Yo tendría seis o siete años. Julio Anguita vivía en el edificio de enfrente al nuestro, en un humilde barrio obrero de la Córdoba de principios de la década de los 80. Mi padre y él paseaban durante horas con las manos en la espalda, se paraban cada dos pasos y yo me desesperaba y aburría. En el barrio se notaba que algo pasaba, que la gente humilde estaba empoderada. Se metían en un viejo café llamado El cisne verde hasta las tantas y los hijos de Julio, nosotros y otros tantos jugábamos sentados en el suelo… hasta bien tarde, en las noches de verano. Yo no sabía nada del mundo de esos adultos con barbas enormes que no paraban de fumar pero me gustaba pensar que el alcalde vivía en nuestro barrio, que era el vecino de un barrio humilde, amigo de mis padres. Eso sí, intuía que era rebelde.

Con el paso de los años nos acostumbramos a ver a nuestro vecino en el atril del Congreso de los Diputados como Secretario General del Partido Comunista de España, cargo en el que relevó a Gerardo Iglesias tras la crisis con el sector liderado por Santiago Carrillo y que ostentó entre 1988 a 1998 para ser después coordinador federal de Izquierda Unida hasta el 2000. Fue candidato a la presidencia del gobierno español en tres ocasiones.

Pero ahora, echando la vista atrás, me sale escribir desde un momento en el que esta extraña lotería de la vida puso a Julio Anguita frente a un juego macabro. El 7 de abril de 2003, Julio Anguita Parrado, hijo de Julio y Antoñita, fallecía en Irak al ser alcanzado por un misil el convoy en el que se desplazaba para realizar su trabajo como periodista de conflictos. Aquel día, Julio se presentó en el estrado del Teatro Federico García Lorca de Madrid donde iba a participar en un encuentro por la República y, tras conocer la noticia, pronunció con dificultad una frase que ha quedado grabada en lo que somos y que sigue apareciendo pintada en paredes de cualquier ciudad o pueblo de España: Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen. Izquierda Unida fue el azote del gobierno de Aznar que formó esa alianza conocida como la cumbre de las Azores en la que Estados Unidos (Bush), Inglaterra (Blair) y España (Aznar) impulsaron lo que terminó siendo la invasión de Irak.

Lo más importante que hizo Julio en su vida, según él mismo, fue ser el primer alcalde demócrata de la ciudad de Córdoba, entre 1979 y 1986, consiguiendo mayoría absoluta en las elecciones de 1983. En aquellos años, en una ciudad del sur empobrecido, levantó las empresas municipales de servicios básicos, creó infraestructuras importantes y apoyó el fuerte movimiento asociativo de la ciudad. Su manera de hacer política municipal se basó en la austeridad bien entendida.

Julio era poco dado al populismo y de carácter duro.

Cuando en el año 2000 sufrió su tercer ataque al corazón, estando en plena campaña electoral como candidato a la presidencia del gobierno, cedió sus cargos y se retiró de la vida pública, comenzando a hacer política de calle en Córdoba. Sin hacer ruido, renunció a su pensión vitalicia como ex diputado para volver a ejercer como maestro en un colegio público. Solía decir, rodeado de sus amigos, tengo una pensión de maestro, un Seat y un ordenador, no necesito más.

Su forma de entender la política como un ejercicio de coeducación, basada en los hechos y en el ejemplo, le hizo atravesar ideologías y ser respetado por varias generaciones.

Fue un duro negociador político porque, como solía decir, yo no negocio con los principios. Un buen amigo recordaba en estos días la anécdota de la señora que fue a pedirle un autógrafo y de cómo Julio le respondía muy serio yo no firmo una hoja en blanco. Es una buena metáfora de su actitud atenta y consciente, basada en unos principios marxistas, aunque, como él siempre decía, no soy comunista de misa y olla, reivindico mi parcela de pensamiento. Siendo un hombre fiel a su partido, mostró siempre interés por hechos e ideas que fueron naciendo.

El 13 de mayo de 2016, Julio aparecía por sorpresa en un mitin político de Podemos en Córdoba y se fundía en un emocionante abrazo con Pablo Iglesias, apelando al espíritu de la transición y de la confluencia, al tomar la palabra pidió a los movimientos políticos de izquierda y a los colectivos sociales abandonar la cultura de la resistencia por la cultura de gobierno. Hoy Pablo Iglesias es vicepresidente del gobierno.

Julio cada mañana tomaba café en un bar junto a su casa y después de leer la prensa se dirigía hacia la popular plaza de la Corredera, en la que bajo la sombra de un centenario arco jugaba sus partidas de dominó con los amigos de siempre, hablando de la vida, de las lecciones del tiempo.

Poder decir que fue nuestro alcalde, con la boca llena, en cualquier lugar, siempre fue la mejor manera de presentar a la gente de mi ciudad. Buen viaje maestro.

(*) Publicado en el semanario BRECHA (Uruguay).

Profesor de la Universidad de Córdoba