofendido, su pluma estilográfica. El Rey estaba a su lado, consciente y voluntariamente, como su sucesor y como tal es copartícipe de asesinatos, desapariciones, torturas, hambre, exilios, robos, tejemanejes, expolios y demás virtudes del más puro de los fascismos.
No verlo así – o esgrimir razones de concordia para ocultarlo, que viene a ser lo mismo – provoca una serie de sinsentidos que se encadenan día a día y a los que, por acostumbrados, ya casi parecen ni afectarnos.
Valga el ejemplo de los nacionalistas católicos que ahora piden que se reconozcan los ataques que sufrieron por parte de los que luchaban contra los rebeldes fascistas, olvidando que la rebelión fue apoyada y auspiciada por su Iglesia y, por supuesto, dejando de lado la miseria y represión causada por ésta a lo largo de siglos.
O la no anulación de todas las sentencias dictadas tras el golpe de Estado. O que si Hacienda somos todos, como decía el spot publicitario, ¿qué hace la Casa Real cobrando en negro? ¿O es que no quiere decir eso el no tener que rendir cuentas sobre el uso de nuestro dinero?
Claro que, aparte de lo del Rey, la palma al mejor sinsentido tal vez se la lleve lo del ejército. ¡La que se lía cada vez que muere uno de sus miembros! Aseguro que no me alegro de ello, sino todo lo contrario. ¿Pero no son profesionales? Pues si lo son y su profesión – pistoleros – conlleva ese riesgo, ¿a qué esas elevadas pensiones, medallas y funerales de Estado?
¿Y los obreros que día a día mueren en la construcción? ¿Acaso no son también profesionales? ¿No trabajan también ellos – y seguro que más – por el bien del país? ¿Dónde están sus funerales de Estado con Rey, Reina y gobierno en pleno?. ¿Dónde las medallas y pensiones de lujo?
¡Ah, no! A esos, no. A esos, que les den morcilla. ¡Por obreros…. !