El periodismo no es hoy lo que era a principios de marzo de 2020. Durante estos dos años de pandemia se han producido una serie de cambios y fenómenos en los medios de comunicación que probablemente no se deben exclusivamente al virus del Covid y que, también probablemente, se hubieran producido igualmente a medio o largo plazo. Pero el hecho es que estos cambios se han acelerado con la pandemia, se han sobrevenido de manera atropellada y apenas ha dado tiempo a ir encajándolos y modelándolos. Tienen que ver con la forma de trabajar de los periodistas, las llamadas rutinas profesionales, con el resultado de su trabajo, y han supuesto una transformación en el papel y la función social de los medios de comunicación y del periodismo en la sociedad y en la opinión pública.

A la vez, se ha producido un crecimiento exponencial de la importancia y el seguimiento de las redes sociales que han asumido parte de las funciones de los medios de comunicación. Me gusta pensar que parte de la sociedad ha tomado una mayor conciencia de la importancia de los medios para informarse de manera fiable. Mucha gente ha estado pendiente de los datos diarios relacionados con el coronavirus, los contagios, las muertes, la capacidad de las UCI, las restricciones… Pero también muchos otros, como resultado del confinamiento y el aislamiento social, han entrado en contacto con las redes sociales y las han utilizado y reproducido. Hasta qué punto las redes han sustituido a los medios como conformadores de la opinión pública, es un debate pendiente.

En cuanto a las rutinas profesionales, ¿cómo han cambiado? Lo fundamental es que se ha producido un desplazamiento de la presencialidad del periodista hacia otro tipo de contactos, ya sean ruedas de prensa virtuales, wasap, redes sociales… El periodista pasa más tiempo en la redacción, incluso en su casa, y tiene menos contacto directo con las fuentes y con la realidad. Es un fenómeno que ha comenzado durante el confinamiento pero que se ha mantenido en el tiempo, de manera desigual, hasta la actualidad. En los últimos días me han llegado varias convocatorias de ruedas de prensa online por parte de empresas y de organismos oficiales. Y la mayor parte de las convocatorias presenciales te dan la posibilidad de seguirlas desde la redes. De esta manera, se generalizan los contactos en los que el periodista no puede preguntar o establecer una comunicación efectiva con las fuentes. Yo relativizo mucho la polémica de las ruedas de prensa sin preguntas, ya que muy a menudo da lo mismo preguntar o no porque es frecuente que las respuestas no respondan realmente a lo que se pregunta. Pero, en cualquier caso, se limita la posibilidad de comunicarse.

Esto tiene varios efectos. El primero, mayor dependencia de los gabinetes de comunicación, tanto empresariales como institucionales, que envían información, fotografías, vídeos o entrevistas que se emiten tal cual. Un ejemplo son los grupos de wasap de las secciones de política de los medios de una ciudad o zona geográfica con los gabinetes de los partidos políticos. Los gabinetes de prensa de los partidos mandan los discursos (en el sentido de relato) del día, envían entrevistas, fotos y hasta vídeos con declaraciones, de las que se nutren periódicos, radios y televisiones. Si a eso se unen las señales institucionales del Parlamento autonómico, por ejemplo, pues es fácil imaginar el margen o la capacidad de decisión de los periodistas sobre la información. Los partidos deciden qué es noticia y cómo se traslada ese mensaje. E insisto en que con las grandes empresas y otro tipo de organizaciones sucede lo mismo. Hay grandes grupos de distribución comercial que, por ejemplo durante el Black Friday, envían material informativo sobre ofertas y ventas que se reproducen en los medios. El dirigismo es total, en parte por una cuestión política, ya que es obvio que los medios tienen tendencias ideológicas o partidistas, pero también por una cuestión práctica, por la necesidad de ahorrar tiempo y personal. Insisto en que esto ya sucedía antes de marzo de 2020 pero con la pandemia el fenómeno se ha acelerado.

