En los últimos años la evolución de la tecnología ha permitido posibilidades nuevas dentro del mundo del trabajo en las sociedades avanzadas. Una de las formas que más impacto positivo están teniendo en las vidas es el trabajo remoto o teletrabajo.
El teletrabajo consiste en el desempeño de las tareas de producción en un lugar distinto a un centro habitual de trabajo, como la oficina, las fábricas o las plantas industriales. La herramienta habitual es un ordenador que necesita de una buena conexión a Internet y un lugar donde poder realizar las tareas de manera concentrada, ya sea desde el propio hogar o desde algún espacio habilitado. Con estas dos condiciones, es posible transformar el paradigma clásico de la estructura social laboral y aprovechar esta posibilidad que cada vez se abre más camino como un método, tal vez no revolucionario puesto que no se puede aplicar a todas las profesiones, pero si como una forma de emancipación en algunas capas sociales con menores oportunidades de una vida mejor.
El teletrabajo puede ofrecer infinidad de ventajas para el empleado si se aplica desde un enfoque emancipador, hacia la mejora de las condiciones de vida de muchas personas, independientemente del lugar de origen.
Para el emigrante, la ciudad o el país donde vive no es en muchos casos el lugar elegido sino el obligado por el trabajo. El querer volver a su lugar de origen es muchas veces un sueño inalcanzable, su latente necesidad de rehacer lazos familiares quebrantados crea en ellos frustración e infelicidad perpetua. Si estas personas pudieran teletrabajar, podrían elegir el lugar donde vivir acorde a sus necesidades económicas y familiares, pudiendo realizar el mismo trabajo desde otros lugares.
Las ciudades podrían quedar más descongestionadas de tráfico debido a que los desplazamientos a las oficinas quedarían muy reducidos, con la consecuente disminución de la contaminación.
Un teletrabajador puede organizar su horario laboral en función de las necesidades de su vida. Su tiempo de trayecto diario lo gana para poder realizar otras tareas más útiles y, tal vez, más gratificantes.
Para conseguir estas ventajas laborales, como siempre ha ocurrido, hay que organizarse. El cambio de mentalidad del empresario que contrata no se consigue por ciencia infusa, hará falta una clase trabajadora que tenga entre sus metas inmediatas el conseguir que el teletrabajo sea considerado un derecho laboral.
Existe una forma de contratación que ya se está extendiendo en el ámbito tecnológico, consistente en trabajar en remoto desde cualquier parte del país o del mundo. Por ejemplo, una compañía informática con sede en San Francisco necesita desarrolladores en el área de California, no los encuentra y decide contratar a los que estén en la costa Este de Estados Unidos, a pesar de la diferencia horaria. Si no los encuentra en el país, contrata a personas cuyas residencias están en México, Argentina, Perú, India o cualquier país de Europa. Esta idea sería revolucionaria sino fuera porque se está mezclando con una vieja práctica capitalista. Las empresas se rigen por el mercado y adaptan los salarios al nivel de vida de cada país. A pesar de que un trabajador de la India va a producir la misma ganancia para la empresa, su salario será muy inferior al que recibe el que realiza la misma labor en Estados Unidos. Esta práctica, conocida como externalización, es la que debemos criticar desde una perspectiva emancipadora. El salario no debería depender del valor que tiene un trabajador en su país de origen, sino del valor de su fuerza de trabajo.
Planteando el teletrabajo como una forma de dar oportunidades laborales a personas de países en vías de desarrollo, el problema del desempleo se podría reducir drásticamente, dando formación y trabajo a muchas personas que lo necesitan. Uno de los retos es dotar a la población de un ordenador con conexión a Internet. El otro es ofrecer la posibilidad de cursos de formación gratuitos a través de instituciones públicas universitarias. Ya se dieron iniciativas en este sentido, las llamadas MOOCS fueron plataformas de formación gratuita online que surgieron de las universidades más prestigiosas del mundo. Plataformas como EdX y Coursera fueron pioneras pero la gratuidad duró poco tiempo y los cursos se hicieron de pago por suscripción.
En resumen, el sector tecnológico, a pesar de las crisis económicas y de las reticencias, sigue siendo una fuente de empleo en todo el mundo y lo seguirá siendo en el futuro. Nos ofrece nuevas posibilidades de mejorar nuestras vidas. Si se le da la importancia necesaria, el enfoque y la práctica postcapitalista, las posibilidades son inmensas.