Se refería el letrista, con irónica mala uva, a la suma de colores que se combinan en el armario ropero de IU y yo me refiero a otras acepciones semánticas del color morado. Aquí, Derecha, cuenta menos el «morado 8 de marzo» que el «morado a palos» o el «morado a pasta», sin despreciar a los que nos quedamos morados de contener la respiración, asombrados pero no sorprendidos (¿me sigues?) por lo que pasa cada día.

De tus «morados» no voy a hablarte. Tú los conoces muy bien y los integraste en un sistema que sólo vale para unos pocos. Unos pocos que si aumentan (un 24%, dicen, de millonarios españoles) no es porque crean riqueza sino porque se quedan la de los demás.

Me interesan mucho más los que tú dices que «son los míos». Ya te digo que no, que no y que no, que desde el momento en que empezaron a cambiar de color ya no eran míos sino tuyos, aunque disfrazados de otra cosa. Cuando los parias de la tierra se visten de Armani y se llenan los bolsillos (como niños hambrientos pero también glotones de golosinas) tú aprovechas para sentenciar, desde el mal comportamiento individual y la falta de control o permisividad colectiva de nuestras organizaciones políticas y sindicales (de clase, pero no business), el descrédito de los aparatos sindicales mediante un discurso anti-sindical que oculta o no identifica el verdadero origen de los problemas ?ni, por consiguiente, las respuestas adecuadas? y que, por ello, solo puede favorecer a los intereses patronales. Igual jugada intoxicadora con nuestras formaciones políticas.

Lo que no dices es cuánta estrategia has desarrollado para conducir a estas organizaciones a una situación en la que el «trinque» personal fuera posible. No te hablo de nuestros fallos, propios o provocados, que son indudables y nos abochornan a los mindundis y ponen «coloraos», que no rojos, a los que hayan tenido responsabilidades organizacionales a lo largo de este proceso, sino de cómo fuiste tentando con diferentes vías de financiación a organizaciones que no tenían el crowfounding permanente que tú recibías y recibes de tus empresarios aprovechones y de los que se dedican a organizar el mundo a su medida, que nunca será la nuestra.

¿Te acuerdas cuando, siguiendo la vía alemana, los sindicatos entraron en la construcción de viviendas? ¿Te acuerdas cuando tu Felipe González (parte fundamental del binomio Manolo-Felipe, referencia exclusiva del posibilismo transicional), se disgustó con aquella oposición de la UGT? ¿Y de lo que pasó con la PSV?

¿Te acuerdas cuando Aznar buscaba interlocutores sindicales formados y, quizás por ello, los sindicatos entraron en los programas de formación profesional?

¿Te acuerdas de cómo un discurso basado en el posibilismo sin cuestionar las bases del sistema, sobre todo las económicas, fue imponiéndose sobre la idea de ruptura con el anterior sistema?

Así fue como quedó marginada, en nuestras luchas y afanes de cada día, la contradicción trabajo-capital, que es la básica y principal en la lucha política y social por la democracia real. Y te lo dije hace mucho tiempo en otro recado de los que te escribo: cuando el pueblo no consigue tomar el Palacio de Invierno se toma todos los puentes. Ahora podríamos añadir, que intentó tomar los cajeros… sólo que, una vez más, sólo unos pocos tenían la tarjeta adecuada.

Una situación tan profundamente degradada y a lo largo de tanto tiempo no puede afrontarse con descréditos «generalizados», como los que tú propicias. Antes que nada, no podemos permitirnos ocultar o disimular la naturaleza y el alcance de los problemas.

Tendremos que evitar la derrota cotidiana y permanente de la conciencia de clase, aplastada por tu maquinaria corruptora de puertas giratorias, gateras, cajeros automáticos y capitalismo de amiguetes que fabrica al por mayor valores de resignación y de sumisión. Que nadie presuma de inocente o ingenuo. Que todos nos quitemos de encima la desmoralización que nos inoculas.