Derecha irreformable: El otro día se me ocurrió que los partidos clásicos, protagonistas o figurantes del magnífico espectáculo de luz y sonido que fue «La Transición del 78», podrían convertirse en los «bancos malos» de la política española, cada uno en su especialidad. No me parece mala idea que sobrevivan como depósito de todos los activos (e hiperactivos) tóxicos, las puertas giratorias y residencia geriátrica de los hidalgos del lado oscuro de la fuerza, a los que algunos atribuyen el calificativo de «casta» y yo prefiero presentarlos como mala raza y mala piel.
Fuera de esas paredes acorazadas, hay que dar una oportunidad de reciclaje a tantos compatriotas instalados, con mayor o menor incomodidad, en la cohabitación y -al menos- coexistencia con la mentira, la corrupción de baja intensidad y corriente continua, la complicidad bobalicona, (¿te acuerdas, Derecha, de cuando me llamabas «tonto útil» de Moscú?… ¡Pues anda que no le has sacado provecho a la tontería de propios y ajenos!).
Somos muchos los que sufrimos (famélica legión en busca de una proteina política que nos alimente) la simpleza y la falta de referencias sólidas para explicarse la insatisfacción, la indignación con algo más trascendente aún que una tabula rasa del 78 y con algo más constructivo que llegar a diagnósticos consensuados sobre la catástrofe.
Hay que habilitar un espacio protegido y sostenible para gente más normalita, con sus creencias casi religiosas en la consecución de un mundo mejor, a base de reunirse en las plazas o en el ciberespacio, pero también en la familia, el municipio y el sindicato, ni buenos ni malos, según qué circunstancias, capacidad y voluntad, que todo depende del color de la tarjeta que se usa.
Y es que estamos viviendo una versión esperpéntica de la situación catastrófica por la que atraviesa la derecha corrupta y «la izquierda unida» en España. Es como si cristalizara ahora el resultado de tantos años de incompetencia sociopolítica en las organizaciones y de estrategias de disociación psicóticas inoculadas en las masas de cuadros, en los tribunos de la opinión pública, en los ponentes de barra de bar y hasta en los que se mueven en círculos por el erial patrio. Inoculación y contaminación arteramente practicada desde el poder establecido y con la complicidad activa de los «caballos de Troya» que todos llevamos dentro.
El resultado es que muchos y demasiados estamos seriamente dañados en nuestra capacidad de análisis, de reflexión, de entender las auténticas necesidades… y hasta para seguir el ritmo de los acontecimientos tal y como nos los cuentan desde los tabloides y desde la tablet,… pero no es un fenómeno tan nuevo. Ya Antonio Machado lo contaba hablando de las cabezas que embisten, que son muchas más que las que piensan.
Dicho todo esto, respetada y sufrida militancia de base, tu honor y dignidad están a salvo porque te lo has currado dignamente. Con muchas limitaciones asumidas con un cierto conformismo durante todos estos años pasados que, afortunadamente, no volverán. Vendrán, con bastante probabilidad, tiempos peores, pero no serán de cofrades sin religión pero con obispos, discutiendo sobre el color de las túnicas de los penitentes y el recorrido de la procesión, sin profundizar en la redención de la Cruz. Si te toca morir como Espartaco, clavadito al madero, al menos nadie debe quitarte que llegues por un camino libre, ejerciendo tu albedrío y poniendo todo tu saber y entender. Si te toca presenciar el hundimiento de apariencias consoladoras, marcas blancas, ultramarinos de toda la vida, piensa que la famosa crisis del régimen del 78 no afecta solamente a «los señoritos» sino a sus aceituneros antaño altivos… y es normal e inevitable que así sea porque aunque seamos dos clases en lucha, estamos en el mismo ring y, desgraciadamente para los de abajo, nos hemos preparado en el mismo gimnasio, que habían montado los señoritos. Y algunos presumen de hacer Pilates y no pasan de la gerontogimnasia. Ahí está el detalle: no se puede reformar con conservadores ni hacer la revolución con reaccionarios, conscientes o inconscientes. Se puede ser humilde pero no podemos ganar como ignorantes.
Fracasen las siglas, si es inevitable, y sobreviva la militancia, orgullosa de su esfuerzo y digna ante la adversidad, si así lo quiere el Destino, pero aprendamos del fracaso, que sólo sería el resultado de una correlación de fuerzas y descompensación de habilidades puestas al servicio de una voluntad colectiva, no de falta de decisión ni de dedicación. Y superaremos juntos, los camaradas incombustibles, lo que esta nueva situación nos depare. Nunca faltan personas para sobrevivir y recomenzar. Aunque sea de abuelo de la familia Cebolleta.