Ahora que algunos de los tuyos andan imputados en asuntos miserables, como el de los trajes a la medida para acudir a la firma de contratos con empresas de amigos a los que se quiere mucho, muchísimo (pero dicho en castizo, para no hacer ostentación de elegancia y parecerse al populacho -que, por cierto, te vota-), me parece que debes estar pasando un mal rato, metida de lleno en la incoherencia palpable entre tus principios morales para casi todo y la forma de sacar un «pastuqui» ganso de cualquier relación privilegiada con los que están ahí, teóricamente, para vigilar el buen empleo de los dineros públicos.

Y esto te pasa no sólo con el dinero pero, especialmente con el dinero, de manera que algún mal pensado podría suponer que estás por controlar todo lo que debería estar al alcance de cualquiera, para ponerlo más difícil (véase aborto, educación de calidad, igualdad, respeto a los homosexuales, incluso educación para la ciudadanía, a la que tildas de adoctrinamiento intolerable) y, en cambio, no dices ni pío de todos estos negocietes que, obviamente, sólo están al alcance de unos pocos.

Ahora te quisiera ver, en la Plaza de Colón, con tus obispos y tus familias cristianas, manifestándote en contra de estos pecadores contra el 7º mandamiento de la ley de vuestro dios (claro, cuando pasen, si pasan, de imputados a condenados). Pero, aunque no los condenen, que no estoy yo por satisfacerme con la condena de nadie auque sea merecida, deberías manifestarte a favor de un robustecimiento de los principios morales que rigen nuestra sociedad, esos que tanto invocas en otras ocasiones de forma catastrofista y al menor pretexto: ¿Cuántas veces habrá estado en peligro la Unidad de España? ¿Cuántas veces te has estremecido por el divorcio, el aborto, el casorio de los gays y lesbianas, la píldora postcoital? Pues ánimo y a la calle, que ya es hora de que pasees a cuerpo tu rotundo rechazo a las miserias de algunos de los tuyos. Que la unidad de los demócratas no puede consentir este terrorismo económico y que estamos contra la violencia especulativa, venga de donde venga. Que estos son más peligrosos que los manteros, a los que se persigue con saña por no pagar derechos de autor, porque ni siquiera se reconocen autores y, en caso de apuro, son capaces de decir que esa canción la canta todo el mundo. Pues mire usted, yo no: A mi no me invitan a esas bodas ni me mandan a casa «detallitos». Ni una lata de sardinas tengo en la despensa que no me haya comprado con mi sueldo o pidiendo prestado a mi suegra, que es una hipoteca moral que no se la deseo a nadie.

¿Estos tejidos de relaciones privilegiadas no ponen en peligro la unidad de ehpaña? Porque los del populacho siempre hemos necesitado una guía moral de alcurnia y en cuanto se sabe que el señorito tiene mocos todos queremos estar resfriados porque si él los tiene, por algo (bueno para él) será. Lo malo es que no todos llegaremos a las trabillas italianas y andará la gente jugando a corrupto con trajes de saldo que no sabrán llevar con la elegancia debida.

Una vez, hace muchos años, salí horrorizado de una conversación con un dirigente del PCE en la que me dijo que los trajes que cortaba el Partido me sentaban bien porque antes me habían tomado las medidas. Imagínate, qué esfuerzo de sastrería. Y sólo para hacer un traje universal. Ahora podemos presenciar, si tú no lo impides, un auténtico y generalizado desfile de moda por intenciones de enriquecerse por la cara (dura), o sea, un uniforme personalizado para cada tipo de participante en operaciones lucrativas, sean de «pastuqui» o de «salvar a la Patria en peligro». Urge una reglamentación, Derecha mía. Te espero en la calle.