Tres semanas desde la primera marcha de los “gilets jaunes” (chalecos amarillos), el 17 de noviembre en Francia, el fenómeno social que está marcando el fin del año puede que escriba importantes páginas de la historia en 2019.

Se tiene la impresión, después de estos acontecimientos y tantas personas opinando, que ha llegado la revolución a Francia y que a lo largo de 2018 todo ha sido una suerte de balsa de aceite.

No ha sido así. Este año ha habido más de 2.000 huelgas de sector por todo el país, de las cuales, tal vez, las más llamativas han sido las los ferroviarios de la SNCF, cuando el gobierno anunció un proceso de liberalización del sector, junto con las huelgas del control aéreo de Marsella. Ambas coincidieron en primavera poniendo en duros aprietos el transporte de pasajeros y mercancías en Francia durante un largo periodo hasta el verano.

Una mala interpretación de los acontecimientos que suceden en Francia podría indicarnos que los “gilets jaunes” son un fenómeno nacido espontáneamente al calor de la sobretasación de los combustibles fósiles. Pero sería hacer una lectura errónea y sesgada sobre los acontecimientos desvincularlo de las numerosas movilizaciones de trabajadores que se dan todos los días en Francia. Nos impediría concluir que en realidad ya existe un malestar social entre amplios sectores de la clase trabajadora francesa que sufre severas dificultades para poder llegar a fin de mes y que gravar nuevamente el combustible viene a mermar aun más el poder adquisitivo de las rentas más bajas.

Era previsible que este fenómeno iba a ser profundamente masivo por dos elementos de fondo: uno, objetivo, y es que por una parte existe una sensación evidente de depauperización de la clase trabajadora francesa y , el otro, subjetivo, es que negarse a una subida de los impuestos al combustible fósil no se percibe como “odiosa política” y, por tanto, ponía de acuerdo a todos los sectores de la sociedad.

De ese último elemento, hay que concluir que no es de extrañar que la extrema derecha se haya lanzado a pretender canalizar el mensaje mediante su ideología, pues es la única movilización en la que podría atraer a la clase trabajadora masivamente sin tener que vérsele sus contradicciones de clase.

Cuando asistí a la primera manifestación, me sentí un poco perplejo manifestándome con consignas con un aire un poco nacionalista y con una veintena de fascistas a mi alrededor. Aquello me causó un poco de estupor, pues volví a casa pensando en que lobos y corderos confluían en una manifestación por, supuestamente, unos intereses equivalentes.

No obstante, era evidente que la extrema derecha tenía las piernas muy cortas en este asunto, a pesar de todo; pues solamente se podía limitar a impedir una subida de los impuestos al combustible, pero no a cuestionar el porqué de esa imposición y no otra y de cómo eso podía afectar a millones de personas trabajadoras, y en caso de mantenerse el gravamen, qué medidas paliativas deberían aplicarse para que las rentas del trabajo no se vieran afectadas.

En la medida que han ido pasando estas semanas y el debate ha ido evolucionando, ha sido evidente que las movilizaciones de los “gilets jaunes” han ido girando y confluyendo con miles de movilizaciones parciales que se vienen acumulando y que todas ellas gritan al unísono algo en común, y es que la clase trabajadora francesa cada día es más pobre.

Junto a ello, estas semanas las movilizaciones estudiantiles clamaban por algo que es bien conocido en España y es impedir que el Gobierno de la República apruebe la creación de lo que se conoce en España como la selectividad o Prueba de Acceso a la Universidad. Movilizaciones, que se vienen dando a lo largo de todo el 2018 y que han crecido en estos últimos días.

La violencia extraordinaria y desproporcionada que ha aplicado la policía francesa contra menores de edad a lo largo de esta última semana ha provocado un sentimiento de rechazo por parte de la población hacia las autoridades públicas. En el pensamiento colectivo francés ha quedado la imagen del sábado 1 de diciembre, cuando la policía huía del arco del triunfo ante las masivas movilizaciones y luego, pocos días más tarde, apaleaba con una violencia desconocida a menores de edad.

Junto a eso, hay que indicar que en estos días en las movilizaciones han confluido las luchas de trabajadores, de esas miles de huelgas y descontento laboral generalizado que se viene acumulando, visibilizando en diferentes ciudades del país cómo se simbolizaban los rencuentros de “gilets jaunes” y “gilets rouges” (chalecos rojos de la CGT y de otros sindicatos).

Todo ello lleva a que después de varias semanas de movilizaciones, lo que parecía una movilización contra un nuevo gravamen del combustible, ha sumado miles y miles de personas por pueblos y ciudades de Francia. Básicamente porque lo que subyace no es un impuesto sino miles de problemas que no habían tenido una gran resonancia mediática, con un malestar que hoy el gobierno empieza a tener la sensación de no ser capaz de controlar.

Además, en esta última movilización se ha podido ver una transformación del movimiento, donde se han podido escuchar consignas de izquierda y se ha visto con normalidad a personas portando símbolos sindicales e ideológicos sin ningún rechazo, además de banderas francesas.

Confluían estudiantes, trabajadores con chalecos de sus respectivas empresas y algunas personas con emblemas de su federación sindical. Contrataba así con la primera manifestación, en la que estaba tajantemente prohibido mostrar símbolos de organización o ideología.

Decir como elemento anecdótico, que ayer en la ciudad de Lyon, segundo núcleo urbano de Francia, se produjo un acto de agresión por parte de personas de extrema derecha, mimetizados entre la gente con sus chalecos amarillos, contra un chico que portaba una bandera anarquista. Aprovecharon el momento de las cargas policiales en el puente de la Guillotière pero, tuvieron que huir de la manifestación porque la gente se les echó encima.

Eso muestra que a fecha de hoy el carácter de la extrema derecha en estas movilizaciones es meramente marginal. No se puede liderar un movimiento en el que agreden y del que tienen que salir huyendo porque la gente se torna contra ellos.

ES claramente tendencioso y pretendido por parte de los medios de comunicación atribuirle el carácter fascista a estas movilizaciones con dos objetivos claros: por un lado dividir y desmovilizar a parte de la clase trabajadora que no desea vincularse con organizaciones o gentes fascistas y, por otra parte, otorgarle un liderazgo y protagonismo a Rasseblement National o, como siempre se ha conocido, el Front National.

A modo de síntesis, decir que lo que inicialmente parecía un fenómeno “sin política”, aséptico, blanco, ha evolucionado, como es natural, hacia el descontento de clase que se viene acumulando a lo largo de todos estos últimos años en Francia. Ha naturalizado la figura sindical y ha reclamado toda una serie de medidas que van plasmando las necesidades de la clase obrera francesa y otros sectores sociales desfavorecidos. A su vez, es determinante la posición política del Partido Comunista Francés y del Front de Gauche en la Asamblea Nacional reclamando el fin de este impuesto y donde han desenmascarado el falso discurso ecologista de Macron mediante sus impuestos al combustible y que con toda certeza, la posición firme del Partido Comunista y su nuevo Secretario Nacional, Fabien Roussel, que viene con una retórica obrerista desconocida en los últimos años, ha favorecido fuertemente, en estas semanas, que estas movilizaciones hoy se vayan acercando, poco a poco, a las tradicionales demandas de la izquierda francesa y den la espalda a la extrema derecha. Sin embargo, la lucha sigue.

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