Cuando este artículo se publique en Mundo Obrero hará unos días que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (la autoestima de un organismo comienza por autodenominarse de una manera pomposa) habrá distribuido entre sus miembros una amplia colección de jibarizadas cabezas del genio de Fuendetodos. Se supone que de la lista inicial de convocados al reparto y del resultado de éste debería poderse extraer una radiografía fidedigna de la salud del cine español. En cierto modo es una buena referencia, aunque si uno entiende que hay ausencias más o menos imperdonables en la convocatoria las conclusiones pueden considerarse desvirtuadas en similar medida. Veamos algunos ejemplos:

Tal vez porque se estrenó a principios de año, un olvido flagrante, a juicio de quien esto escribe, es «Casual Day». Una escritura brillante con excelentes diálogos y una estructura perfectamente cerrada podían haber convocado a esta cinta en el apartado de Mejor Guión. Tampoco hubiera sido sorprendente que Max Lemcke concurriera al Goya a la Mejor dirección por su trabajo con el amplio y magnífico reparto que constituyen entre otros Juan Diego, Luis Tosar, Javier Ríos, Estíbaliz Gabilondo, Alberto San Juan… Pensar en Juan Diego para Mejor Actor hubiera sido un exceso de optimismo porque ya lo ganó en tres ediciones, la última en 2006 con «Vete de mí». Pero si se tratara de méritos, Juan Diego estaba espectacular en su papel de empresario despiadado y paternalista, como acostumbra.

Hablar de Mejor Película son palabras mayores, pero esta historia de canibalismo-capitalismo moderno me resultó mucho más creíble y estimulante intelectualmente que el aburrido suspense de «Los crímenes de Oxford», el fallido retorno a los predios del narcotráfico mexicano de Díaz Yanes -«Sólo quiero caminar»- y la insatisfactoria adaptación de la novela del fallecido Alberto Méndez realizada por José Luis Cuerda, «Los girasoles ciegos». Gran parte de la honda emoción que esos relatos de posguerra encierran en las breves páginas escritas se pierde en las luces y sombras de la pantalla, pese a la destacada actuación de Raúl Arévalo, Maribel Verdú y Javier Cámara y al sofocante escenario fotografiado por Hans Burmann. Me atrevo a asegurar -sin demasiado riesgo, pues parte como la gran favorita, que de todos modos «Los girasoles ciegos» compensará su frustrada competición por los Oscar llevándose el gato al agua y arrebatando el Goya más gordo a la película que de entre las cuatro finalistas lo merece más en mi opinión: el aterrador retrato de una inocente y virginal muchacha sacrificada en el altar del fundamentalismo opusdeísta, que lleva por título «Camino». Si me equivoco, tanto mejor. Por cierto, también espero que Nerea Camacho, ese prodigio de fuerza, frescura, espontaneidad y entusiasmo que interpreta a la protagonista del sorprendente filme de Javier Fesser obtenga la recompensa a sus enormes esfuerzos para encerrar en su bello rostro pre-adolescente la tortura del cáncer y la inaudita vitalidad que es capaz de extraer del dolor la enajenación religiosa extrema.

Si se comparten las reflexiones anteriores y se acepta que la lista de premios finalmente establecida el 1 de febrero representa lo mejor de 2008 la cosecha no parece haber sido de extraordinaria calidad. Mejoraría añadiéndole, no me pregunten en qué categoría, las sencillas e intimistas pinceladas de humanismo de «El prado de las estrellas», firmada por ese olvidado buen cineasta que es Mario Camus, la necesaria denuncia del oprobio terrorista, sea en formato de ficción («Todos estamos invitados», de Manuel Gutiérrez Aragón) o de documental («El infierno vasco», de Iñaki Arteta) o incluso la última entrega de Isabel Coixet («Elegy»). Ya sé que es una producción norteamericana, pero a mí me parece que en ella reside más aportación creativa española que, por ejemplo, en el «Che» de Steven Soderbergh, cuyo actor protagonista, Benicio del Toro, quizá haya obtenido su propio premio; aunque yo preferiría que éste cayera en manos de Javier Arévalo, por su atormentado y unamuniano cura de «Los girasoles ciegos». Incluso la comedia de difícil calificación y encasillamiento que estrenó Antonio Hernández, «El menor de los males», o la ópera prima de F.Javier Gutiérrez, aplaudida en el Festival de Málaga, «3 días», seguramente añadirían algún brillo más a los escasos títulos relevantes que han sido agraciados en la gran fiesta de nuestra industria cinematográfica.

Unas líneas más para mencionar otra ópera prima muy meritoria: «El truco del manco», de Santiago A. Zannou. Aunque un poquito revolucionado y gritón, Juan Manuel Montilla «El Langui», que también debuta en la pantalla, brinda un vigoroso retrato de fe en las propias fuerzas e ímpetu para escapar de uno de los agujeros negros en que la naturaleza, con la inestimable ayuda de la sociedad, encierran a algunas personas. Unas gotitas de testimonio social, otras de retrato de un perdedor con más causa que vergüenza y un mucho de sagacidad e instinto para encontrar verdad en personajes y temas que no venden mucho hacen que esta esforzada producción merezca un aplauso.
Por ahí soplan los vientos en nuestro cine.

RECOMENDACIONES

MY BLUEBERRYNIGHTS, de Wong Kar Wai. Tan reconocible por su factura técnica, su aliento poético y su tendencia a pasarse de almíbar, como todas las demás películas del hongkonés.

ULTIMÁTUM A LA TIERRA, de Scott Derrikson. Más que dudoso remake, aburrido e ingenuo en su «aggiornamento» (puesta al día), del clásico de serie b de 1951 dirigido por Robert Wise.

COMO LOS DEMÁS de Vincent Garenq. Comedia amable, simpática y eficaz, sin otras pretensiones que reclamar el derecho de los homosexuales franceses a ser padres; algo que no parece tan evidente en la civilizada Unión Europea.