La desigualdad económica entre los seres humanos hunde sus raíces en el tiempo, si bien su más claro inicio se situaría en el Neolítico, vinculada a la aparición de la propiedad privada. La brecha fue ahondándose con el tiempo hasta llegar al perfil que conocemos y que separa profundamente clases y países.
Señalemos como punto de partida que no es correcto hablar de países pobres o ricos, sino empobrecidos y enriquecidos, ya que la expansión de unos se ha venido haciendo a costa de la explotación de los otros. La fractura económica que sufre el mundo, separado en dos bloques, Norte y Sur, no es consecuencia del azar o de la mala suerte sino de malas prácticas, injusticias estructurales, que han hundido a muchos grupos de población. Veamos, sin ser exhaustivos, alguna de las razones de la desigualdad.
En primer lugar encontramos las conquistas, comunes en la historia de la humanidad, en las que el pueblo invadido suele ser expoliado en recursos y personas. Quizás una de las mejor conocidas, por nuestra proximidad histórica, sea la de América que tan drásticamente redujo la población indígena del continente. En el artículo que un equipo investigador publicó en Clinical Pediatrics [1] se concluía que los mayas, antes de la Conquista, no tenían problemas graves de nutrición. Esta observación coincide con la de los viajeros que en el siglo XVI y siguientes recorrían África, mostrando que la alimentación de los nativos era variada y la agricultura próspera.
En América, en el periodo comprendido entre 1500 y 1660, llegaron a Sevilla 185.000 kilogramos de oro y 16 millones de kilos de plata, lo que impulsó decisivamente el desarrollo de Europa. El coste humano del trabajo indígena es fácil de imaginar. En su segundo viaje, Colón llevó caña de azúcar desde las Islas Canarias, introduciendo el monocultivo (lo que harían también los portugueses en Brasil) para disfrute de los europeos mientras la tierra se agotaba y la diversidad de recursos alimentarios desaparecía. Además, los monocultivos resultan ser una peligrosa práctica, sujeta a los vaivenes económicos, que hunde a los países cuando los precios bajan. Haití, el país hoy más pobre de américa Latina, fue uno de los más perjudicados.
Las conquistas adquirieron en el siglo XIX la forma de colonialismo. Toda Europa se lanzó a la ocupación de territorios, dado el crecimiento de la población y el grado de desarrollo económico, que la condujo a la búsqueda de materias primas. Una de las experiencias más crueles la llevaría adelante el rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo, donde los nativos trabajaban en régimen de terror para la extracción del preciado caucho. Pero ingleses, franceses, holandeses o italianos no le fueron a la zaga.
Una de las consecuencias, cuando el país llegue a descolonizarse, serán las migraciones hacia la antigua metrópoli que, como todos los momentos migratorios de la historia, se han producido a la búsqueda de mejores oportunidades o huyendo de conflictos y persecuciones. Lo que les espera son los peores empleos, barrios marginales y exclusión. No suele haber piedad para los que llaman a las puertas de los países enriquecidos sobre sus recursos materiales y humanos.
El tercer factor es la esclavitud. Superado nominalmente el régimen esclavista que contribuyó al florecimiento de las civilizaciones antiguas, volvió a aparecer en el siglo XVI centrándose especialmente en el continente africano. Según iban reduciéndose las poblaciones indígenas, hubo que recurrir a mano de obra esclava, desde las plantaciones de azúcar de las Antillas al cultivo de algodón de las fincas del Norte. La utilización de este combustible humano resultó muy eficaz para el desarrollo de las zonas en las que se les explotaba y el enriquecimiento de las élites locales. La situación cambió -y la esclavitud fue abolida- cuando se comprobó que resultaba más caro mantener a un esclavo que pagar un salario mísero a un trabajador libre.
Según las fuentes, se cree que salieron de África entre ocho y veinte millones de personas, la mayoría varones. El golpe demográfico y económico que supuso para el continente es fácil de imaginar, lo que se fue acentuando con otras prácticas como la segregación y el apartheid.
Encontramos un cuarto factor con las enfermedades, algunas de las cuales son auténticas pandemias para los países empobrecidos. La malaria ha sido descrita como un claro factor de subdesarrollo, alcanzando en 2019 229 millones de casos en el mundo, con 400.000 fallecidos, sufriendo África el 94% de las infecciones. Una reciente vacuna ha suscitado grandes esperanzas aunque el investigador colombiano Manuel Patarroyo ya había realizado una propuesta en 1987, en un contexto de conflicto con las compañías farmacéuticas que pretendían apropiarse de la patente. Es significativa la falta de inversión de estas grandes transnacionales en enfermedades tropicales mientras fabrican suplementos y productos accesorios -no siempre necesarios- para los países del Norte.