Peor calidad y mayor desigualdad

Por otro lado, se produce una disminución de la calidad en los medios audiovisuales, en radio y televisión. Cada vez hay más vídeos y audios grabados con móvil por gabinetes o particulares o incluso por los propios periodistas. Se mandan por wasap. Sucede en informaciones relacionadas con catástrofes naturales, como riadas o terremotos, pero también en sucesos, robos, altercados… O incluso informaciones sobre empresas, eventos y congresos. Sucede igual con las fotos en los periódicos. Y también se recurre a menudo a vídeos procedentes de redes sociales directamente, como You Tube.

En otras ocasiones, se recurre a contenidos de redes sociales. Las redes se convierten en fuente del periodista. En los informativos vemos habitualmente capturas de tuits, por ejemplo, de políticos o personajes relevantes, que sustituyen a declaraciones. Y en prensa se hacen artículos enteros recurriendo a tuits, hilos y respuestas. En esto influye la menor presencialidad de los profesionales sobre el terreno y también la mayor precariedad de medios técnicos y humanos. Para hacer este tipo de periodismo hace falta menos personal, obviamente.

Otra consecuencia muy relevante de estos fenómenos es que se produce una mayor desigualdad en el acceso a los medios de comunicación, que es un derecho recogido en la Constitución, al menos para los medios públicos. Hay menor presencia de grupos o personas que tienen menos recursos o menos conocimientos tecnológicos. Normalmente, son capas sociales más desfavorecidas, más pobres, grupos de mayor edad y en general la sociedad civil, en contraste con la administración, las grandes empresas y los partidos políticos. Esto produce una sobrecarga de información institucional, que hemos podido advertir durante la pandemia y que todavía continúa en buena medida. Y ha estado relacionado también con la demanda de este tipo de información, de información institucional de servicio público por parte de los ciudadanos. Se ha producido una mezcla de factores que ha sido aprovechada por los medios. Quizás uno de los ejemplos más vistosos han sido las comparecencias de los gobiernos autonómicos y del gobierno central en las radios y televisiones públicas. Las del gobierno andaluz se han llegado a emitir completas en los informativos de Canal Sur TV durante los primeros meses de la pandemia. Han llegado a durar cincuenta minutos, sustituyendo simplemente al informativo, como hemos denunciado reiteradamente en Periodistas de CCOO de Andalucía. En TVE también se han emitido trozos de comparecencias del gobierno central, aunque cortos en comparación con lo de CSTV. Y por supuesto todo esto implica también un escoramiento de la información hacia las versiones, los discursos y los puntos de vista de las organizaciones más poderosas y con más recursos, frente a ONGs, grupos sociales y asociaciones ciudadanas. En el caso de la subida del precio de la luz, por ejemplo, ha tenido mucho más peso el discurso justificativo de las grandes eléctricas que las explicaciones de colectivos que ofrecían otro discurso y otras soluciones.

Sin comprobar ni contrastar en las redes

En paralelo a este proceso en los medios de comunicación, y como decíamos al principio, se ha producido un incremento exponencial del uso de redes sociales. El confinamiento ha provocado que más segmentos de población las usen, como una manera de conectarse con el exterior, y este fenómeno ha seguido creciendo. Y se ha unido, no lo olvidemos, a la conversión de la prensa generalista online hacia el pago. Ya hay que pagar o suscribirse a prácticamente todos los medios online. Es un fenómeno que también venía de lejos pero que se ha acelerado con la pandemia, debido también a la escasez de publicidad que se ha producido en los medios. Menos recursos de publicidad obligan a cobrar por otro medio la elaboración de la información que, claro está, no es gratis.

Las redes están suplantando y ocupando el papel social de los medios de comunicación y están haciendo también de fuente de los periodistas. Y de esta manera se están reproduciendo y amplificando otros fenómenos: los bulos, las fake news o como queramos llamarlas. Llegan cada vez a más personas, a través de las redes o a través de los medios, que les otorgan si cabe mayor fiabilidad aunque las reproducen sin el proceso de comprobación y contrastación que debe realizar el periodista.

Un ejemplo perfecto fue el bulo de la cuidadora marroquí okupa que quería echar a una anciana de más de ochenta años en Madrid. El asunto tiene, como podemos ver, todos los ingredientes necesarios para provocar la indignación del público y conecta además con los discursos ultraderechistas que proliferan en los medios: emigración, okupación, ancianita desprotegida por las autoridades. Corrió como la pólvora en redes sociales, en Facebook, Twitter, You Tube, y saltó también a los medios de comunicación. Tras comprobar que no era cierto, El País publicó un artículo muy interesante, que recomiendo leer, sobre cómo lo fabricó y promovió una empresa que se dedica a la desokupación de viviendas para conseguir publicidad. La historia era totalmente falsa y era la anciana la que quería echar a una estudiante realquilada con todos sus papeles en regla.

