Nayib Bukele nació en El Salvador, uno de los países más pequeños de América Latina, equivalente a la superficie de la Comunidad Valenciana, con seis millones de habitantes y en medio de una guerra que dejó un saldo de 75.000 muertos, un historial de masacres horrendas y una herencia de decenas de miles de heridos, lisiados y exiliados. Nayib estaba en el vientre de su madre en 1981, en el momento en el que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) se lanza a la guerra total. Con apenas ocho años vio a las tropas guerrilleras entrar en masa a San Salvador. Y no había terminado la primaria cuando se llega a un acuerdo de paz.
A pesar de haber nacido en un país tan violento, vive con la tranquilidad de un chico de familia acomodada. Su padre, Armando Bukele Kattán, fue un exitoso empresario, académico y periodista de origen palestino y fe musulmana, uno de los primeros promotores de la construcción de mezquitas en América Latina. Pertenecer a la clase alta de El Salvador le permitió a Nayib abandonar los estudios y, con apenas 18 años, dirigir su propia empresa. Con el tiempo se convierte en un hombre extrovertido, juvenil, simpático y conversador, sin dejar de actuar como un niño rico y caprichoso que siempre quiere tener razón y sufre de incontinencia verbal.
Manipulador en las redes
Entra en contacto con el FMLN a través de su padre, un hombre de izquierda y amigo personal del líder comunista Shafick Handal. Armando Bukele compra una agencia de publicidad y pone a Nayib al frente con la idea de romper el cerco mediático que sufrían quienes criticaban a los gobiernos de derecha. El chico hace bien las tareas, demostrando sus dotes de comunicador, y sobre todo muestra una gran habilidad en el uso de la comunicación digital, algo prácticamente desconocido para los viejos comandantes del FMLN. El premio no se hizo esperar. En 2012 la antigua guerrilla lo presenta como candidato a la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, una pequeña localidad en la periferia de San Salvador.
Apenas asume el cargo de alcalde, brilla gracias a su atención a temas sociales, a su capacidad de comunicación política y también al trabajo de su agencia de publicidad que lo potencia en las redes con métodos no siempre éticos ni legales. Nayib estuvo acusado de manejar dos entramados con miles de troles (identidades falsas) y también de organizar campañas desde algunos periódicos digitales. Los usa para proyectar su carrera política y despedazar a quién intente cuestionarlo. Se ha opuesto siempre a la aprobación de una ley que regule ese tipo de actividades, terreno donde tiene una clara ventaja, incluso frente a los grandes medios de comunicación de la derecha.
Pragmático y audaz
Una vez que empezó a correr ya nadie lo pudo parar. Era un nuevo tipo de líder del FMLN. Joven, simpático, exitoso, carismático y directo, de los que no expresan “la posición del partido” sino sus propios criterios. En 2015 su proyección política era tal que fue candidateado por el FMLN y se convirtió en el alcalde de la capital. Era la última etapa en la carrera hacia la presidencia y Nayib necesitaba un golpe de efecto que lo destacara del resto de los alcaldes capitalinos de la derecha y de la izquierda. Decidió realizar una gigantesca operación rescate que lo proyectaría como un líder eficiente, pragmático y audaz. El alcalde Bukele se propuso salvar el centro histórico de San Salvador.
Durante décadas esa zona de la capital fue uno de los lugares más inseguros de la ciudad. Los vendedores ambulantes se tomaron primero las aceras y después la mayor parte de las calles, dejando una estrechísima vía para el tránsito vehicular. La venta de objetos robados, productos de contrabando e incluso medicamentos de dudosa procedencia se mezclaba con camellos, carteristas y todas las variantes posibles de ladrones y estafadores. Pululaban bares y billares de mala muerte, donde había que pasar varias rejas para poder entrar, dada la peligrosidad del ambiente social.
Nayib hizo el milagro. Transformó el centro histórico de San Salvador en un espacio abierto para todos, un lugar para pasear en familia. Habilitó parques y plazas, colocó cientos de luces en el alumbrado público, entregó permisos para abrir cafeterías y restaurantes. Lo logró utilizando todos los métodos a su alcance, aplicando las leyes, reprimiendo, endeudando a la alcaldía, negociando con los diferentes factores sociales y también comprando voluntades en efectivo, como las de algunos dirigentes de los vendedores ambulantes a los que convenció de que dejaran las calles y se instalaran en centros comerciales.
