Esta columna puede que se salga de lo habitual, de lo que se espera en un espacio feminista como este. Pero los tiempos y la gravedad del asunto lo requieren. En las pasadas elecciones andaluzas Vox consiguió colarse en el parlamento, entrando por la puerta grande —consiguiendo un total de 12 escaños—. Es un hecho que el fascismo está irrumpiendo con fuerza en muchísimos países y se respira cierto clima de impotencia y ansiedad generalizada. ¿Qué hacer? ¿Cómo cambiar la situación? ¿Qué medidas podemos tomar?
Como ya lo he repetido varias veces a lo largo de mis escritos, el feminismo nos ofrece muchísimas herramientas que podríamos utilizar para barrer el fascismo de nuestra sociedad. Incluso Manuel Sacristán en su día vio el potencial transformador de las luchas por la liberación de la mujer, para encauzar de nuevo y saber ajustar las demandas del marxismo en las sociedades avanzadas. Si bien es cierto que debemos ser cautelosos a la hora de hablar de la feminización de la política sin caer en esencialismos donde se naturaliza el rol impuesto de género a la mujer. Lo típico que tenemos grabado a sangre y fuego: que una mujer debe ser sumisa, callada, que debe cuidar a sus padres, mayores, ser tolerante ( en exceso), etc. Ya nos sabemos la película. Y debo decir que en muchas ocasiones desde los proyectos y programas políticos se tiende a esta interpretación de lo que significa la feminización de la política. Se quedan en la superficie.
Renovar las aspiraciones y las herramientas para transformar la sociedad es algo inevitable y necesario si se aspira realmente a tener incidencia en la realidad —como lo hacemos los marxistas, quizá no los que estén más preocupados en seguir echándole a las mujeres la culpa de todo, en vez de remar con ellas contracorriente en unas aguas cada vez más turbias, prefiriendo seguirle el juego al enemigo—. El feminismo arroja luz en un mundo de incertezas y de creencias liquidas. El feminismo es el aliado esencial del marxismo para poder seguir vivo. Las mujeres son el eje principal del mundo en estos momentos, su papel es el de protagonistas de la historia —por fin—. Eso no implica que sea bueno de por sí, si en cuanto a feminismo asociamos la desmantelación de los servicios públicos y la criminalización de la clase obrera como llevó a cabo Thatcher, una mujer. Pero el feminismo puede ser potencialmente revolucionario si asociamos el papel de la mujer, de su pasado y presente de opresión, persecución, violencia, al de la lucha por un mundo mejor. En este caso, la feminización de la política, y la alianza necesaria del marxismo y el feminismo nos puede traer esperanza. Y lo más importante: cambios reales.
No debemos dejar de debatir sobre sujetos, disputas más accesorias, aspectos culturales e incluso discusiones bizantinas acerca del género, pero necesitamos más que nunca centrar nuestros esfuerzos en objetivos materializables y que se puedan conseguir. Esta vez el futuro de todos está en juego, la democracia de este país depende de ello. Porque queremos pan y queremos cultura, debemos hacer frente al fascismo sin caer en su trampa. El feminismo no es accesorio, los derechos de las mujeres no son algo secundario. Somos uno de los pilares bajo los que recae la transformación de España. Y quien no lo quiera ver está ciego o simplemente es un necio. Lo que no podemos permitir es que siga todo como está, o que empeore por culpa de la llegada de la ultraderecha fascista a los parlamentos españoles. No.
Nuestro futuro está del lado de las mujeres, de la izquierda, del pueblo, que con todos su errores avanza. No de todos aquellos que creen que la solución es siempre volver atrás y todo se arregla con copiar esquemas que funcionaron en el pasado sin entender que dos veces la misma cosas nunca hace el mismo efecto y sin entender que los contextos no tienen nada que ver. La feminización de la política y por tanto de nosotros marxistas, la feminización del marxismo, trae esperanza porque es cierta, es algo sólido. Plantea una alternativa viable para hacer frente a la deshumanización, mercantilización y atomización que sufrimos todos los habitantes de este planeta y del que muchos incapaces de poder convivir con la angustia que nos crea este sistema deciden abrazar el identitarismo fascista, que en el corto plazo remueve todo tipo de sensación de incomodidad —dando respuestas certeras aunque totalmente erróneas y perversas a problemas concretos—. Aunque suponga firmar una sentencia de muerte en el medio-largo plazo. Recordad: mejoras radicales en las condiciones materiales, más cultura, más libertad, democracia y sobre todo feminismo ante la escoria fascista que nos intenta amedrentar. No dejemos que nos jodan la vida.