En esta vida pocas cosas son fruto de la casualidad (si es que alguna lo es) y casi todas son el efecto de causas más o menos conocidas, o antes o después reconocidas. Esto no significa que detrás de todo lo que ocurre haya planes perfectamente urdidos por secretos representantes del poder sentados alrededor de una mesa, cual consejo de administración, que ultiman hasta el último detalle de unos planes de dominación global que determinan nuestras vidas. Entre las élites globales, y entre estas y las locales, también hay tensiones, luchas y competición. Los recursos y los sistemas de acumulación de poder varían con y en el tiempo. Y el capital es lo suficientemente flexible para apoyarse en unas u otras, dependiendo de quienes en cada momento le aseguren sus inflexibles intereses de acumulación.
A finales del pasado mes de septiembre, la Comisión Europea, con la excusa de arrastrar a las negociaciones a Polonia y Hungría (dos de los países europeos donde la extrema derecha es ley) lanzaba las líneas maestras para la reforma migratoria; básicamente se trata de eliminar las hasta ahora cuotas obligatorias en el reparto de refugiados, y cambiarlas por dejar a los países decidir entre acoger migrantes o pagar más para expulsarlos. Tras afirmar que “el antiguo sistema para lidiar con la migración en Europa ya no funciona”, la presunta solución pasa por devolver a los inmigrantes a sus lugares de origen casi de forma inmediata, y convertir definitivamente la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) en una auténtica policía de fronteras. El colmo del abuso del eufemismo se lo lleva las medidas denominadas “retornos o acogidas patrocinados” que para resumir significa que un país pague a otro para sacudirse las manos de toda responsabilidad.
No es difícil prever que esto tendrá consecuencias en los países receptores de migrantes, la presunta sobrecarga de los países del sur, más percibida que real, en muchos casos fruto de una información sesgada y sensacionalista que da voz y sustento de forma injustificable a los mensajes de odio de la extrema derecha. En un momento de incertidumbre y zozobra como el que la mayor parte de la población está viviendo a causa de la pandemia y sus crisis asociadas, un culpable débil, da una oportunidad para alentar el miedo que lleva al odio que puede aupar los fascismos en el sur.
Y así, mientras la segunda ola del Covid-19 convierte Madrid en el centro europeo de la pandemia, gracias a la inacción y dejación de funciones del nefasto gobierno de la nefasta presidenta Díaz Ayuso, que puso en todo momento, de forma necia, la reactivación económica por delante de la salud y la vida de los habitantes de la Comunidad de Madrid, la ínclita presidenta tiene la desfachatez de achacar directamente en sede parlamentaria la exponencial subida de los contagios de los distritos del sur “al modo de vida que tiene nuestra inmigración en Madrid”.
Señalar y estigmatizar a los colectivos más débiles, más vulnerables, es tan viejo como las epidemias medievales, pero lleva funcionando desde entonces. El fascismo se alimenta de ese miedo y de esa desesperación entre las clases populares. El único antídoto para que no prenda es estar a pie de barrio, vacunando con solidaridad y trabajo y señalando a los verdaderos culpables, ninguno de los cuales ha llegado aquí en patera, vive hacinado en pisos de 50 metros cuadrados, ni desempeña trabajos precarios.
Si conocemos las causas, podemos evitar las consecuencias.