El sueño europeo para muchos puede ser la salida de la pobreza. El cambio de país, los salarios más altos y las fuentes de trabajo impulsaron a más de dos millones de españoles para dejar el país y buscar mejor vida en otros lugares.

Cada historia es un mundo distinto. No todos corrieron con la misma suerte. Algunos regresaron con las mismas ilusiones. Pero también hay relatos de esfuerzo y éxito y, pese a que volvieron, no dudarían en salir otra vez.

Quiero hacer que nuestras voces sean escuchadas y conozcan la fuerza, la valentía y la resiliencia de quienes hemos tenido que dejarlo todo y seguir construyendo caminos.

Detrás de las monumentales dimensiones de esta crisis migratoria, miles de seres humanos vivimos historias desgarradoras que nos hicieron abandonar nuestra patria.

Muchos emigrantes no quieren mostrar la cara ni hablar ante las cámaras. Les da pena que su familia los vean cansados. Emigrar para aliviar el hambre, conseguir unos euros para nuestras familias o para quedarnos e iniciar una nueva vida.

Han pasado algo más de siete años y medio desde que con mi familia tuvimos que abandonar nuestra casa para buscar un futuro mejor en otro país. Como a tantos otros, la crisis económica de 2008 nos golpeó e hizo que perdiéramos todo lo que teníamos. Era autónomo y tenía una pequeña empresa de estructuras metálicas para grandes superficies comerciales, con veinte empleados y contratos de grandes compañías de todo el Estado.

La empresa quebró y la recesión me obligó a poner todo mi patrimonio sobre la mesa. Comenzó mi pesadilla, la de mi mujer, María Coral, y la de mis hijos, Leandro y Yhasmin, en aquel momento de 8 y 12 años respectivamente. Estuvimos cuatro años malviviendo con trescientos sesenta euros de subsidio que no daban para nada y con problemas con los asistentes sociales. Tuvimos que vivir dos desahucios.

Busqué ofertas por internet hasta que encontré una en Alemania que parecía irrechazable, ya que ofrecía trabajo en una fábrica y una habitación por 300 euros. En junio de 2013 vendi mi coche y compre un vuelo para mi familia hacia Wuppertal. Llegamos a un portal y no había nada. Nos vimos perdidos. Decidimos coger un tren para regresar.

España es una máquina de fabricar indigentes

Una serie de casualidades iban a cambiar nuestros planes. Las vías del tren estaban cortadas y tuvimos que parar en Remscheid en busca de un lugar para pasar la noche. Una mujer nos recomendó ir a la Coordinadora Federal del Movimiento Asociativo de Alemania, una especie de consulado que ayuda a la gente gratis.

Entramos en el bar Andalucía, donde conocimos a un cocinero que trabajaba para las misiones católicas de lengua española en Alemania, cuyo objetivo era ayudar a los emigrantes y de las que por aquel entonces era delegado nacional el sacerdote navarro José Antonio Arzoz Martínez.

Nos ofreció comida y cama durante quince días, el tiempo que tardé en encontrar mi primer trabajo en Alemania como soldador. Le queremos agradecer todo lo que ha hecho por nosotros y aprovechar estas líneas para hacerle un homenaje porque es una persona maravillosa y se lo merece.

Después de casi ocho años en Alemania, ahora trabajo para el ayuntamiento recogiendo basura con un contrato indefinido y mi hijo e hija estudian. Mi mujer, por su parte, no puede trabajar debido a que tiene artrosis.

Al principio la integración en Alemania fue fatal, porque el idioma es imposible, sobre todo para los mayores. Al final los hijos son los que ganan y ahora hablan perfectamente español, inglés y alemán.

No me arrepiento de haber tomado la decisión de abandonar mi país en busca de un futuro. Ahora tenemos una vida digna, cosa que no teníamos en España que es una máquina de hacer indigentes.

Trato de humanizar el fenómeno migratorio, de poner cara al emigrante que se va, a la esposa que espera, a los hijos que añoran a su padre: una de las grandes paradojas del fenómeno migratorio es que un miembro de la familia se va para que el resto de la familia viva de una mejor manera. Juntos estarían mejor si la emigración no fuera una necesidad imperiosa en España.

/ Wuppertal (Alemania)