Ahora que en nuestras calles y plazas los jóvenes de todo el mundo se reúnen en asambleas y se manifiestan indignados por una realidad cruel impuesta por los agentes del capitalismo, nos parece que deberíamos recordar la autobiografía del dramaturgo alemán Ernst Toller, más por su legado político, no ausente de contradicciones, que por sus avatares personales. Una juventud en Alemania recorre desde los días de su infancia hasta los umbrales del nazismo. Pocas veces una autobiografía se olvida del “yo” para hablarnos del “nosotros.”

Una juventud en Alemania fue publicada por vez primera en Holanda en 1933 y no vería la luz en Alemania hasta 1961. Su autor, consciente de que toda biografía no puede abarcar la complejidad de la existencia individual, ni precisar los contornos del hombre completo, decide darnos un solo trazo de su existencia en una descripción de su dimensión humana y política inscrita en la vida y en la historia. E.Toller nos relata una generación, su generación, en su tiempo histórico, un tiempo que abarca la Primera guerra mundial, la Revolución alemana de los años 1918-1919, la República de Weimar y el ascenso del nazismo. Con un estilo que supera la sequedad del acontecimiento, su biografía no es una crónica ni un pequeño manual de historia, porque además de que su estructura compositiva desborda los cánones monocordes de una simple narración (allí se dan cita la descripción, la narración, el diálogo y la transcripción documental), las reflexiones del propio autor confieren a esta biografía un carácter de totalidad y un hondo sentido de historicidad e individualidad.

Una juventud en Alemania es, además, una invitación del autor para conocer y compartir los acontecimientos de los años 1918 y 1919 si se quiere comprender la catástrofe de 1933 y una demanda a la conciencia de los republicanos, escritores, funcionarios, sindicalistas, burócratas, doctrinarios, políticos realistas y fetichistas de la economía preguntándoles si habían abandonado las lecciones del sufrimiento, el triunfo del adversario y la desesperanza de un pueblo; si habían comprendido el sentido y la advertencia, y los deberes impuestos por este tiempo.

Ernst Toller, como tantos otros escritores, es un desconocido salvo para algunas élites intelectuales, aunque en el años 1931 dos de sus obras teatrales Hinkemann y Los destructores de máquinas fueron editadas en la Editorial Cénit, traducidas por Rodolfo Halffter con una breve, pero intensa presentación en la que se subraya el valor y el origen de su teatro. Según el comentarista, los dramas de E. Toller han nacido ardientes y apasionados, de las postrimerías de las matanzas europeas […]. Y si hay una épica de la guerra y de la paz que puedan abarcar los acontecimientos de estos años, es menester buscarla en estos dramas que revelan una candente realidad.

Por su intensa obra dramática, es considerado el máximo representante del teatro expresionista alemán. Su amigo E. Piscator, en “Mi amigo Toller” evocación-prólogo de la edición francesa de Hop la, Nous vivons (Hurra! Vivimos), afirma que su destino es típico de una generación desarraigada por su conciencia, después dispersa por el mundo entero. Una generación que daba más importancia al hecho de ser fiel a esta conciencia que al desarrollo de su talento. La obra de Toller es la de un artista que renuncia a su conclusión. Una obra rota. Un fragmento.

En su intensa vida es obligatorio detenernos en la vinculación que tuvo con España en donde estuvo entre octubre del 1931 y marzo de 1932, periodo en el que conoció la realidad naciente de la República y que fue la materia de cinco reportajes publicados bajo el título genérico de “La nueva España.” En 1938 realiza otro viaje a España donde permanece siete semanas para recabar información que le sirviera como fundamento propagandístico para reclamar a los países democráticos que interviniesen en la Guerra civil. Como su petición no fue atendida, decidió viajar por diferentes países para reunir fondos para la República, pero le exigían el visto bueno de los Estado Unidos a donde se trasladó para conseguir el apoyo de la Casa Blanca; pero fue inútil, porque cuando todo lo que había conseguido, gran cantidad de alimentos, estaba dispuesto para enviarlo a España, se produjo la victoria fascista. (Sobre este tema debe consultarse el excelente artículo “Ernst Toller y España” de Ana Pérez, Cuadernos de Filología Alemana, 2009, anejo I, páginas 277-286.)

