Encuentro en el inglés publicitario un lenguaje que me aclara mi identidad desde el yo y las circunstancias. Sobre todo me aclara las circunstancias más allá del supuesto yo. Me explico: En plena excitación identitaria sobre Cataluña y España o sobre qué diversidad representa mejor lo que me apetece parecer, descubro que, por organizar entre dos clubes argentinos un partido de fútbol, calificado de alto riesgo no por el rendimiento de los jugadores sino por el talante de cada conjunto de aficionados, irreconciliables entre sí, supuestamente violentos, excluyentes… se toma la decisión de separar a ambos grupos en dos zonas de agrupamiento diferenciadas y alejadas una de la otra, para que no haya, entre las dos aficiones, ocasión de contacto previo a la celebración del partido. En ese encuentro los únicos que deben contactar son los jugadores, representantes sobre el terreno de juego de la emoción y la identidad de cada club como unidad de destino en lo universal.
Podían haber llamado a esas localizaciones zonas de agrupamiento, zonas reservadas, espacios controlados o, incluso, campos de concentración eventual. Pero, abandonando el idioma común a todos los afectados por la medida y aún de los que asistíamos como espectadores a la decisión de asumir un “riesgo” en nuestras calles a cambio de unas monedas para nuestra industria turística, deciden utilizar el inglés y denominar a cada área de castigo preventivo como Fan Zone.
Ignoro si los creativos que han tenido la ocurrencia son conscientes del enorme servicio que acaban de rendir a nuestra política en ámbitos tan áridos como nuestras señas de identidad ligadas a la territorialidad. Porque de su feliz experimento con la Fan Zone se extraen conclusiones aplicables: Tratar a cada grupo identitario como turista. Crear tantas Fan Zone como grupos turistas diferenciados manifiesten su voluntad de agruparse. ¿Cuánta extensión debe tener cada Fan Zone? La que corresponda en metros cuadrados al número de forofos inscritos. ¿Dónde deben situarse esas Fan Zone? Alejadas del lugar donde los jugadores vayan a celebrar realmente el partido. Solamente aquellos que puedan permitírselo económicamente podrán asistir, desde las gradas, al desarrollo del juego. Los demás, que lo vean por tv. O que vayan al bar más próximo a participar en alguna asamblea transversal. O que se queden en la Fan Zone haciendo ejercicios sin balón… no vaya a ser que se les vaya la pelota y nos rompan los cristales.