Ganó Bolsonaro. Con Bolsonaro ganó el racismo, el machismo y la LGTBIfobia. Con Bolsonaro avanza el fascismo. Con Bolsonaro ha entrado en Brasil el enemigo a las puertas, el capitalismo neoliberal y su crisis, que traen el crecimiento de la pobreza, el desmantelamiento del estado social, la agresión a los pueblos originarios, el secuestro de los recursos naturales para ponerlos a servicio de los intereses económicos multinacionales y la guerra a los derechos de la clase trabajadora.
Caeríamos en un error si no lo analizamos en el marco de la estrategia global de la derecha y no lo viésemos como una agresión a la soberanía de todos los pueblos de América Latina. Bolsonaro es el Caballo de Troya, es la respuesta neoliberal a un ciclo de luchas sociales en Brasil y en toda América Latina del que han surgido gobiernos progresistas y socialistas. Es la sombra del sometimiento de un poder judicial que encarceló a Lula y le mantiene preso, con un juez que será el nuevo ministro de Justicia del país. Bolsonaro es la herramienta de los mercados contra la soberanía de los pueblos, es la traición al poder popular.
Pero no es momento de cantar derrotas, es momento de alianzas nacionales e internacionales, de obreras y campesinas, de la Amazonia, de la América Indoafrolatina, es hora de la izquierda y los movimientos populares, de la lucha feminista, de la defensa de la vivienda y el derecho a la tierra. Frente a un programa neoliberal, es hora de construir desde la base la alternativa al abandono de la clase trabajadora, la transformación del modelo productivo que genere riqueza, cohesión social y sostenibilidad medioambiental. Es hora de reforzar el Brasil que a lo largo del norte y el este se ha volcado con Haddad y el Partido de los Trabajadores.
Este escenario lo reconocemos. Es la elección entre el cambio de lo posible y el cambio de lo necesario del análisis aún vigente del camarada Marcelino Camacho. Frente a la redistribución que no toca el poder, que no cuestiona las estructuras y que perderá en el terreno de juego de otro, la izquierda debe mirar a la superación del capitalismo y su fase neoliberal recolonizadora.
Brasil marca camino, evidencia la inutilidad de la socialdemocracia en un espectro político polarizado hacia la extrema derecha y la izquierda que impugna los marcos. La socialdemocracia que se ha instalado como defensora del estado de bienestar, está en jaque. Ha dejado pasar los intereses neoliberales y ha cubierto el avance de la extrema derecha para resguardar las reglas del capital.
Nadie suelta la mano de nadie, ese lema se alza hoy como la llamada a la ofensiva, a la valentía, a la mirada larga de la izquierda, a recuperar la lucha y la solidaridad internacionalista. Se alza como la protección a la lucha de masas, es la llamada a la revolución que construya nuevas reglas, nuevos espacios que la conciencia propia de las clases populares hará indestructibles.