En su intervención en la última fiesta del Partido, Cayo Lara dijo que cada vez que superamos un cierto umbral en intención de voto surge un conflicto interno que frustra las expectativas. Ignoro qué había detrás de esa afirmación y no me interesa su lectura en clave interna. Pero me atrevo a tomarla como base para hacer otras por mi cuenta y riesgo. La primera es que lo que hubiera debido sorprendernos es que no ocurriera nada. Una organización que se confronta con el sistema institucional y económico no puede esperar que su antagonista permanezca impasible ante la posibilidad de un aumento de la influencia de quien quiere acabar con él. Una cosa es que creamos que el régimen de la transición está agotado y otra que sus beneficiarios se conformen. O que estemos ante una crisis sistémica del capitalismo y que ello implique que el capital se rinda. Más bien podemos ver como ante nuestras narices está ocurriendo justamente lo contrario.

Igualmente notable me parece la indignación con la que asistimos al imprevisto ascenso de Podemos. Pareciera que esperábamos que la crisis del PSOE nos trajera los votos como la marea deja en la playa la botella del náufrago. Con un nivel de movilización social y de organización popular y obrera infinitamente menor que el que había en los años 70, hemos soñado un resultado mejor que el de la Transición. ¿Es que hemos olvidado la sorpresa de junio de 1977? Y en cuanto a la oferta programática de los intrusos, ha bastado con que salieran a los medios Vicenç Navarro y Juan Torres a presentar su propuesta económica para que su moderación nos consolara: la nuestra sí que es de izquierdas y no la de ellos. El típico consuelo de un grupúsculo de extrema izquierda. Ochocientos mil puestos de trabajo, no; un millón.

También se consuelan las gentes de izquierdas que están en Podemos; una propuesta moderada en el fondo es revolucionaria pues el actual capitalismo no soporta ni siquiera eso. Cierto que en el momento actual no se dan las condiciones de crecimiento de la productividad del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero esa es una condición técnico-económica, no política. En ese periodo no sólo había un crecimiento económico extraordinario respecto al actual, sino también una organización obrera potente a través de los sindicatos y partidos, partisanos y resistencia incluidos. No fueron las políticas keynesianas las que trajeron el bienestar sino la fuerza de los trabajadores, y desde luego la existencia de la URSS.

Supongamos que Podemos llega al gobierno e intenta poner en marcha su moderada política de recuperación del gasto social, subir los impuestos, renegociar la deuda. El capital se opone con todas sus fuerzas. ¿Estalla la revolución? Sinceramente, no lo creo. ¿Dónde está la ciudadanía empoderada que defenderá el cambio de régimen? Eso no sale de la Sexta, ni de la Tuerka ni del twitter. Pues ahora, mutatis mutandis, sustituyamos Podemos por IU. ¿Hay alguna garantía de qué fuera diferente? ¿Por nuestra bella cara? Mi conclusión no es que haya que ser aún más moderados, sino que hay tareas ineludibles y prioritarias y si no se cumplen el resto es para nada. La crisis va para largo y todavía hay tiempo para ello. Pero sin ingenuidad.