Es difícil entender el conflicto más allá de las peticiones de paz y de las consignas repetidas pero sabemos que la invasión viola el derecho internacional y el derecho de autodeterminación. Solo cabe condenarla sin condiciones. Dicho esto, queda mucho por hacer. Primero, entender qué se está condenando.

Expulsar las fronteras hostiles lo más lejos posible de su territorio ha sido una constante de la cultura rusa. Ucrania fue clave para las invasiones contra Rusia de Napoleón y de Alemania. Rusia tiene miedos históricos a las amenazas contra su seguridad. No es raro: vio morir a cerca de 27 millones de personas en una guerra que aún tiene sobrevivientes.

Es crucial el papel de la Unión Europea y de la OTAN en la conformación de un esquema de seguridad bajo el mando estadounidense. Rusia recibió la promesa de que la OTAN “no se correría un centímetro al Este”. Al día de hoy se ha corrido 800 millas en esa dirección.

En 1995, William J. Burns, actual director de la CIA, escribió en un informe desde Moscú: “La hostilidad a una ampliación precoz de la OTAN se siente casi universalmente en todo el espectro político interno aquí”.

En 2008, un asesor diplomático de George W. Bush escribió que “Putin consideraría los movimientos para acercar a Ucrania y Georgia a la OTAN como una intervención que probablemente provocaría una acción militar preventiva de Rusia”.

En 2009 Medvedev insistió en una antigua propuesta rusa, formulada desde la Perestroika: “Preparar un acuerdo sobre seguridad europea jurídicamente vinculante” que pusiera fin a las tensiones de entonces, las mismas que han estallado ahora.

Es difícil imaginar a cualquier presidente ruso aceptando la presencia de la OTAN en su frontera, con capacidad de poner misiles en Moscú en cinco minutos. Aquí radica una ironía trágica: nadie en Europa piensa la seguridad continental sin Rusia pero nadie parece interesado en hacerla parte de la solución.

Han pasado más de treinta años desde la primera invitación rusa a un acuerdo y todas las palabras en esa dirección han caído en saco roto hasta hoy.

EL ATLANTISMO ES UNA IDEOLOGÍA DE GUERRA, GANANCIA Y POSESIÓN

El atlantismo augura los problemas que crea y a la vez se presenta como solución. Otras ideas de Europa, como la de un espacio sin bloques militares a cambio de un esquema compartido de seguridad, sugerido por Gorbachov, fueron derrotadas a favor de esa visión atlántica. El atlantismo ha buscado mantener siempre a Estados Unidos dentro de Europa como una base crucial de su poder. Desde 1991, Kiev ha recibido al menos 4.000 millones de dólares estadunidenses en asistencia militar sin contar el concurso de otros miembros de la OTAN.

Hunter Biden, hijo del actual presidente, fue el director de la empresa de gas Burisma, la más grande de Ucrania. Su padre afronta ahora esta guerra con los pronósticos de una probable derrota demócrata en las próximas elecciones de medio término.

Está muy bien preguntar a los ucranianos pero sería mejor si se comprendiese que esa pregunta tiene una base previa ineludible: la profundísima fractura que existe en la sociedad civil ucraniana que llegó incluso a la guerra civil.

Yanukovich, un sátrapa pro Putin, le propuso a Alemania algo bastante sensato para muchos ucranianos: un acuerdo europeo a tres manos con Rusia. Merkel le dijo que solo era posible si se excluía a Rusia. No había que ser muy brillante para comprender que no había una solución para Ucrania sin Rusia. El rechazo a la propuesta de Merkel le explotó en la cara a Yanukovich.

Tras el segundo Maidán, que capturó la legítima protesta social del inicio de la revuelta, ahora con apoyo de Occidente, el espacio contra Rusia de la política y de la cultura de Ucrania ha encontrado soporte occidental hasta hoy. Desde 2014 se contabilizan 14.000 muertos y centenares de miles de refugiados y desplazados como resultado de la operación antiterrorista del gobierno de Kiev que militarizó la guerra civil y sembró el terror en las regiones en conflicto. Desde ese año, están incumplidos los Acuerdos de Minsk. Firmados por los principales implicados, buscaron integrar los territorios separatistas prorrusos. El actual presidente, Zelensky, se negó a cumplirlos. Ante el desastre de su gobierno, creció su dependencia de la extrema derecha que ve esos acuerdos como una derrota ante Rusia.

El presidente pudo preguntar a los ucranianos en busca de opciones. Entre ellas varias nada ominosas, como explorar entre diversas nociones de neutralidad sin ser miembro de la OTAN. En cambio, Zelenski, dependiente hacia fuera de Occidente, reformó el estatus neutral consagrado en la Constitución de Ucrania para facilitar la entrada en la OTAN.

