Como continuación de mi anterior artículo expongo en apretadísima síntesis los contenidos que sobre la Ruptura expresé en el Ateneo de Madrid el pasado día 9 de Marzo.

Debemos ser conscientes y asumir que hemos perdido una guerra ¿Quiénes? Objetivamente los trabajadores y asalariados en general; abundantes capas de las clases medias; la juventud y su futuro educativo y laboral; los jubilados y la inmensa mayoría de las familias. También han perdido la guerra conceptos como Democracia, Derecho, Razón, Justicia y Cultura; los DDHH en suma. Y no menos derrotada ha sido la idea de una Europa Federal exponente de un espacio europeo económica, social y políticamente cohesionado. Los derrotados somos quienes a través de los tiempos y desde la I Internacional nos hemos sentido cohesionados, organizados y representados por toda una trayectoria de lucha que ha devenido en conquistas sociales y políticas.

Y la derrota comenzó a getarse cuando la lógica del sistema capitalista, su universo ideológico y de valores fue siendo, lenta pero inexorablemente, asumido como alternativa de Estado y de organización social. Las luchas, que las ha habido y hay, han sido, durante un tiempo, enmarcadas exclusivamente en los parámetros de lo económico- social pero como demanda de una mayor participación en el modelo de crecimiento, consumo y reproducción político- cultural. El proceso que comienza con el Acta Única Europea y su aceptación poco meditada me excusan de mayores comentarios. Y es que a una lógica o se le opone otra de diferente estructura y contenido o al final se pierde la guerra. La aceptación acrítica de conceptos como mercado, competitividad y crecimiento sostenido son los polvos que han traído estos lodos.

La gran paradoja de estos momentos es que nos hallamos en una situación que pudiera calificarse de prerrevolucionaria pero sin un sujeto revolucionario definido, claro, consciente y dispuesto. La anomia, la resignación y una apatía huidiza parecen dominar un escenario en el que las esporádicas manifestaciones de protesta son condenadas por toda la opinión publicada y, desde su silencio, por una mayoría sorda, muda y autista. Un panorama de extrema gravedad y de consecuencias inimaginables habida cuenta de que los ganadores no tienen en su mente la idea de pacto, acuerdo o transacción. Ellos se saben ganadores.

Ante nosotros reaparece como un fantasma la vieja pero clásica interrogante que escribiera Lenin entre finales de 1901 y principios de 1902 ¿Qué hacer? Una pregunta ante la cual sólo caben dos opciones consecuentes: aceptar el reto de contestarla o diluirse en las mil y una formas de escapismo inútil. Si asumimos la primera opción debemos ser conscientes de que, terminada y perdida esta guerra, se impone la organización de otra. Y ello conlleva cambios de envergadura en estrategias, tácticas, organizativos, lenguaje, valores y mensajes. De todo lo anterior debemos conservar la herencia de la experiencia actualizada pero nada más; los pertrechos para el combate. La hoja de ruta y el orden del día los debemos ir imponiendo nosotros.

Y la primera idea que, a mi juicio, se debe tener clarísima es que el objetivo no es otro que conseguir la Ruptura que no fue posible, al parecer, en 1975. Me apresuro a precisar que esa última afirmación mía tiene un mayor alcance y contenidos que la simple formulación del dilema que entonces planeábamos sobre el referendum acerca de la forma de Estado. En este caso y como ya explicaré en el próximo número la Ruptura es radical en sus contenidos pero a la vez gradual en su aplicación siguiendo la ley de la transformación de la cantidad en calidad. Lo cual indica una estrategia indubitable. (Continuará)