Los tiempos aprietan y las formas más despóticas y criminales de explotación y dominación siempre amenazan con volver a caer sobre todas nosotras. Es un hecho que cuando ya no hay para todos, los codazos comienzan a aparecer y el darwinismo social se alza como la única ley vigente. Pasa un poco como cuando éramos pequeños y jugábamos a las sillas musicales e iban quitando una silla a cada turno, y cuando paraban la música todos íbamos corriendo a sentarnos, pero cada vez había menos y el ansia era mayor.
Algo similar sucede hoy en día, lo podemos ver en las noticias, en lo que dicen nuestros vecinos, en los malditos bulos que se comparten por redes sociales y a lo que dedican horas los programas de tertulia de la mañana. Estamos en boca de todos y todo el mundo tiene una opinión que dar acerca de lo mal que funcionan las cosas, y casi siempre la regla de oro de cómo se arreglarían esas supuestas cosas que andan patas arriba es con mano dura, hablando de mayorías, consenso, libertad y democracia, pero que a la práctica supone un recorte de libertades; curiosa democracia la que dicen defender mientras le arrancan jirones. Este sinsentido está a la orden del día y pasa por un ordenamiento de la sociedad, es decir, que tenemos que estarnos quietos porque las cosas se han ido de madre.
Lo que sigue a esta retórica es culpar al gobierno socialcomunista, término que usan los fascistas de hoy como lo hacían los del 36, y los de los 80; luego dicen que es la izquierda la que incurre guerracivilismo. Por último, pero no menos importante, es hablar de las mujeres porque, admitámoslo de una vez, nosotras siempre somos ese tema de conversación del que siempre se nos desplaza, aunque no haya nadie mejor que pueda hablar del asunto. Esto, lejos de la tradicional guerra de sexos —géneros, llamadlo cómo queráis—, se basa en una lucha —cada vez más a campo a abierto— entre los que defendemos la democracia y aquellos que dicen amarla mucho, pero quieren suprimirla más.
El malestar de los reaccionarios de este país con la democracia es el mismo que tienen los machistas con las mujeres, que dicen quererlas tanto que las acaban matando. Ya conocéis esa frase tan terrible y real: “la maté porque era mía”. Los que odian a las mujeres son los mismos que odian las libertades.