Una rosa es una rosa, es una rosa, una rosa», decía Gertrude Stein en uno de sus escritos. A mí, hasta ahora, se me antojaba aparte de repetitivo, incomprensible. Pero han llegado estos tiempos y, de repente, le he encontrado sentido a la machacona definición floral: «una rosa es una rosa, es una rosa, una rosa».
Vivimos en una época confusa en la que, mayoritariamente, tanto las certezas como el sentido de las palabras -sobre todo los tiempos verbales- parecen haber cambiado de valor. El dominio del condicional se impone en casi todos los aspectos de nuestra vida cotidiana y me temo que cuando eso sucede, uno acaba por no saber bien donde se encuentra y el imperativo termina por aparecer. Esto es, una rosa es una rosa, es una rosa… depende si puede serlo o no. O peor aún, si la dejan serlo.
Ahí tenemos el ejemplo de lo que sucede con eso que se empeñan en hacernos creer que es la economía. No se trata ya de algo real, producir y llevarlo al mercado para venderlo o cambiarlo. No. La economía global se dirime en algo tan etéreo y abstracto que se llama Mercado de Futuros, una suerte de estafa disfrazada de pitonisa al servicio de una nueva aristocracia, por cierto, muy parecida a la antigua. Y es que el tal sinsentido viene a ser, mal explicado, algo así como que, si yo soy agricultor y he recogido una manzana, ya no la vendo por lo que me ha costado producirla más un cierto beneficio que me permita seguir viviendo, sino que ahora la manzana -lo único real de este cuento- es como si no existiera. Unos individuos que seguramente no se han manchado jamás las manos de tierra, dicen: «si yo tuviera la manzana, la vendería por tanto». Otros dicen: «Y yo te la compraría por cuanto y se la vendería a otros por cuanto más tanto». Esos otros aparecen y realizan la misma operación con otros aumentando el cuanto y el tanto. Y así uno tras otro. En cada transacción se va quedando un poco del valor de la manzana, que ve aumentado su precio como si en vez de una manzana, de repente se hubiera convertido en miles. Pero no existen miles, sino una. Solamente una. Resultado, hambre para todos, menos para quienes han vendido la manzana tantas veces como han podido, aún sin tenerla. Una rosa es una rosa, es una rosa… menos lo que puedan robarle a ésta.
Lo mismo ocurre con la llamada Prima de Riesgo. Volviendo al ejemplo anterior, se pide dinero prestado a la usura global -la misma a la que «salvamos» con dinero de todos- poniendo como garantía de pago la manzana. Ese dinero, como siempre pasa con estos asuntos, se tendrá que devolver en tal plazo y con unos intereses estipulados. Pero entonces, como la manzana ha cambiado tanto de manos y aumentado tanto su precio, a los prestamistas se les antoja invendible con lo que dicen: «¿Y si no me pagara…?” No se fían y aumentan sus intereses sin respetar acuerdos anteriores. Resultado, no hay manzanas en el mundo para pagarles. Los usureros se quedan con la manzana y con las futuras manzanas que yo pueda obtener a lo largo de toda mi vida. Esto es, trabajaré gratis para ellos, no porque no haya pagado, sino porque no se fían que cumpla con mis obligaciones. Una rosa es una rosa, es una rosa… y además, me la quitan.
Pero no solo es así con el asunto de la economía y su crisis -su estafa, repito-. Ahí está la Guerra Preventiva, que viene a ser, te invado el país y masacro a su población por si acaso mañana se te ocurre molestarme, aunque de paso me quedo con tus recursos. O te contrato, pero no del todo, no sea que no me gustes. O te bajo la pensión, no vaya a ser que dentro de bastantes años no llegue para mí, perdón, para todos…
Una rosa es una rosa, es una rosa, una rosa… O ya veremos.
Claro que si eso pasa con la rosa, imaginemos lo que será el clavel que se nos ha venido encima… Mantillas, toros, toreros, procesiones y en breve, la inquisición.