En los días previos a la movilización de los campesinos del sábado 21 de noviembre he oído por la radio a Miguel López, secretario general de COAG, mencionar a Sarkozy como ejemplo de atención al campo en este momento de crisis. Que la máxima representación de la organización que históricamente ha planteado en el campo la posición en favor del pequeño campesinado y contra los monopolios y terratenientes, utilice a la derecha populista francesa como referencia es, como mínimo, el síntoma de un problema.

Entretanto ZP, en su pintoresco mitín de Madrid, presenta su proyecto de «cambio de modelo» que asimila a los «logros reformistas» de la década de los 80 conseguidos de la mano de Felipe González. Para quienes recuerden la primera reforma laboral, la reconversión industrial, el «decreto Boyer» y demás logros del «cambio», esta debería ser una toda advertencia. Es posible que eso sea lo que le revuelve la memoria al dirigente campesino cuando oye las palabras mágicas que salmodia Zapatero.

Las perspectivas de salida de la crisis son lúgubres. Según el FMI (octubre 2009) la recuperación del crecimiento en la zona euro no llevará aparejada la reducción del paro a niveles comparables a 2005 hasta 2014-2015. En ese periodo se tendrán que amortizar los costes de la socialización de las pérdidas provocadas por la crisis financiera con recortes adicionales en el gasto público. El escenario apunta a un periodo de estancamiento y, consecuentemente, a una presión sobre los salarios y los derechos sociales sostenida en el tiempo.

Si se acepta el encadenamiento lógico que va desde la recuperación de los beneficios (la famosa competitividad) a la «creación» de empleo vía el crecimiento, ese escenario es inevitable. Mientras se admita que se puede encontrar una combinación armónica de capitalismo regulado y avance social como salida a la crisis, estaremos condenados a aceptarlo. Pero, por ejemplo, se sabe que el endeudamiento brutal de los consumidores es un freno al consumo y al crecimiento. De ello se seguiría racionalmente una política de devaluación de los créditos, es decir, reducir el peso del endeudamiento sobre la renta disponible, con el fin de que la demanda tirara del crecimiento. Algo que se conseguiría o subiendo los salarios o, directamente, desvalorizando los créditos. Si hubiera dos lógicas, la del capital «productivo» y la del capital «financiero» parasitario, la medida a adoptar inmediatamente sería la segunda. ¿Porqué no se hace? Porque no hay dos lógicas, sino sólo una, la del capitalismo realmente existente.

Nombrar al monstruo no basta para derrotarlo. Lo que hará que se avance o se retroceda será la mayor o menor capacidad de sumar a la gente – a los trabajadores y trabajadoras, a los campesinos, a los jóvenes, …- a la exigencia de medidas justas que respondan a necesidades concretas. De ahí que la refundación precise de herramientas para refundar desde abajo. Esas herramientas hoy día son las propuestas que deben difundirse, explicarse y validarse en las movilizaciones que empiezan – por fin – a desperezarse.

Efectivamente, el capitalismo es el problema y hay una salida por la izquierda. Pero habrá que ir pintando la raya de esa salida en todos los atolladeros concretos que existen hoy en la vida material de la gente.