Si algo ha quedado aún más claro en las últimas semanas, a la luz de los llamados papeles de Panamá y del pacto fascista de la UE con Turquía para deshacerse de migrantes y refugiados, es que los capitales tienen infinitamente más derechos que las personas para circular por el planeta.
En el caso de Panamá, desde el momento en que EE.UU. consideró que un canal transoceánico era fundamental para sus intereses militares y estratégicos en todo el continente al sur de su frontera, el futuro país centroamericano estaba condenado a surgir como colonia subordinada a los intereses imperialistas. Primero lo intentó por la vía diplomática, estableciendo negociaciones con Colombia con el objetivo de obtener la concesión para construir el canal en lo que hasta aquel entonces era una de sus provincias. Pero el no colombiano al Tratado Herrán-Hay llevó a EE.UU. a aplicar el plan B. El presidente Roosevelt apoyó entonces el movimiento independentista panameño, envió barcos acorazados para un bloqueo marítimo a ambos lados del istmo y tropas para proteger el ferrocarril e impedir los ataques por tierra. Panamá se declaró independiente el 3 de noviembre de 1903. Su precio fue otorgar la concesión del canal a perpetuidad y poner la soberanía del país bajo la bota yanqui.
Panamá se constituyó en una enorme base militar norteamericana durante todo el siglo XX. En 1946, recién iniciada la Guerra Fría, se fundó en el país centroamericano el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad, tristemente conocido como Escuela de las Américas. Durante décadas tuvo como alumnos aventajados a miles de represores como el general Noriega, Hugo Banzer, Luis Posada Carriles, Manuel Contreras o Jorge Rafael Videla, especialistas en extender el terror, la muerte y la tortura por toda América Latina. Era parte de la enconada lucha contra el comunismo para la cual EE.UU. no dudó en aprovechar las redes tejidas por los nazis y sus vastos conocimientos sobre el horror humano. Aquellos a quienes había combatido en la II Guerra Mundial, se convertían en aliados y adiestradores para la causa por la implantación del sistema de libre empresa en todo el planeta.
Uno de esos nazis era Erhard Guenther Mossack, exveterano de las Waffen SS en el frente del este durante la II Guerra Mundial, colaborador de la CIA en el desenmascaramiento de comunistas desde su residencia en Panamá. Su hijo, de profesión abogado, se ha hecho mundialmente famoso como creador de empresas offshore, entre las que se encuentran 1.200 sociedades con matriz española. La mayoría de los españoles que aparecen en los documentos filtrados se acogieron a la amnistía fiscal de 2012.
Hace cien años, a Panamá solo emigraban los trabajadores que con su esfuerzo construyeron el canal estratégico de los EE.UU. De las 56.307 personas que trabajaron en su construcción entre 1904 y 1913, un total de 8.222 eran españoles, la segunda nacionalidad más numerosa después de los antillanos, y de ellos 5.983 eran gallegos. El número oficial de trabajadores muertos de enfermedades y accidentes fue de 5.609 en este mismo período. Contando el llamado período francés de construcción del canal, se calcula que más de 27.000 trabajadores murieron durante su construcción.
Si antes migraban a Panamá los trabajadores para ser explotados, ahora migran los capitales fruto de su explotación en el país de origen. Y mientras, en España se impide el acceso al país de personas migrantes y refugiadas. En el Estrecho se han ahogado ya más de 10.000 personas intentando cruzar a Europa, y al obstáculo natural se suman las vallas de la vergüenza en Ceuta y Melilla, donde además son apaleadas y vejadas. Otras muchas miles serán hacinadas en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) antes de ser repatriadas como apestadas.
El PCE hablaba ya en 1948 de España como la cabeza de puente del imperialismo norteamericano en Europa, destacando que pretendía “hacer del Mediterráneo un mar americano por donde llegar fácilmente al petróleo de Oriente y penetrar en el continente africano”. Se trata del capitalismo y su lógica depredadora.
— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?