La historia que voy a contar no es de ahora mismo, ocurrió hace ya unos años, pero transmite de una manera ejemplar cómo el arte orientado por el compromiso puede realizar una labor pedagógica inmensa o cómo, dicho de otra manera, una causa social justa puede amplificar su alcance popular si viaja montada en el vehículo del verdadero arte, de la cultura con mayúsculas. Y eso es lo que le da a esta historia una vigencia y una actualidad perennes.

Ocurrió en Rosario, la ciudad de Argentina donde nacieron el Che Guevara y el futbolista Messi. El joven Fernando Traverso caminaba por una calle rosarina cuando se cruzó con su amigo Cachilo, un compañero de militancia, que iba montado en bicicleta. Fernando le saludó pero, para su sorpresa, su amigo le ignoró, hizo como que no le conocía, evitó el saludo y continuó de largo. Fernando se quedó muy extrañado por ese comportamiento. Siguió caminando, ahora más despacio, pensando sobre lo que le acababa de suceder. Al poco rato decidió dar la vuelta y seguir la senda por donde se había ido su amigo. No muy lejos encontró su bicicleta candada en un pequeño árbol. Al día siguiente, Fernando volvió al mismo sitio y observó que la bicicleta seguía atada en el árbol. Hizo lo mismo en los días posteriores, y comprobó que la bicicleta seguía estando en el mismo sitio. Indagó sobre el paradero de su compañero y nadie, ni amigos ni familia, sabía nada de él. Por fin lo comprendió. El día en que se cruzaron, su compañero sabía que estaba siendo perseguido por la policía y evitó el saludo para salvarle. “Me cuidaste y seguiste de largo”, escribió tiempo después Fernando Traverso en un poema. Poco después de sujetar su bicicleta en el árbol, su amigo fue detenido y lo hicieron desaparecer, fue uno de los cientos de desaparecidos de la dictadura argentina (1976-1983), de los asesinados por el terrorismo de Estado tras el golpe del general Videla.

Un día de 2001, casi 25 años después de aquel suceso, comenzaron a aparecer unas misteriosas bicicletas negras, de tamaño natural, pintadas sobre las paredes de Rosario. Junto a ellas, bajo su cuadro, aparecían pintados dos números, uno en negro, que cada vez era distinto, y otro en rojo, que era siempre el mismo, 350. Aparecían al amanecer en paredes de casas, de escuelas, de fábricas abandonadas, en los muros de los que fueron centros de detención y tortura. Hasta que apareció la última que cerraba la cuenta, con los dos números, el de negro y el de rojo, que en este caso eran coincidentes: 350/350. La ciudad se preguntaba qué significaban aquellos grafitis. Fernando Traverso, aquel joven militante social se había convertido en un artista plástico y era el autor. Fernando mantuvo el secreto durante un tiempo para que con el misterio se desplegara la imaginación popular, la reflexión sobre su significado. Cuando el enigma ya se había convertido en una leyenda urbana, Fernando explicó su significado. Esas bicicletas representaban a todos los desaparecidos por la dictadura argentina en la ciudad de Rosario que en ese momento se contabilizaban en 350, luego se supo que fueron muchos más. Desaparecidos como su amigo Cachilo. Cada una de las bicicletas recordaba y homenajeaba a un desaparecido, una víctima de la dictadura argentina. Una bicicleta vacía refleja con mucha fuerza la imagen de un cuerpo ausente, del cuerpo de los desaparecidos, y así sus bicicletas se trasformaban en una metáfora de la ausencia.

La obra tuvo una enorme repercusión y su ejecución, que se prolongó durante cuatro años, estuvo poblada de numerosas anécdotas. Cuando borraban alguna de las bicicletas que había pintado, Traverso pintaba sobre la misma pared “¿Alguien vio una bicicleta que dejé aquí?” También alguna anécdota amorosa. Fernando pintaba de noche para pasar desapercibido, en las noches de invierno tapado con un gorro y bufanda, y terminaba sus obras poco antes de las luces del amanecer. Una de esas noches fue sorprendido por un joven que le pidió que pintara una de sus bicicletas en la pared de su casa porque quería darle ese regalo a su mujer cuando se levantara por la mañana.

Traverso, compañero de militancia de muchos de esos 350 desaparecidos, también tuvo que pasar a la clandestinidad poco después de ser salvado por su amigo ciclista. No se marchó al exilio exterior, se fue a otra provincia, a Corrientes, en el noroeste argentino, donde pudo pasar desapercibido y salvar su vida. Las bicicletas que pintó se convirtieron en un símbolo para la memoria histórica de la ciudad que las integró como intervención urbana llamada bicicletas vacías en su archivo provincial de la memoria, organizando visitas y recorridos para escolares y ciudadanos. Y fue premiada como obra artística por el museo municipal de Bellas Artes de Rosario. Las bicicletas de Fernando Traverso cambiaron el paisaje de la ciudad y, cuando uno las mira mientras pasea por Rosario, cada uno de aquellos desaparecidos ausentes emerge y se vuelve vivo en su memoria.