El teórico marxista, tan desconocido como relevante e irrefutable, Juan Carlos Rodríguez, catedrático de literatura de la Universidad de Granada, ha publicado un nuevo libro: Tras la muerte del aura, donde juega con Laura, o la invención del amor, y con aura, o el carisma clásico del arte y la literatura, como marcas de una etapa que está siendo transformada a través de un concepto que articula la estrategia ideológica del capitalismo postmoderno o avanzado: la soledad.
A partir del amor, como encuentro de las almas libres y bellas, Petrarca inventa en los textos y difunde esta pasión, que quizás no tendría el lugar que ocupa a no ser por la literatura (Faulkner llegó a decir que sólo existía en la literatura y La Rochefoucault que existía porque alguien se encargó de trazar su relato). Empieza, por tanto, a producirse la categoría general del yo libre, que va a ser la clave de bóveda en el cuerpo teórico de la burguesía y de sus relaciones sociales, laborales y mercantiles.

Precisamente el libro se dirige a establecer ese final desencajado, no datable exactamente, de ciertas categorías ideológicas que marcan una época, y lo hace a partir de la categoría de «muerte», que utiliza de manera plena en el libro pero de forma algo menos radical, menos contundente de como la había utilizado en ciertas entrevistas, previas o simultáneas, donde llegó a proclamar sin ambages la muerte de la literatura y el arte en el marco de la superación del sujeto libre operada por el capitalismo tardío o avanzado (precisamente estas entrevistas han servido de base para construir el personaje del profesor Gómez Arboleya en la última novela que acabo de publicar: Tiempo de ruido y soledad).

Sea como fuera, nos encontramos de nuevo con un libro inexcusable, ya que demuestra (sí, «demuestra» en términos de análisis ideológico, su terreno más característico) que el sujeto libre, y la libertad en suma, son precisamente la forma clave de la explotación, se «vea» o no; y no se ve claro precisamente porque la gran astucia de la ideología dominante no es otra que conducirnos a diario a la»evidencia» de que no existe, como el diablo. Y con ello, con la producción de este desvelamiento, aparecen en primer término las tres grandes marcas ideológicas de nuestro tiempo: la competitividad, la imagen del cuerpo y la soledad.

Y algo más: no se trata sólo de vender nuestra vida al capitalismo, sino que en la nueva fase todo conduce a la constatación de que nacemos capitalistas. El éxito del sistema es total: el capitalismo se ha hecho vida, naturaleza incluso, y da la impresión de que no es posible una alternativa. Pero precisamente este libro, al producir la retirada del velo, nos demuestra lo contrario: es posible, en suma, una alternativa o, si se quiere, otro «modelo» de libertad.