Bueno, bueno, Derecha, qué discurso tan «objetivo» nos sacamos ahora de la manga para aplicárselo a Garzón y qué ejemplos, para que lo comprenda el pueblo llano (plano): Que por muchos goles que marcara y muchos regates que hiciera en el área pequeña, si comete falta (de ataque, que dirían en baloncesto) se le pita y se le saca de la cancha. No sabes qué frasco has destapado, que por lo del Derecho nadie podía comprender, pero ahora, por la vía der furbo, ya se entiende todo. Y, sobre todo, está el tema del árbitro, que nadie se fía de él, pite lo que pite, de manera que no te extrañe que el llamamiento de don Carlos Dívar para que se respete al Tribunal y a sus unánimes miembros, va a caer en saco roto. Entre otras cosas porque ya están los comentaristas y los analistas ganándose el pan con el espurrear de sus tintas y salivas (yo también pero no lo hago por dinero sino por vicio) y contribuyendo a calentar el partido de vuelta, que está a punto de caer.

Volvemos a lo de siempre en esta vida de corrala, que sabemos y suponemos más de lo que aparentamos y ese conflicto entre el creer y el saber no se arregla tan fácilmente porque ni las palabras ni los hechos que nos cuentan de nuestros figuras parecen ajustarse a los intereses que percibimos. ¿Quién cree en este país en la Justicia? (Quiero decir, en la necesidad absoluta de su existencia, al margen de que coincida o no con nuestros intereses) ¿Y quién en su Administración? Hay una larga tradición cultural, soldada a nuestro adn, que desconfía de la proclamación de la objetividad, del bien común, de los intereses generales, del juego limpio. Más que nada porque los que suelen proclamar tan solemnes conceptos suelen demostrar luego que tales conceptos en sus bocas no equivalen a lo que generan en nuestros corazones. Todo el mundo cree saber que entre bambalinas pasan más cosas que sobre el escenario iluminado y aunque sigamos a los actores bajo la luz de los focos, nos los imaginamos mejor en los camerinos, despojados del maquillaje y del vestuario.

Me hace gracia el ejemplo der furbo porque propone lo que casi nadie desea y en modo alguno se practica en esos campos, en esos partidos del siglo: Desposeerse de las emociones, ajustarse a la frialdad del reglamento. Estar más pendiente de la posible falta que de la magia de la jugada. Y nos acompaña siempre la sospecha de que nos ponen zancadillas y luego interpretan que nosotros hemos ido a dar con nuestro pié sobre una pierna contraria que tenía todo el derecho del mundo a estar ahí.

Era un jugador muy premiado y ahora le han metido un castigo ejemplar. Esa es la grandeza del Comité de Competición, que no se casa con nadie, que aplica el Reglamento, nos dicen. Pero el público desea saber con detalles, dada la ejemplaridad del castigo, si antes no se le premió por lo mismo que ahora se le castiga, lo que aumentaría la grandeza de la flexibilidad del Comité de Competición y sus visiones de las jugadas. ¿Podríamos hablar entonces de acumulación de apercibimientos? ¿Le habían sacado o amenazado con sacar tarjeta amarilla? ¿Estaba el Comité de Competición, celtíbero al fin y al cabo, sospechando que detrás de tanta efectividad en el área pequeña no podía haber tanta virtud sin mácula?

Estoy convencido de que si pasaran la jugada al ralentí se verían más cosas que el escueto ejemplo propuesto, tan reglamentista, tan del estilo «se ha hecho justicia y punto». Y estoy seguro de que el asunto de la Justicia y de su Administración en España va a ofrecernos muchos partidos memorables en los próximos tiempos. Y está muy bien que se presuma de que todos somos iguales en este campo de furbo, pero hay que convencer al público de que el árbitro no se deja sugestionar por los jugadores contrarios.

También puede ser que el público reclame si considera que su jugador favorito, el de las jugadas espectaculares, está siendo acosado de mala manera por los que, sin jugar ar furbo, quieren que no les metan goles. Y no faltarán los que, condenado el que jugaba, descubran que hay que reformar los campos der furbo para que no haya posibilidad de meter la pata.

Y también está el prestigio de nuestra Liga, que ahora que nos dicen que se orquestan nuevas campañas del exterior envidioso de nuestros logros deportivos, a ver si nos van a dar otro revolcón con cuchufletas y no nos queda más remedio que volvernos heroicos asediados por la incomprensión del mundo.

Sí, Derecha exquisita y respetuosa con lo que digan los unánimes. Bajo la apariencia de impecabilidad de los rituales, el pueblo, aunque llano y plano, percibe que no le han pitado una falta como a cualquiera, que no la han pitado con tanta lógica como se presume, que linieres y cuarto árbitro no coinciden en la visión de la jugada. Ya verás qué broma cuando el asunto llegue al Tribunal de Apelación y más lejos, más lejos y un buen día nos cuenten más cosas que ahora no salen en Estudio Estadio.