Durante la presentación del libro «La poesía es un arma cargada de Celaya», y desde el arranque mismo en la Fiesta del PCE el año pasado, ha ido cristalizando una idea en contacto con no poca gente: la necesidad de celebrar un Congreso de escritores por el compromiso, como una especie de impulso transformador desde el terreno de la cultura y la lucha ideológica, frente a la norma cultural y comercial postomoderna, preñada de neutralidad y equidistancia, es decir, de resignación.
Se trataría, si tenemos fuerza para organizarlo, de un congreso no de partido, sino abierto a todo el mundo, y se enmarcaría en un triple objetivo: l) La necesidad de establecer el sitio del intelectual comprometido, frente a la ética de la torre de marfil y de una supuesta neutralidad que no hace otra cosa que reproducir los esquemas actuales de dominación ideológica. 2) Habría que reflexionar, y debatir, y llegar, si se puede, a conclusiones concretas, acerca de la posibilidad de una literatura «otra», antidominante, distinta. Y 3) Al mismo tiempo, y puesto que es preciso evitar sectarismos y corralitos ideológicos, sería preciso, siguiendo a aquel Marx que dijo haber aprendido más en el reaccionario Balzac que en todos los economistas de la época, empezar a situar en primer término y poner las piedras posibles a la construcción de una lectura distinta de TODA literatura, sabiendo desde el principio que no lee igual el burgués que el trabajador con conciencia de clase, y conociendo además esa ruptura interna de la literatura, esa especie de traición creativa, que la convierte en una gran mentira que siempre dice la verdad, lo quiera o no el autor y la crítica comercial o académica.
El punto de partida, para evitar confusiones, pasaría también por la necesidad de demarcar el terreno propio de la lucha ideológica y, más allá, del concepto de ideología, entendida ésta no como ideología de partido, sino como la relación imaginaria con las relaciones sociales de producción. Sólo así sería posible pensar las cosas desde fuera del dominio y represión social, y superando a la vez la colonización ideológica de nuestra «espontaneidad». Se trata por tanto de una operación que tiene un objetivo aun más amplia: contribuir a la sustitución del inconsciente ideológico dominante por otro, crítico, antidominante.
En fin, que todo pasaría, para empezar, por una llamada a la lucha transformadora para contestar a la situación actual desde un Congreso anticapitalista (recordad aquel de Valencia hace 75 años, si bien ahora se trata de una especie de fascismo sonriente, sin tanques). Es un empeño en el que algunos hemos empezado a trabajar, conscientes de la derrota ideológica que vivimos, pero sin asumir los valores del adversario ni darnos definitivamente por vencidos. ¿Tendremos fuerza suficiente? ¿Es posible empezar ya a escribir ponencias? ¿Es posible lanzar un manifiesto con una serie de firmas?