Es indudable que también influyen en el subdesarrollo algunas formas de la tradición y de las culturas ancestrales. Impregnadas a veces de supersticiones y con una buena carga de resignación, se aceptan hechos y situaciones que impiden la evolución y el progreso. Algunas religiones participan también de esta visión, como el hinduismo en el que desde hace 2.500 años se instituyó el sistema de castas. El cuerpo del dios Brahma se dividió en diferentes partes, por orden de importancia, constituyendo la inferior los dálits o intocables, lo que les supondrá llevar una vida de dificultades y limitaciones, especialmente los niños.
Otro factor, no menor, es la corrupción. Las políticas de los países coloniales e imperialistas encuentran el terreno allanado a través de élites locales que suelen llevarse una buena tajada económica a cambio de su complicidad. Algunos de los episodios más sangrientos proceden de la Guerra Fría, donde sátrapas y dictadores gozaban de carta blanca siempre que mantuvieran al país alineado con el bloque dominante. Uno de los peores casos fue el régimen de Mobutu en el país rebautizado como Zaire tras un golpe de Estado, con el apoyo de la CIA, en 1960. Su fortuna personal, a su fallecimiento, ascendía a 5.000 millones de dólares, cantidad superior a la deuda que tenía contraída la nación.
Un modus operandi similar se producía en Centroamérica, donde existían dictaduras vitalicias y hereditarias, como la de los Somoza en Nicaragua o la que derrocó a Jacobo Arbenz en Guatemala, fruto de otro golpe de Estado orquestado de nuevo por la CIA junto a la United Fruit Company. La camarilla gubernativa poseía el país y se enriquecía obscenamente a costa de la explotación de los campesinos, condenados a trabajar en monocultivos para satisfacer las necesidades del Norte. Los opositores eran directamente eliminados. Como rezaba el lema de Somoza, plata al amigo, palo al indiferente, plomo al enemigo.
En algunas ocasiones, y tras la visita de senadores estadounidenses a estos países, solían advertir al presidente y sus allegados de la inmensa corrupción e injusticias con las que se encontraban. Pero en Estados Unidos consideraban que sí, sabemos que estos gobiernos son corruptos pero son nuestros corruptos.
Cómo no citar la deuda externa, contraída en los años 70, en momentos en los que, como consecuencia de los petrodólares, se ofrecía dinero fácil al que se acogieron muchas economías en desarrollo, especialmente en América Latina. Sin embargo, la subida progresiva de los tipos de interés y la caída del comercio en la crisis de 1982 obligó a pedir nuevos préstamos para pagar, no la deuda, sino sus intereses. Fue una verdadera losa que llevó a que la década de los años 80 se considerase para muchos países como una década perdida.
También, los daños ecológicos, daños que genera el Norte, porque es aquí donde se producen los impactos ambientales (el 10% más rico de la población emite el 52% de los gases de efecto invernadero) que sufre todo el planeta. En los países del Sur son evidentes las consecuencias del cambio climático en cuanto a fenómenos meteorológicos extremos o cambios en los patrones de la agricultura o la pesca. Las sequías prolongadas y la pérdida de productividad del suelo ocasionan la acumulación de un nuevo tipo de refugiados, serán 200 millones para mediados de este siglo, que emigran con todas las dificultades que estos procesos encierran.
Mención aparte para las políticas neoliberales que han sumido a grandes capas de la población en la pobreza. Propuestas por Milton Friedman y la Escuela de Chicago, encontraron la complicidad de las instituciones de Breton Woods para adelgazar el Estado, reduciendo al máximo los gastos sociales y fomentando la privatización. El golpe de Estado de 1973 que derrocó en Chile a Salvador Allende no sólo implantó un régimen de terror sino que abrió la puerta a los economistas estadounidenses para desmantelar el país. Lo mismo ocurrió con el resto de las naciones del Cono Sur en las que se combinaron férreas dictaduras con políticas neoliberales.
Idéntico camino recorrieron otros países, en especial bajo los mandatos de Reagan y Thatcher. Entre ellos pueden citarse Brasil, Polonia, Sudáfrica (en donde Mandela no estuvo suficientemente atento) y en especial Rusia, donde el proyecto socialdemócrata de Gorbachov fue barrido por Yeltsin con la complicidad occidental. En ocho años 72 millones de personas cayeron en la pobreza absoluta.
Finalmente, el comercio internacional, con su división del trabajo que adjudica a cada país en desarrollo unas líneas económicas particulares. Venderán baratas sus materias primas, encontrarán barreras y aranceles en los mercados globales y adquirirán a precios altos los productos elaborados. Además de la dificultad para acceder a una tecnología siempre protegida y privatizada.
NOTA:
1. Behar M. Nutrition of Mayan children before de Conquest and now. Cliniacal Pediatrics, 9, 1970.
Presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental