Se han cumplido diez años del 15-M, una fecha que desde 2011 se ha convertido en emblemática para el análisis político actual. Las interpretaciones y el sentido que se le ha dado desde distintos puntos de vista, recogidos con profusión en los medios de comunicación estos días, inciden en la pervivencia e intensidad de su impacto, en su plasmación en Podemos, con el simbolismo de la coincidencia de este aniversario con la retirada de su máximo referente, Pablo Iglesias, del primer plano de la vida política. En este artículo vamos a enmarcar el 15-M en el centenario del PCE, desde el enfoque que le queremos dar a una celebración histórica que entronca con la actualidad, con las luchas y los debates políticos del momento.

Mientras el 15-M fue un elemento activo de la política española, es decir, mientras se realizaban multitudinarias convocatorias bajo su nombre, los sondeos de opinión confirmaron el enorme apoyo que llegó a acumular. Según el barómetro del CIS de junio de 2011, el 70,3% de la población valoraba las protestas del movimiento 15-M como «positivas» o «muy positivas». Fue un movimiento de todos y de nadie en particular, porque nadie puede arrogarse la iniciativa de un movimiento que destacó por su radical horizontalidad. Precisamente porque el 15-M no tiene ni padres ni madres, ni hijos e hijas, muchos se han lanzado a reivindicarse como fundadores o como herederos. En este artículo sostenemos que tal cosa es imposible, dadas las características del movimiento y dado el desborde que supuso para toda organización pre-existente. Sin embargo, es importante entender qué pequeños cambios estaban dándose en los movimientos sociales durante los momentos previos a aquella explosión popular.

EL CAMPO YA ESTABA SEMBRADO Y ABONADO

A lo largo de 2010 el movimiento estudiantil vivía en España la influencia de dos acontecimientos que fueron determinantes para su posterior desarrollo. Uno incipiente y de gran calado, la crisis económica que arrancó en 2007 y que en 2008 ya nadie cuestionaba, que empezaba a dejarse sentir en la vida diaria de la mayoría de la población y, en especial, en sus sectores más precarizados. Otro, de menor recorrido pero que había marcado profundamente a los jóvenes activistas del momento, la movilización contra el Plan Bolonia, un proceso iniciado en 1999 para crear lo que se definía como un “espacio europeo de educación superior”, que reforzaba la tendencia a su privatización y mercantilización.

Durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008), recordada a menudo por algunos avances innegables en derechos y libertades, se desarrollaron una serie de movimientos sociales que, con mayor o menor éxito, cuestionaron el proyecto económico y social que unía a los dos principales partidos del sistema político español. Cabe destacar el movimiento por el derecho a la vivienda que tuvo un papel importante durante el 15M y que posibilitó la creación de la PAH, que fue durante todo el ciclo uno de los más importantes dispositivos de poder popular. Una crítica al régimen, todavía minoritaria, que marcaba una tendencia de radicalización en el mejor sentido de la expresión, de búsqueda de la raíz de las demandas no atendidas de importantes sectores de la población española.

En este sentido, la nueva ley de universidades (LOMLOU), se justificó desde el gobierno de Rodríguez Zapatero como una modernización de la enseñanza superior española, que se presentaba como anquilosada por antiguos métodos pedagógicos y oscuros procesos burocráticos, a la vez que introducía una nueva forma de enseñar, basada en la participación de los alumnos y la autonomía de los centros. El texto legislativo despertó una enorme polémica en la comunidad educativa. Los estudiantes convocaron encierros en todas las universidades, una medida reivindicativa que se aprovechaba para estudiar de manera crítica y discutir la reforma propuesta. Entre sacos de dormir y asambleas, el movimiento estudiantil descubrió que aquella ley no era más que la aplicación en España del Plan Bolonia, cuyo objetivo era modificar la universidad pública de raíz hacia un modelo ultra neoliberal.

La crisis económica iniciada en 2007-2008 arreció en ese momento con un movimiento estudiantil en la resaca de aquel ciclo de movilizaciones contra el Plan Bolonia, pero que enlazaba muy bien con una experiencia de lucha y un discurso que iba a conectar muy bien con el ciclo político que estaba a punto de empezar. Juventud Sin Futuro (JSF) fue la cristalización de esta experiencia política aplicada al nuevo contexto. Aunque su discurso era juvenil, estaba formado íntegramente por activistas del movimiento estudiantil, en este primer momento basado sobre todo en Madrid. En su constitución estuvieron involucradas las principales organizaciones juveniles, lo que implicó, como siempre en las plataformas unitarias, un ejercicio permanente de convivencia y equilibrios internos. La UJCE fue uno de los actores principales en su fundación y tuvo un papel fundamental en su etapa de movimiento social, algo que en demasiadas ocasiones se ha omitido en el relato histórico de estos acontecimientos. Los jóvenes comunistas, en coordinación con el PCE e Izquierda Unida, habían llegado a la conclusión de que era necesario traspasar las barreras de lo meramente estudiantil.