Expulsado del FMLN
Su figura comienza a despertar desconfianzas y celos en la dirección del FMLN, cuyos miembros no habían llegado hasta allí por simpatía o carisma sino tras un largo camino de sacrificios y peligros. Para ellos estaba claro que Nayib sería incontrolable, que no acataría la disciplina partidaria y que contaría con el apoyo de la mayoría de las bases, en particular de los más jóvenes, que respetaban a los históricos pero se identificaban generacionalmente con el alcalde capitalino. Manejaban los mismos códigos. Un enfrentamiento de Bukele con una dirigente de la alcaldía genera la tormenta necesaria para que una comandante guerrillera exija y logre su expulsión del partido.
En un primer momento se sintió traicionado pero pronto comprendió que su enemiga lo benefició separándolo de un partido que había sufrido un largo desgaste político tras dos periodos de gobierno consecutivos. Nace así una estrella en medio de la oscuridad. Los salvadoreños, cansados de la miseria de la derecha y decepcionados de los escasos cambios sociales promovidos por la izquierda, encuentran otra vía en Nuevas Ideas, la organización creada por Bukele. El joven empresario se presenta como equidistante de la derecha y de la izquierda. Una alternativa, dice, a los partidos tradicionales, tan burocráticos, inoperantes y corruptos.
Paradójicamente terminará aliado con GANA (Gran Alianza por la Unidad Nacional) , posiblemente el partido más corrupto del abanico político nacional, una escisión de la extrema derecha de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) . Lo necesitaba para poder presentarse a las elecciones sin tiempo para legalizar a su grupo. Nadie sabe con exactitud cómo fue la negociación pero entre Nayib Bukele y Guillermo Gallegos, líder de GANA, debe haber tenido características de transacción comercial. Gallegos aportó la legalidad necesaria para la candidatura presidencial y Bukele los votos para ganar. ARENA y el FMLN temblaron. Y con razón. La nueva alianza venció y los sacó del escenario.
Un nuevo líder mesiánico
Nayib Bukele tiene muchos críticos pero hay que reconocer que ha demostrado ser un político extremadamente astuto, pragmático y capaz de sacar ventajas incluso de las derrotas. Supo alcanzar la presidencia en un tiempo record, en la primera vuelta, bajo el fuego cruzado de la derecha y de la izquierda, apoyado en un partido de alquiler y sin un plan de gobierno. Una de sus colaboradoras preguntó y la respuesta fue que el programa es lo que el presidente diga y haga en cada momento sobre cada cosa.
Al flamante presidente quisieron aplicarle la misma receta que usaron contra el FMLN, frenando cualquier iniciativa mediante el uso de artimañas burocráticas, pero se encontraron con alguien mucho más audaz que los viejos guerrilleros, un político capaz de romper las reglas del juego cada vez que lo necesita. Los diputados le bloquearon la aprobación de un presupuesto para gastos de seguridad ciudadana, uno de los temas que más preocupan a los salvadoreños. Su respuesta llegó el 9 de febrero cuando, dirigiendo a un grupo de militares, se tomó la sede legislativa.
Podría haber devenido en un autogolpe de Estado pero Bukele asegura que, cuando ya estaba sentado en la silla del presidente del Parlamento, Dios le habló al oído y le pidió que tuviera paciencia. Con esta versión de los hechos nace un nuevo líder mesiánico en la región y, a diferencia de otros, Nayib tiene la herencia genética necesaria para consagrarse y creérselo: su familia asegura ser originaria de Belén y Jerusalén. Tal vez Dios salvó a la democracia salvadoreña pero el mesías dejó muy claro que no permitiría que la burocracia política lo crucificase. Nadie puede confirmar que Dios aconsejó al presidente pero se sabe que la embajada le comunicó que no apoyarían un quiebre institucional. Nayib entró rápido en razón. Un empresario sabe que jamás debe pelearse con su banquero, sobre todo cuando la economía nacional se sostiene con los 4.000 millones de dólares de las remesas familiares que llegan desde Estados Unidos. Desde el primer día de su gobierno trató de complacer a Washington. Rompió las relaciones con Venezuela y se convirtió en cazador de los emigrantes que pasan por su país rumbo al norte. Bukele escribe tuits burlándose de otros presidentes pero nunca ha tocado a Trump. Su canciller, Alexandra Hill, lo sintetizó maravillosamente: “¿Cómo vas a morder la mano que te da de comer?”.