Aparece aquí con todas sus letras un viejo objetivo atlántico: que Rusia quede fuera de Europa. No les importa lo que piensen los ucranianos, diversos como son, sobre Rusia. Sobre todo si piensan algo distinto a lo que Occidente piensa sobre Rusia.

Los programas de apoyo del FMI y del BM han asegurado algo que ha sido ilegal en Ucrania hasta ahora: vender tierra a extranjeros. No es cualquier tierra: Ucrania posee una cuarta parte del suelo fértil de las tierras negras del planeta, es el mayor productor mundial de aceite de girasol y el cuarto mayor productor de maíz.

RUSIA COMO LA EXPLICACIÓN DE TODOS LOS MALES DE UCRANIA

En otros tiempos, se le llamaba imperialismo a la conexión entre expansión, guerra y capitalismo pero vivimos tiempos más prácticos. Condenar la guerra contra Ucrania sin cuestionar el atlantismo que la produce parece ser lo mismo que pretender cocinar con una olla eléctrica en medio de un apagón.

La transición al capitalismo en el espacio possoviético supuso una orgía de saqueos y corrupción, presentada cortésmente ante el mundo como privatizaciones . Ucrania fue un alumno destacado. En ese curso, tuvo alternancias entre regímenes prorrusos y prooccidentales y tuvo continuidades: la sucesión del sistema burocrático oligárquico del antiguo régimen comunista , trasmutado en un sistema capitalista oligárquico, corrupto y mafioso que no garantizó ni la democracia ni el desarrollo económico y recortó a fondo los derechos sociales. Ante la crisis social estructural ucraniana, se hizo fuerte un actor interno que ha sido cortejado hasta hoy, empezando por Yanukovich: la extrema derecha nacionalista.

El nacionalismo en sus vertientes de derecha promueve el orgullo y la identificación nacional, a la vez que malinterpreta olímpicamente las estructuras de producción de ofensas que entiende generadas siempre por un afuera . Ese afuera, desde 2014, ha sido Rusia: la explicación universal para todos los males ucranianos.

Ucrania es quizás el país más tolerante de Europa con la extrema derecha. En otros países tiene que disputar elecciones, sin permiso expreso para la violencia. En Ucrania tiene espacio asegurado para acciones de calle, portar emblemas nazis y difundir discursos fascistas. Sus actores reciben diversos apoyos, entre ellos desde Estados Unidos.

El nacionalismo de derecha tiene fuertes raíces culturales y políticas en Ucrania y ha construido parte de su identidad contra Rusia. Una de sus regiones, Galitzia, en la zona de Ucrania más cercana a Europa, ha sido pasto histórico de esa tendencia. Esa tendencia nacionalista de derecha, parte de la cual celebra abiertamente el nazismo, ha conseguido ser política oficial en varios campos: la “descomunistización”, la ilegalización del Partido Comunista de Ucrania y la ucranización que incluye la prohibición de la lengua rusa.

En Ucrania hay dos grandes grupos oligárquicos, uno “prorruso” y otro “prooccidental”, conscientes de que aniquilar al otro era el principio de la destrucción mutua.

Sobre esta realidad, Putin ha montado su discurso de “desnazificación”: pretende un cambio de régimen de lo que, según él, sería la “junta pronazi” que gobierna Ucrania.

Putin opera desde un “mito antifascista” que se ampara en el prestigio de la victoria rusa contra el fascismo. Lo utiliza hacia un afuera mientras dentro encarcela a los que se oponen a la supuesta guerra antifascista.

Putin es, también, y a su manera, anticomunista y nacionalista de derechas. Negando cualquier posibilidad de federalismo, de pacifismo y de respeto a la plurinacionalidad, está “defendiendo”, sin decirlo, a Stalin, al apoyar la rusificación de Ucrania.

Putin es el agresor directo en esta guerra, por más que la OTAN la haya buscado. Putin es el responsable de los muertos y desplazados que genera el actual conflicto. Cualquiera que sea el resultado de la guerra, Rusia ganará algo y perderá mucho. Los ucranianos habrán perdido más. Poner fin a la guerra lo antes posible es imprescindible.

Vasili Nebenzia, embajador ruso en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aseguró que “Rusia no está agrediendo al pueblo ucraniano sino al régimen gobernante”. Es difícil concebir mayor cinismo.

Oída desde Cuba, la frase produce escalofríos. Los argumentos para la invasión de Ucrania podrían servir para la invasión de Cuba por Estados Unidos. La frase de Nebenzi es lo mismo que dice el gobierno de Estados Unidos sobre el bloqueo contra Cuba.

(*) Julio César Guanche es abogado, historiador y periodista cubano / Fuente: ON CUBA NEWS


Juan Kalvellido. «Neutralidad Ukrania»

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