Todos los fenómenos socioculturales y políticos que presenciamos cada día no tienen lugar en el vacío sino en el escenario en que vivimos, que podríamos estar de acuerdo en calificar de forma muy general como una sociedad compleja.
Decir que vivimos en un mundo social complejo no es lo mismo que decir que sea simplemente complicado, sino asumir que para entender bien lo que en él sucede tenemos que atender a multitud de dinámicas y microdinámicas, globales y locales (económicas, geopolíticas, demográficas, climáticas…) que se entrecruzan, influyen y condicionan, produciendo una interminable cadena de acontecimientos que se caracterizan por retroalimentarse unos a otros y generar a su vez otros nuevos. Qué acontecimientos, qué dinámicas y qué procesos se conectan con otros y cuáles no, hacen posible una gran variedad de escenarios (de modelos de sociedad) presentes y futuros.
En el campo de la física y la matemática -también en el de la biología, la meteorología y otras ciencias- se ha dedicado mucha atención al estudio de “la complejidad”, especialmente a esa cualidad que parecen tener los sistemas complejos de adoptar una especie de desorden ordenado. Me explico; debido a su naturaleza y sus dinámicas, dichos sistemas evolucionan hacia estados aparentemente caóticos donde sus conexiones y actividades parecen no responder a ningún orden, pero realmente eso no es cierto. Ese presunto caos, así entendido, no es en realidad la ausencia de orden sino un estado en el que aparecen multitud de trayectorias posibles, sucesos, relaciones, eventos que –sin ser aleatorios, es decir, no deberse al azar- no podemos predecir cuál será su evolución.
Una de las características de esos sistemas caóticos es que son extremadamente sensibles a cualquier perturbación local en cualquier parte del sistema que afectará a muchas otras. Y a eso es precisamente a lo que se refería el meteorólogo E. Lorenz, cuando acuñó el término de “efecto mariposa”: a la gran magnitud e imprevisibilidad de las consecuencias que puede tener una perturbación local. El ejemplo sobradamente conocido, que él aplicaba a un sistema caótico como el del clima, es el de una mariposa aleteando en Brasil que desencadenaba un temporal en Texas.
Si la pequeña mariposa de Lorenz podía desencadenar un temporal, imaginemos por un momento qué podría desencadenar el aleteo de algo mucho más grande e importante para el sistema. Si, por ejemplo, en el caótico –repetimos que no aleatorio- ecosistema de eso que se ha dado en llamar “la política del cambio” alguien con peso específico renegase públicamente de lo colectivo, apelase al gobierno de “los mejores” en un claro guiño a la despolitización de la política y la vía tecnocrática que en lugares como Italia ha sido paso previo y puente de plata para los Salvinis de hoy, si manifestase que los partidos en política son “un problema” y solo los conjuntos de individuos son lo que cuentan, al mejor estilo del eslogan que escogió para la Comunidad de Madrid en 2004 la mismísima Esperanza Aguirre, “La suma de todos”, concisa y contundente negación de que lo colectivo hace emerger realidades sociales que de ninguna forma son iguales a la suma de sus partes y que buscaba ocultar, que por ejemplo, un sindicato no es una simple suma de trabajadores y trabajadoras sino su poder y fuerza organizados.
¿Se imaginan? ¿Qué fenómenos podrían desencadenar estas afirmaciones? Está por ver, pero desde luego todo indica que algo aún menos deseable que un temporal en Texas.
Volviendo a Lorenz por un momento, les contaré que hasta cierto punto su descubrimiento y las ecuaciones que lo demostraban fueron fruto de la casualidad, o más concretamente del funcionamiento pedestre de los ordenadores de los 70: su computadora admitía sólo 3 decimales pero en realidad el programa operaba con 6 decimales y estos eran completados aleatoriamente por la máquina sin que él lo supiera. Así que esa “perturbación” inicial se convertía en el potente desencadénate de las enormes diferencias de resultados para un mismo sistema caótico. Descubrió que las perturbaciones iniciales son especialmente potentes.
Vuelto a trasladar este último dato al caso anterior, a los “espacios de política del cambio”, es inevitable pensar en la importancia de no haber dejado nada a lo contingente o aleatorio, especialmente en la fase inicial dada su potencia, ya que si su naturaleza es caótica como aquí presumimos, suficientemente complejos e impredictibles son de por sí, y, es posible que unos decimales introducidos en el último momento o dejados al azar puedan causar no ya un temporal, sino un huracán que lleve al sistema hasta el extremo contrario de donde deseábamos que fuese. Que lo convierta en justo lo contrario de lo que pretendíamos estar creando.
Solo nos queda confiar en que al igual que la tecnología desde el ordenador de Lorenz hasta hoy, nuestra experiencia haya avanzado lo suficientemente rápido. Y en todo caso, tener presente aquello de lo que ya habló Marx en el 18 Brumario: hacemos la historia pero no en las condiciones que elegimos sino en las que nos encontramos, que derivan de las acciones de otros y otras en el pasado.
Habrá que valorar si hacemos la historia hoy o batimos las alas para ser ese pasado que posibilitó un futuro diferente.