Sin control
Otro de los éxitos atribuidos a su gestión es la caída en vertical de la cantidad de asesinatos, que pasó de una decena diarios a apenas uno o dos en unas pocas semanas. Se especula con que ha llegado a algún tipo de negociación con las maras, las pandillas organizadas. Milagrosamente, dejan de matar pero siguen delinquiendo en sus zonas de influencia, traficando drogas y cobrando impuestos a los comerciantes a cambio de protección. Sin embargo, la luna de miel entre el gobierno y las maras pareció romperse cuando se produjeron medio centenar de asesinatos en un fin de semana. Bukele respondió por twitter, dando barra libre a los cuerpos de seguridad para “el uso de la fuerza letal en defensa propia o de la vida de los salvadoreños” Con Nayib es difícil saber si habla con Dios, obedece a la embajada o negocia con las maras. Con él se impone una nebulosa porque desde el inicio de su mandato disparó sus cañones contra todo lo que pudiera implicar rendición de cuentas o fiscalización de su gobierno. El primer paso fue disolver la Secretaría de Transparencia y después se ha negado a informar sobre su gestión y sus gastos. Ni siquiera responde cuando los datos se solicitan a través del Instituto de Acceso a la Información, una institución rectora a la que el presidente debería obedecer.
En la pandemia
La cuarentena decretada por su gobierno es a rajatabla y quienes la violan son apresados y trasladados a centros donde no tienen las mínimas condiciones de seguridad sanitaria. La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia ordenó a Bukele liberarlos porque no hay una ley que ampare esas detenciones. El presidente desconoció al poder judicial y respondió, también por twitter, diciendo que no acataría una decisión que equivale a matar salvadoreños. En un nuevo enfrentamiento con el poder legislativo, se negó a recibir a 4.500 salvadoreños varados en el extranjero desde que se cerró el país. El Parlamento se reunió para eliminar el veto presidencial pero, poco antes de que se votara, un tuit de Bukele ordenó suspender la sesión porque un equipo de contención epidemiológica detectó “una significativa sospecha de COVID-19 en la Asamblea Nacional”.
Con la pandemia, muestra su liderazgo desde el inicio. Cierra de inmediato las fronteras, declara cuarentena domiciliaria en todo el país y anuncia la entrega de 300 dólares a un millón y medio de personas con bajos ingresos que no pueden trabajar. Suspendió por tres meses el pago de los alquileres, las cuotas de los créditos hipotecarios, la electricidad, el agua, el teléfono, el cable e Internet. Finalmente se dirigió a los empresarios, advirtiéndoles que no deberían preocuparse por ser un 10% menos ricos si tienen dinero para veinte vidas. “Cuando no pueda respirar -les dice-, lo que menos le va a importar es su cuenta del banco, lo que va a querer es que haya un ventilador mecánico”.
En febrero, una encuesta de popularidad realizada por el periódico derechista La Prensa Gráfica le daba a Bukele una aprobación popular del 85%. Su estrella aún brilla pero tendrá que enfrentar tiempos muy difíciles cuando pase la situación de emergencia, lleguen las facturas del gasto público y haya que levantar la maltrecha economía en medio de una recesión mundial. Entonces tal vez sienta la falta de un programa de gobierno y de una base social políticamente estructurada. Y sufra el resentimiento de los poderes legislativo y judicial, además de la desconfianza de una clase empresarial que fue capaz de ir a la guerra durante una década con tal de no perder ni el 10% de sus ganancias. El grave peligro para la democracia salvadoreña es que Nayib Bukele deje de obedecer a Dios o a la embajada y pierda la paciencia.