No llores,vuela
Claudia Llosa
Título: No llores, vuela.
Dirección y guión: Claudia Llosa.
Países y año: España, Canadá y Francia, 2013.
Intérpretes: Jennifer Connelly (Nana), Cillian Murphy (Iván), Mélanie Laurent (Ressemore), William Shimell (Newman), Zen McGrath (Iván con 10 años, Winta McGrath (Gully), Oona Chaplin (Alice).
Producción: José María Morales, Ibon Cormenzana y Phyllis Laing.
Música: Michael Brook.
Fotografía: Nicolas Bolduc.
Montaje: Guille de la Cal.
Diseño de producción: Eugenio Caballero.
Distribuidora: Wanda Visión.
Estreno en España: 21 enero 2015.
La última película de Claudia Llosa evoca de inmediato referencias como las de Biutiful de Alejandro Iñárritu (2010), aunque en un tono notablemente menos siniestro; el Atom Egoyan de los grandes traumas individuales o colectivos, como El dulce porvenir (1997) o El liquidador (1991), aunque en un registro no tan misterioso; o finalmente la de Mi vida sin mí, de Isabel Coixet (2003) más inclinada a la ternura a pesar de que también sus personajes sufren enjundiosos dramas. Cito estas obras y autores no sólo por lo que tienen en común en términos de estilo narrativo y elementos temáticos, sino también porque permiten establecer la medida del nivel en que coloco a No llores, vuela, intimista cuento moral escrito y dirigido por la sobrina del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, y sobrina también del director de cine Luis Llosa.
El estreno de esta coproducción hispano-franco-canadiense, en cuya financiación felizmente participa TVE, ha sufrido retrasos de varios meses provocados por su venta a Hispanoamérica y Estados Unidos –buena noticia- después de haber inaugurado el pasado Festival de Málaga. Pero por fin llega a las pantallas.
Mucho más emocionante, poética y universalista que el ensimismamiento indigenista de sus dos primeras obras, Madeinusa (2003) y La teta asustada (con la que Claudia Llosa ganó merecido prestigio al obtener el Oso de Oro del Festival de Berlín en 2009), No llores, vuela es de las tres películas de su autora la más cautivadora y conmovedora. Durante dos horas, en las que uno ve cómo se le suspende el ánimo, Llosa transmite de una manera visualmente bellísima la triste y contradictoria fragilidad de la condición humana. Mantiene en común con las precedentes la inclinación por personajes y ambientes alejados de las corrientes “civilizadas”, que surgen en territorios donde lo mágico e irracional se funde, o combate por imponerse más bien, al principio de la realidad.
Jennifer Connelly y Cillian Murphy, extraordinarios los dos, madre e hijo separados durante años, desde que un fatal accidente provocara en ambos un terrible complejo de culpa, protagonizan una escena, de la que me guardo de desvelar detalles, absolutamente estremecedora. Se trata de uno de esos momentos gozosos que se viven en el cine con una congoja en la que resulta difícil contener la lágrima. Impresionantes sus actuaciones, tocadas por una autenticidad de fuerza arrolladora que zarandea las butacas. Entre ellos, como puente necesario largamente retrasado y secretamente deseado, aparece la periodista francesa, Mélanie Laurent, lanzada al estrellato por Tarantino en Malditos bastardos (2009), cuya belleza y frialdad de gesto –tan comunes en la escena de su país- tienden a distanciar, pese a lo cual Laurent consigue despertar en el espectador similares sensaciones a las de sus colegas.
La enfermedad incurable, la proximidad de la muerte y la impotencia para alejarse de ella es uno de los dos polos que sustentan el armazón dramático de la historia; el otro es el dolor de la pérdida. Ambos segmentos están unidos por el vértice de la esperanza, la necesidad de la rehabilitación a través de la luz, de la superación de todos los miedos, simbolizadas en la fantástica metáfora del vuelo del halcón. La secuencia en que esta fascinante ave se cuela en el recinto, el improvisado templo en el que se adentran los enfermos en busca de la sanación (un peculiar remedo de santuario de Lourdes) es extremadamente sugerente, preñada de significados y bello simbolismo. En su huída hacia la libertad el ave provoca el hundimiento de toda la ridícula estructura catedralicia. Cada uno es libre de encontrarle su propia interpretación.
La hermosísima fotografía de los paisajes polares, el intenso frío que hechiza en la mayoría de las escenas y que realza con crudeza la fragilidad de las personas, así como la música de Michael Brook, un compositor canadiense que ha firmado bandas sonoras como Heat (Michael Mann, 1995), Affliction (Paul Schrader, 1997) o The Fighter (David O Russell, 2010), también contribuyen a abrillantar la formidable belleza de la película.
Claudia Llosa hace que su película oscile, decíamos, entre la espiritualidad y la racionalidad, entre la necesidad imperiosa de la esperanza para superar el invencible dolor de la pérdida y la desesperante convicción racional de que no hay salida cuando la vida te introduce en el oscuro túnel de la enfermedad incurable. Pero apunta la única fórmula balsámica posible en este mundo, el amor, en este caso maternofilial, para la redención y la superación del desconsuelo. Y no hay sentimentalismo en la tragedia, ni excesos melodramáticos, ni juegos de manos que distraigan a los escépticos, con los que Llosa establece un pacto poético de no agresión. Algunas secuencias como la citada, como la de la marcha sobre el hielo en la oscuridad, y la del clímax final, son sencillamente sublimes en su desarmante sencillez.
Reportaje en Días de cine: http://www.rtve.es/v/2961573
RECOMENDACIONES
‘71, de Yann Demange. 2014. Un thriller vibrante con los comienzos del enfrentamiento armado en el Ulster como telón de fondo. Alucinante, la tela de araña en la que se ven envueltos Ejército y Policía británicos, facciones del IRA y radicales unionistas.
BIRDMAN (o la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu. 2014. Espléndido “tour de force” del director mejicano. Una función teatral que no deja títere con cabeza. Brillantísima puesta en escena y deslumbrante interpretación de Michael Keaton.
TIMBUKTU. Abderrahmane Sissako, 2014. Un grito sin levantar la voz contra la barbarie de los yihadistas en la ciudad maliense. Una joya en su sencillez, humildad y contundencia.
SIEMPRE ALICE, de Richard Glatzer. 2014. Melodrama con el mal de Alzheimer por protagonista, que pasaría sin mayor gloria, de no ser por las extraordinarias interpretaciones de Julianne Moore, y también de Kristen Stewart y Alec Baldwin.
Reportaje en Días de cine: http://goo.gl/DydDha