Por supuesto, el título del artículo no es mío, sino de la banda gallega Golpes Bajos, que bajo esta ocurrencia describía ya en los años 80 que no corrían buenos tiempos para la música. Entonces no existían las descargas ilegales de Internet, ni los CD, ni los grabadores de CD y mucho menos lo archivos comprimidos en MP3. Como mucho, nos pasábamos copias de nuestros vinilos favoritos en formato de cinta de metacrilato.
Ahora que el ministro Solbes por fin ha reconocido que estamos en recesión y que desde la Unión Europea nos advierten de una crisis mucho más profunda, cabría preguntarse cómo afectará el bache a la industria discográfica.

Si les digo que el mercado discográfico va a sufrir un ‘shock’, exageraría; pero, si asevero que el impacto será mínimo también falto a las previsiones más agudas. Vean ustedes. A principios de los años 90 empezó a dar menos y menos leche la teta de vaca que tantos bolsillos llenó desde finales de los 50: el rock and roll. Se inició entonces el proceso de antropofagia disquera: las compañías más solventes se comieron poco a poco a las otras del mismo estatus por catálogo de artistas, pero con menos liquidez. Hoy existen tres o cuatro grandes compañías discográficas que controlan el 80% del mercado mundial de la música.

Con las mal llamadas ‘fusiones’ llegaron los ERE (Expedientes de Regulación de Empleo), las reestructuraciones departamentales, los recortes presupuestarios. Más y más gente que vivía de la música o para la música se vio en la calle. Y los músicos también, por descontado. Las multinacionales de la música son empresas igual que la que se dedica a fabricar ladrillos o tornillos: si no hay beneficio, reajuste en todos los conceptos. Así, la nómina de artistas o grupos con contratos perdió a excelentes músicos y dejó en activo a los ‘superventas’, a los acomodaticios del gusto popular de la música fácil, de estribillo pegadizo, letra insulsa y mucho, mucho pose.

Luego llegó el gran virus: Internet, los programas de descargas ilegales, los portátiles que albergan cientos de canciones, etc. Ante esta avalancha, los grandes dañados han sido los puntos de venta: se editan muchos discos en España cada año, hay compañías pequeñas que realizan un gran esfuerzo por sacar del anonimato a grupos y artistas brillantes en estilos no comerciales (jazz, folk, blues, clásica, étnica, flamenco…), pero las tiendas de discos cierran porque iPod y similares se han cargado las ventas. Las que aún siguen abiertas -sobre todo, FNAC y El Corte Inglés- comprimen el espacio. Lógico: sin venta no hay nuevos pedidos. De nuevo, las pequeñas disqueras, los músicos más honestos y más arriesgados pagan el pato.

Este año será duro, pero no menos que el anterior. El declive arrancó hace una década y no tiene perspectiva de remontar el vuelo. Por mi parte, este humilde rincón intenta ofrecer referencias dignas, alejadas de la etiqueta ‘superventa’. Que les vaya bonito y escuchen música, porque las penas con música son menos dolientes.

Tracy Chapman
Our bright future (Electra)

Mucho, mucho tiempo sin saber nada de la cantautora estadounidense. Su retorno siempre es grato, aunque haya sido con un disco bastante mediocre. Nada nuevo bajo el sol. Fiel a su estilo más recogido, un pliego de canciones intimistas, donde el gancho yace en los mensajes, en las letras. Si no sabes inglés, poca chicha le puedes sacar. Pasan los cortes con excesiva similitud en melodía, armonías y arreglos rítmicos. Un disco sólo para los incondicionales, como el que escribe estas líneas.

Issa Bagayogo
Mali Koura (Resistencia)

Votado por los especialistas europeos como uno de los diez mejores discos de música étnica del pasado año. Este músico procede de Mali, si bien el registro musical tiene un claro objetivo: gustar al público europeo. De eso se encargan los productores Yves Wernert y Philippe Berthier, con un exceso de arreglos instrumentales en los vientos, las cuerdas y las percusiones. Issa Bagayogo canta a la manera del camerunés Manu Dibango; también toca ese instrumento de cuerda, como si fuera un laúd africano, llamado n’goni. Estilos como el funky y el blues con la cadencia del canto ritual, del ritmo recurrente con fines envolventes. Insisto: demasiados arreglos.
Loreena McKennitt
A midwinter night’s dream (Quinlan Road)

Esta mujer, de voz frágil, virtuosa del arpa y el piano, nunca defrauda. Cuece los discos a fuego lento. Indaga, investiga, acerca sonoridades celtas, clásicas y árabes, y crea un paisaje sonoro único, hermoso, sensible y robusto por igual. Su anterior trabajo, An ancient muse, fue sencillamente una obra maestra. El editado a finales de 2008 no llega a tal categoría, pero es también bello. Con letras y melodías de siglos pasados, o tonadas escritas por ella para textos antiguos, nos embarcamos en un viaje con las alforjas cargadas de espiritualidad, religiosidad y sensualidad.