“El homenaje que nunca llega” es el título de un artículo reciente de ElDiario.es en el que se recuerda que, pese a que en el Congreso se hubiera aprobado por unanimidad una iniciativa para que Encarnación Cabré diera su nombre al jardín del Museo Arqueológico Nacional, cinco años después seguimos esperando.

Encarnación Cabré era una mujer de derechas. Y eso, a decir de Isabel Baquedado, le dio una doble invisibilización porque su propia gente no estaba dispuesta a reivindicarla ya que se salía de la norma que querían imponer: mujeres sumisas y ángeles del hogar. Pero a Encarnación Cabré, a Miss Congress (más adelante explicaremos este apodo), merece la pena dedicarle un artículo y traer su historia aquí, por su contribución esencial a la arqueología y a la protección de los bienes culturales de nuestro país.

Su padre, Juan Cabré, fue un señor muy de derechas. Carlista, concretamente. Pero también un brillante arqueólogo y un hombre que tuvo claro que darle la mejor educación a sus hijos era fundamental; también a su hija. Recordemos que estamos a primeros del siglo XX y la educación de las mujeres no estaba ni cerca de ser algo generalizado ni aceptado.

Gracias a un ambiente proclive al estudio, Encarnación pudo estudiar Filosofía y Letras, sección Historia, en la Universidad Complutense de Madrid. Con solo 17 años, y antes incluso de entrar en la Universidad, empezó a realizar trabajos de campo y gabinete junto a su padre y otras figuras de renombre de la arqueología. Entre otras, inició su carrera estudiando el castro de Las Cogotas, en Ávila, y, más tarde, en la campaña de la necrópolis de Trasguija.

Tan pronto como en 1929 participó en el IV Congreso Internacional de Arqueología Clásica, realizado en Barcelona y coincidente con la Exposición Internacional. Allí, y rodeada de grandes expertos, Encarnación expone su estudio sobre decoraciones de la cerámica de las Cogotas. Esta es la primera y única comunicación realizada por una española. Todo un hito que fue recogido incluso por la prensa francesa. Pero no fue su única participación en congresos, intervino también en el XV Congreso Internacional de Arqueología y Antropología Prehistórica, y es ciertamente lógico si tenemos en cuenta que se dedicaba de manera profesional a la arqueología. Así que, ¡imagínense cómo sentó aquello a los señoros de la arqueología! A partir de ese momento, y con el afán de desprestigirla a través de la burla, fue conocida como “Miss Congress”.

No dejó de trabajar, estudiar y buscar formarse con los mejores: participando e incluso acabando los trabajos iniciados junto a su padre en el Cabezo de Alcalá, iniciando su doctorado en la Universidad Complutense y consiguiendo una beca de la Junta Superior de Ampliación de Estudios (bendita Junta de Ampliación de Estudios, qué importante fue para el avance de la ciencia en España) para estudiar en Alemania.

Y también accedió a un proyecto maravilloso de estudio: el Crucero Universitario por el Mediterráneo.

Les cuento: este Crucero universitario por el Mediterráneo, realizado 1933, se trató de unviaje de estudios en el que, cerca de doscientas personas entre profesorado y alumnado, aprendieron visitando los principales yacimientos arqueológicos del Mediterráneo durante 48 días.

Pero seguimos la labor científica de Encarnación:

En 1933 empieza como profesora en el Instituto Escuela de Madrid y, de manera simultánea, en la Universidad Complutense. También participa activamente en las Misiones Pedagógicas, viaja para ampliar su formación por Francia, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Italia y Suiza, imparte conferencias dentro y fuera del país y sigue participando en campañas arqueológicas. De este periodo es su participación en la campaña de la Cueva de los Casares, de la que nos dejó la copia de los grabados rupestres paleolíticos. Un amor a la ciencia y la cultura infatigable. Siempre con sus diarios y su cámara Leika: para Encarnación la fotografía era una técnica documental clave en un momento en que todavía no estaba para nada extendida. Ser una dibujante excelente y una apasionada de la fotografía le permitió llegar a un alto nivel de excelencia documental.

Y llegó la Guerra. Y con ella, también, la angustia de la comunidad científica por proteger el patrimonio artístico y cultural de nuestro país.

No fue ajena a esto la familia Cabré, independientemente de sus “querencias políticas”, y se implicaron de manera decidida en salvaguardar los fondos del Museo Cerralbo y el Museo Arqueológico Nacional. Bien ilustrando las papeletas del Fichero de Arte realizado a partir de los objetos del Servicio de Recuperación, inventariando para su almacén los distintos objetos provenientes de excavaciones, bien emparedando en las paredes del propio Museo Cerralbo aquella documentación que pudiera ser valiosa.

No sé si se hacen una idea de la valentía de esta familia al involucrarse en la protección de estos fondos, pero háganse una idea: la familia Cabré vivía en el Museo Cerralbo, situado en pleno frente de guerra, y rechazaron la evacuación a Valencia. Permanecieron en el Museo hasta 1939, tratando de garantizar que los daños al patrimonio fueran los mínimos, colaborando con la Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico para reforzar los sótanos del Palacio-Museo y poder guardar allí todos los objetos de la colección que fuera posible.

Y pueden imaginarse cómo pagaron este amor a la cultura: su padre y Encarnación fueron depurados por el Franquismo por colaboracionismo y no pudieron volver a la Universidad.

Eso sí, después de la pausa obligada y de su trabajo en la crianza de sus 8 hijos, Encarnación volverá a la investigación en 1975. Y ya no la abandonó hasta su muerte, dejándonos un legado arqueológico difícil de superar.

Las generaciones que podemos disfrutar de su legado y su compromiso con la salvaguarda de la cultura no podemos dejar que caiga en el olvido. Por eso, urge ese jardín para Encarnación. Qué menos.