En el análisis que se hacía en ese momento, la novedosa organización universitaria debía emplearse para provocar un nuevo ciclo de movilizaciones, ante la pasividad e incapacidad que estaban demostrando los sindicatos de clase. El pacto de la reforma de las pensiones a inicios de 2011, cuestionado desde muchos puntos de vista, dejaba un vacío en el ámbito de la movilización que era preciso llenar. En este análisis coincidieron tanto la UJCE como los distintos núcleos estudiantiles que posteriormente impulsarían la constitución de Podemos.

ENMIENDA A LA TOTALIDAD

Sin casa, sin trabajo, sin pensión, sin miedo. Juventud Sin Futuro venía a poner sobre la mesa la falta de expectativas que el sistema había provocado en los jóvenes. Era una enmienda a la totalidad que se revolvía ante lo que se consideraba otra traición, la de la bajada de las pensiones, que resonaba en la memoria de los que se tuvieron que movilizar en solitario contra el Plan Bolonia. Esta vez el acertado análisis estuvo acompañado de un contexto socio-económico mucho más propicio. La sociedad estaba ya indignada, pero los instrumentos tradicionales de protesta, decidieron llegar a un acuerdo con el gobierno en vez de canalizar el malestar de los trabajadores y sobre todos de los sectores más precarizados.

JSF convocó una manifestación para el 7 de abril de 2011 y otro pequeño movimiento social, Democracia Real YA (DRY), fijó su convocatoria un mes más tarde: el 15 de mayo. Las dos manifestaciones tuvieron características en común, una afluencia similar de manifestantes, el acuerdo de no acudir con banderas de partidos políticos y la utilización de lemas que ponían en cuestión al sistema por completo. Lo que acabó por ser determinante fue la acampada. La Puerta del Sol se convirtió en una complejísima organización viviente que sirvió de soporte para la creatividad política de una generación que se rebeló contra todo. DRY aportó una dinámica radicalmente asamblearia basada en el consenso que permitió llegar a importantes acuerdos sin fragmentar el espacio. El impacto de la movilización madrileña desbordó los límites geográficos y se extendió al conjunto del Estado, prueba de que el trasfondo era compartido más allá de las peculiaridades de un determinado territorio.

Juventud Sin Futuro, que había conseguido trasladar una gran parte de su discurso y de sus análisis al nuevo movimiento, tuvo que enfrentarse a un nuevo debate estratégico. El 15-M no estaba dispuesto a reconocer a JSF como su referente juvenil. La independencia del nuevo movimiento exigía un empezar de cero, sin dar nada por asumido. El 15-M supuso el final de JSF como movimiento social. Un sector de aquella organización mantuvo la marca y la convirtió en un actor dentro del movimiento estudiantil, mientras que el resto de activistas, incluidos los militantes de la UJCE, se vincularon directamente al 15-M y a sus estructuras sectoriales: las mareas.

MOVILIZACIONES JUVENILES Y CAMBIOS EN EL SIGLO XX Y XXI

No ha sido la primera vez en la historia de España que el movimiento estudiantil ha generado una dinámica de cambios que desbordaron el ámbito académico. Las intensas movilizaciones juveniles en 1928-1929 fueron claves para la derrota de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera; la Federación Universitaria Escolar, la organización que se configuró como actor esencial de ese proceso, desempeñó un enorme papel cultural y político que se plasmó en los avances de la Segunda República y en el caldo de cultivo del proceso que culminaría en el Frente Popular y la Juventud Socialista Unificada.

Las revueltas universitarias de 1956, un año clave en la lucha contra el franquismo, cuando el PCE oficializó su política de reconciliación nacional, tuvieron un enorme impacto en las generaciones de profesionales y en la cultura de la izquierda española.

Aun siendo conscientes del riesgo de los paralelismos en el análisis histórico, hay algunas constantes en las experiencias señaladas que son muy útiles para el debate que queremos abrir en el centenario del PCE. El enorme empuje del movimiento estudiantil, su consideración como un factor de agitación en favor de una conciencia crítica, el impacto cultural a largo plazo, la apertura a nuevas formas de organización. Una de las dificultades que atravesaron a todas de las corrientes de la izquierda organizada ante el 15-M fue la asunción del cuestionamiento generalizado, que incluía las señas de identidad organizativas. Sin duda, muchas actitudes fueron ingenuas e incluso injustas con algunas experiencias del pasado, pero la clave para todo proyecto de transformación social que quiera poner en cuestión el régimen capitalista existente radica en la generalización de la movilización y la participación. Hace más un activista en el centro del conflicto social, con todas sus contradicciones, que cientos agitando banderas en un ejercicio auto-referencial. Esa es la principal aportación de la mejor tradición del PCE, de su trabajo paciente en la obscura noche del franquismo, de su arraigo en el movimiento obrero y el resto de movimientos sociales.

(*) Rosa Valiente, licenciada en historia y productora de cine / Mauricio Valiente, Responsable de la Comisión Preparatoria del Centenario del PCE