Este compromiso con la República española es su última acción política de una vida que desde su infancia tuvo conciencia de la diferencia de clases, de la justicia y de la persecución, era judío, una vida que si es ejemplar o edificante, lo es porque supo estar siempre en lucha o en alerta intentando superar siempre las contradicciones en una realidad que no daba tregua, pero que obligaba a actuar: “Para ser honesto, es necesario saber, para ser valiente, es necesario comprender y para ser justo, no se debe olvidar. Bajo el yugo de la barbarie, es preciso luchar, no está permitido callarse: quien se calla en tal momento traiciona su misión de hombre.”
Para llegar a esta conclusión, ha transcurrido una vida que comienza en el 1893 en Samotschin, ciudad de la Polonia prusiana dentro de una familia burguesa de origen judío, circunstancia que junto al descubrimiento de la pobreza, determinará que sus recuerdos infantiles no sean amables, pero que le conducirán a la interrogación y a la acción constante frente a los avatares de la vida. Cuando ya es adolescente estudia en Grenoble (Francia), estalla la primera guerra mundial que le obliga a trasladarse urgentemente a su país, donde decide, preso de la fiebre nacionalista colectiva, alistarse en el ejército. En el frente, después de un breve periodo en retaguardia, conoce el espanto y la inutilidad de la guerra en la que los muertos carecen de toda identidad: “Todos estos muertos son hombres, todos estos muertos han respirado como yo, todos tenían un padre, una madre, esposas […] En esta hora, sé que estaba ciego, porque yo mismo me cegué, sé que todos estos muertos, franceses y alemanes, eran hermanos y yo soy su hermano.”

En el frente, antes que sea trasladado a la aviación, es conducido a un sanatorio por enfermedad y es considerado no apto para el servicio armado. Comienza una nueva etapa, primero en Múnich, donde retoma sus estudios y entabla relación con Thomas Mann que lee sus manuscritos con atención y mesura. También se encuentra con el sociólogo socialdemócrata Max Weber con quien entabla amistad, pero a éste como a otros, consciente de su propia inmadurez, demanda que les muestre el camino, porque, según él, los días y las noches arden, y porque nosotros no podemos esperar más tiempo. Este aguardar se convierte en un ejercicio de inútil melancolía: “Nadie muestra el camino de un mundo en paz y fraternidad.” El único camino lo encontraría en la acción. Funda la “Liga política y cultural de la juventud alemana” con un claro programa socialista y pacifista que es prohibida y disuelta. Mientras tanto, aumenta el descontento de la población al tiempo que es expulsado de la Universidad de Heildeberg. A partir de este momento, interviene activamente en el periodo denominado “la revolución alemana,” desde la huelga de los trabajadores de la fábrica de municiones de Múnich, hasta la huelga general convocada tras la rebelión de la flota en Kiel que desencadenaría el proceso revolucionario de finales de 1918 hasta agosto de 1919. Sobre este periodo, merece la pena transcribir la reflexión de Toller: “La revolución alemana ha encontrado un pueblo ignorante y una clase dirigente muy burocratizada. El pueblo quería socialismo […] Los socialistas de derecha y los dirigentes sindicales estaban aliados e íntimamente ligados a las fuerzas de la monarquía y del capitalismo, cuyos errores eran también los suyos. Estaban acomodados al medio burgués. Les faltaba confianza en la doctrina que ellos mismos habían propagado, la confianza en el pueblo que les había sido dada.”

El autor de Hikenmann fue arrestado y acusado de traición. La movilización internacional de sus amigos evitó que le condenaran a muerte, pero tuvo que permanecer en prisión hasta 1924. El colofón del libro es un “continuará”: “Tengo treinta años / Mis cabellos ya son grises. / Pero no estoy fatigado,” aunque sabemos que desolado después del enorme esfuerzo que realizó para ayudar a nuestra República, se suicidó en una habitación de un hotel de Nueva York.

Nota: La edición de Una juventud en Alemania está agotada en nuestro país. Tenemos la esperanza que se reedite, así como su teatro del que esperamos hablar pronto. Las citas son traducciones de la edición francesa.