Muy Señora mía, de nuevo señora Presidenta de la Comunidad de Madrid: Le escribo a usted a vuelta de correo tras haber recibido su carta, con membrete dorado por supuesto, en papel bueno y del caro, en la que se me comunica que me ha concedido la beca de libros para mi hija pequeña. Y lo hago para hacerle constar que la misiva contiene ciertos errores los cuales, dado que soy yo quién le paga, espero tenga a bien subsanar.
En primer lugar usted se dirige a mi como «querida familia» en un tono condescendiente, propio de la aristocracia a la que usted pertenece o peor aún, de señorita del extinto Auxilio Social o empeletada dama del Domund. Bien. Apéeme usted lo de querido, porque aparte que ni yo la quiero, ni usted a mí tampoco, no me parece un tratamiento adecuado entre patrón y asalariado que es al fin y al cabo lo que somos. Aunque no lo aparente, yo el patrón y usted la asalariada.
En segundo lugar está eso de su graciosa concesión. ¿Qué usted a mí me concede? ¿Es que acaso lo paga usted? ¿No era yo quién pagaba? ¿O es que pago yo y usted me convence que el dinero que yo he ganado es una suerte de préstamo que usted me hace para pagarle a usted?. La verdad, para haber estudiado en un colegio británico, de pago por supuesto, gracias al dinero que su familia acumuló aprovechándose del trabajo de los presos políticos de la Dictadura, no se explica nada bien. Además, ¿no era que la Constitución, esa que usted proclama como sagrada – excepto si se trata de incluir algún articulillo a favor de sus colegas banqueros -, reconocía la obligación y el derecho a la enseñanza gratuita? ¿Y entonces, si no hay libros gratis, donde está la gratuidad de la enseñanza? ¿A qué se refiere, según su criterio, lo de gratuita? ¿Al edificio del colegio y a los exiguos sueldos del profesorado que ya hemos pagado anteriormente con nuestros impuestos?. Así que le quede claro que usted a mí no me concede nada. El no tener que pagar por los libros es un derecho que me reconoce la Constitución. Otra cosa es que usted – y desafortunadamente, otros muchos – se empeñen en no poner en marcha programas de reutilización de libros de texto o digitalización de los mismos por poner un ejemplo. Otra cosa es que usted – y tantos otros – soborne a los grupos editoriales con mi dinero, dado que, normalmente, éstos son los mismos que ostentan la propiedad de la inmensa mayoría de los medios de comunicación.
En tercer lugar, usted en la dichosa carta dice textualmente que «la Consejería de Educación y Empleo de la comunidad de Madrid, conscientes de las dificultades económicas por las que atraviesan las familias ha destinado este año 30 millones de euros para las becas libro…». Aparte el uso del plural de «conscientes», casi mayestático y más propio de reyes, papas o emperadores que de una presidenta se supone que democrática, está usted contándome medias verdades y ya se sabe, las medias verdades siempre ocultan grandes mentiras. Está bien que me comunique en qué invierte mi dinero, pero no que utilice esos 30 millones para demostrarme lo buena y generosa – ¿caritativa tal vez? – que es usted. ¿Por qué no me explica al mismo tiempo que también ha destinado una partida de 90 millones al hacer una magnánima exención de impuestos a la escuela privada? ¿O que el aumento de inversión en la escuela concertada – esa que no es pública, sino privada, aunque pagada por todos – en calidad de concesiones de contratas, ayudas y regalos de terrenos públicos, supera con muchísimas creces a la cantidad que dice usted que hay que recortar – perdón, ajustar – de la enseñanza pública?¿Y lo de la utilización de Fundaciones privadas como la de su amigo Botín a través de las que va a suplir – y pagar de más – la falta de profesores que usted ha despedido gracias al ingenioso truco de las dos horas lectivas de más? ¿No sería más lógico que todo ese dinero – nuestro, insisto- que usted deja de ingresar o regala, estuviera destinado a dotar a la escuela pública de todos de los medios necesarios para una educación gratuita, universal y de calidad como ordena la ley?.
Piénselo. De esa manera imagine la cantidad de tiempo que se ahorraría al no tener que mandar cartas como la que usted me ha mandado, firmada en tinta azul para que yo crea que se ha dedicado usted misma a estampar su larguísimo nombre al final de cada una de ellas; aunque no cuela, sé que es una fotocopia, a color que es más cara.
Con mucho más que decirle, reciba un nada cordial saludo.