“¡Que detengan a los titiriteros, que los detengan… Que no dejen escapar a esos terroristas sediciosos!… ¡Que detengan a los titiriteros!… ¡Que no huyan esos criminales sumamente peligrosos!”

La policía no tardó en llegar, con sus armas preparadas, con sus esposas abiertas… Y los titiriteros fueron detenidos, como amenazadores delincuentes, como revolucionarios subversivos, como criminales abyectos… Ahora sus vidas están en manos de los ilustrísimos magistrados de la Audiencia Nacional, esa excelentísima corte judicial que en nuestra peculiar democracia hace las veces de Tribunal de Orden Público.

Los titiriteros estaban cometiendo el inadmisible delito de representar una función de marionetas que hacía reír a los niños, una amenazadora pieza en la que se ahorcaba la efigie de un juez, donde se linchaba a la policía, donde una monja moría apuñalada con un crucifijo… Su guiñol era una apología de cómo los oprimidos se sublevan contra los tiranos, de cómo los pueblos desarmados se levantan contra la injusticia, de cómo los despojados de sus más elementales derechos pueden contestar -a veces- con una furia incontenible.

Los magistrados escarmentarán a estos mequetrefes sediciosos, a esos titiriteros atrevidos. El castigo a los titiriteros debe servir de escarmiento para todos aquellos otros que se atrevan a desafiar a los poderosos. El mensaje ha de quedar bien claro: el pueblo debe callar, el pueblo debe obedecer, el pueblo debe aceptar su condición de mudo y sumiso esclavo.

Que no detengan a todos aquellos que roban dinero público, que no encarcelen a los funcionarios corruptos y deshonestos… Que tampoco detengan a los estafadores de guante blanco, a los burócratas tramposos, a los canallas banqueros que roban sus casas a los ciudadanos, a los jueces cómplices que dejan sin techo bajo el que cobijarse a tantas y tantas familias españolas, a los abyectos burócratas que arrojan a la calle a minusválidos y a ancianos… A esos que no los detengan, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los políticos que engañan al pueblo, prometiéndoles cambios y justicia social, mintiéndoles para conseguir sus votos, hundiendo sus esperanzas de cambio en la desesperación y el fango… Que no detengan a los senadores que aprueban leyes fascistas y penalizan el derecho a expresarse que tiene el pueblo, que no encarcelen a los gobernantes que pisotean sin escrúpulos los derechos humanos… A esos que no les detengan, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los reyes que gastan el pan del pueblo en cazar elefantes, a las princesas que estafan al Estado con sus embaucadoras ONGs, a los condes que roban a manos llenas el dinero público; que no detengan nunca a los protegidos por la Casa Real y por los jueces corruptos, a los monarcas que, mientras su pueblo pasa hambre, esconden sus inmensas fortunas en cuentas secretas del extranjero… A esos que no los detengan nunca, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los empresarios que sacrifican vidas humanas en sus locales atestados de público, a los que organizan macro fiestas que triplican el aforo, a los que ganan fortunas en conciertos que llevan a la muerte a los jóvenes espectadores … A esos que nos detengan nunca, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los policías que torturan a los detenidos en las comisarías, a los antidisturbios que apalean a los trabajadores cuando piden pan y defienden sus derechos, a esas bestias que machacan miembros y abren cabezas mientras ocultan su rostro tras cascos pintarrajeados de gualda y rojo… A esos que no los detengan jamás, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los guardias civiles que disparan y asesinan a inmigrantes cuando nadan desesperados; que no detengan a los mozos de escuadra que arrojan a los trabajadores sin papeles por los balcones; que no hagan nada a los magistrados que deportan a extranjeros por venir a nuestro país a buscar el pan para sus hijos… A esos que no los detengan nunca, pero que detengan a los titiriteros.

Que no detengan a los toreros ni a los hijos de los ministros de Justicia que conducen borrachos por las calles y atropellan a peatones… A esos que no los detenga nadie, pero que detengan a los titiriteros.

Que encierren en celdas oscuras a todos los que subvierten el orden establecido, a todos los que no respetan las fortunas de los ricos, a todos los que se burlan de los reyes esperpénticos y hacen reír al pueblo… A esos sí, a esos que los encierren en celdas de por vida, que no los dejen salir nunca de los calabozos, que aplasten sus chistes a base de golpes, que asfixien sus mofas con bolsas de plástico… Que persigan la risa, que criminalicen la burla, que machaquen a quienes hacen escarnio de los poderosos…

Que todos aprendan quién manda en este país, que todos sepan de quién es la calle, que todos tomen nota de que en España se hace pagar con sangre a los alborotadores … ¡Que encierren de por vida a los titiriteros!