El paro nacional realizado en Colombia el pasado 21 de noviembre, ha representado el inicio de una movilización continuada de inconformidad y protesta ciudadana, no limitada a los puntos motivantes de la primera convocatoria de 24 horas, y que tiene un extraordinario impacto como factor dinamizante.
En efecto, es evidente que esta acción popular continuada, ampliada a los cacerolazos permanentes y la presencia activa ante el Parlamento para exigir la no aprobación de las peores medidas de corte neoliberal que el gobierno de Duque tiene pactadas con el Fondo Monetario Internacional, se ha convertido en un despertar de la conciencia ciudadana que ha puesto sobre los espacios del debate público las graves consecuencias de la política de guerra, larvada en los últimos 35 años, cuyo punto de viraje se comenzó a expresar con el Acuerdo Final de Paz entre las FARC-EP y el Gobierno Nacional, a partir del mes de noviembre de 2016.
Las medidas tributarias anunciadas, los cambios en el modelo salarial para jóvenes entre 18 y 28 años en su primer empleo, la inestabilidad laboral consagrada en el pago por horas, las nuevas exenciones a los dueños del gran capital y a las empresas como supuesto incentivo frente al desempleo sin duda han movido una parte sustancial de la inconformidad.
Pero más allá de lo puramente laboral hay hechos y vivencias que despiertan la indignación colectiva. Las denuncias continuas de corrupción que gozan de total impunidad; el incumplimiento de los Acuerdos de Paz con las FARC-EP; la renuncia del gobierno Duque a la política de paz con el Ejército de Liberación Nacional y su actitud hostil ante Cuba que generosamente ofreció su territorio para los diálogos y también para su continuación; y sin duda el exterminio continuado de excombatientes, de líderes locales, populares, indígenas, defensores de los derechos humanos, sindicalistas y activistas de la izquierda.
Alguien ha dicho que los temas que en la Habana no fueron incluidos en el Acuerdo de Paz y quedaron como reclamaciones sociales profundas vinculadas a la desigualdad, la exclusión, la persecución política, el anticomunismo están saliendo en este estallido de inconformidad social.
En Colombia ha fracasado el modelo neoliberal, acorazado de contrainsurgencia y paramilitarismo. El mismo que se ha quebrado en Chile, de donde se copiaron políticas de seguridad social y de pensiones que en el largo plazo en el país austral dejaron secuelas profundas de empobrecimiento en sectores medios.
Véase el ejemplo del impacto de esas políticas de privatización en el caso de la educación universitaria chilena, replicadas también en Colombia con modelos semejantes. Leyes que permitieron la privatización de la salud, de la educación, de las pensiones, que implantaron la flexibilización laboral, hoy en día están cobrando su costo de fracaso, de inviabilidad, porque han segado toda esperanza de futuro a las nuevas generaciones que masivamente se han lanzado a las calles, tanto como a las mujeres que han obrado de la misma forma. O los movimientos indígenas que confrontan la muerte y el desprecio total a sus exigencias subrayadas por extraordinarios paros cívicos y movilizaciones en el suroccidente de Colombia.
El gobierno Duque exhibe una extraordinaria debilidad y se ha convertido en un instrumento de la política de Estados Unidos en América Latina, particularmente en la región noroccidental y caribeña. La política dirigida a derrocar el gobierno venezolano o a hostilizar a Cuba y a Nicaragua no corresponde en absoluto al interés nacional ni a la búsqueda de la paz con justicia social que ha canalizado los anhelos del pueblo colombiano. El despegue de la inconformidad popular activa y en un amplio movimiento desde las bases, los barrios, las comunas y localidades, en los municipios y en la mayor parte de los departamentos del país ha reunido la participación de todas las distintas vertientes de la izquierda colombiana.
Es notable, dentro de la participación juvenil, el papel del estudiantado y de otros sectores universitarios que han retomado las banderas del año anterior, adelantando clases en los parques y en las avenidas de Bogotá, Cali y otras ciudades. Sin duda hay una diversidad creativa de formas de participación incluido el cacerolazo y sus distintas modalidades que han cobrado en esta oportunidad una dimensión generalizada.
Avance de la izquierda en las elecciones locales
Las fuerzas de la izquierda han tenido una mejora relativa en las elecciones del 27 de octubre, elecciones locales que mostraron un significativo retroceso de las posiciones del gobierno y desde luego del Centro Democrático. Sectores intermedios de orientación socialdemócrata, como el Partido Verde, han logrado algún progreso al recoger una parte de los dirigentes y sectores que se desprenden de las posiciones afines al gobierno de Duque. La coalición Colombia Humana-Unión Patriótica, las convergencias de esta coalición con el Polo Democrático, con el movimiento indígena MAIS, con sectores independientes y con FARC obtuvieron avances importantes en ciudades como Bogotá, en departamentos como Magdalena, en regiones afectadas por la violencia como el Catatumbo, aunque todavía no puede hablarse de un repunte de los factores convergentes de la izquierda en un sólido avance.
Pero son hechos alentadores en la medida que la izquierda unitaria de vocación antiimperialista, en defensa de la paz, que se opone a la guerra con Venezuela y que destaca el papel de la protesta social como el comienzo de una faceta social en la batalla por consolidar un Acuerdo de Paz, una paz justa y democrática tiene muchas posibilidades de tocar nuevos peldaños. Estas fuerzas el año anterior pusieron en jaque el régimen oligárquico tradicional colombiano con más de 8 millones de votantes por la Coalición Colombia Humana-Decentes en la que participó Unión Patriótica y otras fuerzas de la centro izquierda.
Sin embargo, se está distante aún de un frente amplio con capacidad de conducción en sectores esenciales de la lucha de clases popular. En la práctica, la Central Unitaria de Trabajadores camina bajo una conducción de predominio socialdemócrata con tendencias que privilegian las consignas del orden corporativo reivindicatorio, lo cual es legítimo, pero en un movimiento sindical como el colombiano, que ha sido sometido al fuego intenso del exterminio paramilitar la defensa del Acuerdo de Paz, la lucha por el restablecimiento del diálogo con el Ejército de Liberación Nacional, la exigencia de garantías de seguridad para el ejercicio de la política y para la actividad libre de los excombatientes que se están reincorporando a la vida civil, constituyen temas fundamentales del movimiento obrero, que el conjunto del movimiento popular debe poner al frente de toda reivindicación y de toda resistencia a los paquetazos neoliberales tardíos.
Secretario General del Partido Comunista de Colombia