Podemos recordar también la falsa PCR positiva a Salvador Illa, siendo ministro de Sanidad, que difundió Alvise Pérez, que dieron por cierta muchos medios de comunicación. Había interés político en muchos de ellos pero también una combinación de mala praxis profesional.

O la entrevista que le hizo Mariló Montero a Alfredo Perdiguero en el informativo de Canal Sur TV el 12 de mayo de 2020. También tiene todos los elementos tipo: entrevista online mientras la presentadora estaba en su casa en Sevilla y el señor a centenares de kilómetros de distancia. La entrevista es confusa y la presentadora no pregunta nada concreto. Presentan al hombre como portavoz policial cuando es un señor que ha participado en listas electorales de VOX y pertenece a un sindicato con representación cero en las elecciones sindicales. Y lo que hace es difundir un batiburrillo de cosas que no se entienden bien, basadas en bulos que ha difundido previamente en redes sociales, sobre una supuesta prohibición de la Delegación del Gobierno de mostrar la bandera de España en una manifestación en Madrid. Periodistas de CCOO denunciamos en su momento esta difusión de falsedades en la televisión pública y, recientemente, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha confirmado una sanción de sesenta días a Perdiguero por falta grave. Lo culpan de que “saliera en televisión sin representar a un sindicato, sin tener permiso de sus superiores y criticando a la Delegación del Gobierno de Madrid con una acusación, además, sin ninguna prueba sólida detrás”, según explican en ELDiario.es.

El bulo por la culata

Más recientemente, hemos sido testigos de cómo se monta un bulo alrededor de las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la ganadería intensiva y las macrogranjas. La mentira fue lanzada primero en redes por las asociaciones empresariales cárnicas, recogida por políticos del Partido Popular y finalmente reproducida en los medios de comunicación hasta la saciedad, sin comprobar qué había dicho realmente el ministro en la entrevista de The Guardian. Detrás, por supuesto, estaban los intereses electoralistas del PP en plena precampaña de las elecciones autonómicas en Castilla y León pero los medios más afines al PSOE se hicieron eco de la misma forma. Curiosamente, este bulo provocó a medio plazo una reacción contraria a la que se esperaba: abrir el debate sobre las macrogranjas en la agenda mediática.

En todos estos ejemplos, no se contrasta la información y se difunden mentiras. Detrás hay un cúmulo de factores, como hemos visto: determinadas rutinas profesionales que convierten al periodista más en un copista o altavoz de informaciones externas que en otra cosa, falta de medios, de personal e intereses editoriales de los medios, claro está. Porque los medios difunden y amplifican los bulos pero muy a menudo son bulos que les interesan según su orientación editorial. Y se produce una especie de sinergia entre las redes sociales y los medios. Y estos últimos están perdiendo a marchas forzadas el estatus de fiabilidad y de calidad del que disfrutaban en la opinión pública. La mayoría de ellos (y hay honrosas excepciones) son al fin y al cabo propiedad de grandes empresas con unos determinados intereses económicos y políticos. Y, más allá de las mentiras concretas, que pueden destaparse o no, lo que va calando en la opinión pública y en la sociedad son una serie de discursos y de valores que son muy difíciles de erradicar, relacionados con la inmigración, con el racismo, con el nacionalismo, con la pobreza como algo merecido, con el descrédito de lo público, de los gobiernos, de la política… Un relato que favorece a determinadas opciones políticas y va claramente socavando los principios y valores democráticos.

De esta manera, al fin y al cabo, las redes y los medios de comunicación tienen un papel social similar en la difusión de determinados discursos y en el mantenimiento del orden establecido. Aunque, depende del momento, pueden dirigirse a diferentes segmentos de la población, según sean sus recursos económicos, su nivel formativo o su capacidad tecnológica.

Periodistas de CCOO en Andalucía