Nunca es fácil decir adiós a un viejo amigo. La vida debía enseñarnos, y nunca aprenderemos. Y cuando lo hace el último, Carlos Álvarez en este caso, siempre es como si fuera el primero.
Perteneció Carlos Álvarez a una generación tímidamente denominada del 56, muy comprometida con la terrible realidad de su tiempo, muy entregada a la lucha contra la dictadura y, como muchos de sus compañeros, pasó por varias y diferentes cárceles franquistas. Una generación que usó la poesía como arma y medio para acabar con la dictadura. De ahí esa brillante frase del poeta: “Estos que ahora son poemas, serán mañana piezas del sumario”. Profecía convertida en realidad en varia ocasiones. Una poesía sencilla, directa, despojada de todo artificio retórico, dirigida al corazón de la gentes sencillas y sobre todo a la inteligencia de las gentes comprometidas con la lucha a muerte contra el franquismo. Una generación que adoró a Machado, tanto a su poesía como a su ejemplo cívico, a Miguel Hernández y a Neruda, y que tuvo como maestros a Gabriel Celaya y Blas de Otero, y en el caso de Carlos a una poeta, hoy muy olvidada, pero en aquellos años sesenta muy admirada por todos nosotros Ángela Figuera Aymerich.
Habría que destacar aquí la unión entre poesía y vida. Las preocupaciones vitales de Carlos se reflejan en su poesía, con una fidelidad que resulta hasta extraña.
Entre todos aquellos jóvenes, entre aquella incipiente generación, el poeta de verdad era Carlos Álvarez. Fijo en aquella inolvidable tertulia del Café Pelayo, a la que aportaba su poema semanal, que nos leía y que todos, sin excepción, aplaudíamos y celebrábamos. Asimismo solía sorprenderos con alguna frase ingeniosa, alguna rebeldía contra lo establecido. Pero todo esto hecho desde una entrega encomiable.
Más lo cierto es que Carlos comenzaba a profesionalizare como poeta (si esto puede decirse) frente a nuestra desidia y nuestra inseguridad poética. Más tarde, radicalizado en sus posturas, se enfrentó decididamente al odiado régimen y ya en 1962 quedó finalista en el premio Ruedo Ibérico, concedido fuera de España, y de extraordinaria significación. En 1963, estando el poeta en las cárceles franquistas, Borgens Forlag de Copenhague, publicó una selección de sus poemas, con el título Escrito en las paredes, que obtuvo el Premio Lovenmaken de los poetas daneses. Desde ese momento, las ediciones en casi toda Europa se suceden. Sobre todo en los países nórdicos. Así, en Estocolmo, aparece una selección con el titulo Palabras como latigazos. Seguidamente una versión italiana, Poesía del carrere. Antes, Noticias de más acá, en París, y después vendría Escrito en las paredes, publicado también en el exilio, en París, 1967 y así sucesivamente.
Esta fulminante trayectoria no fue inferior al editarse en España. En 1969, aparecería en la colección “El Bardo”, entonces muy prestigiosa, Estos que ahora son poemas . . . , y algo más adelante, en la misma firma editorial, Los poemas del Bardo, una antología creo que fundamental para saber a qué atenernos.
Después vendrían Tiempo de siega y otras yerbas, 1970, Eclipse de mar. 1975, Versos de un tiempo sombrío, 1976, Como la espuma lucha con la roca, 1976, La campana y el martillo pagan al caballo blanco, 1977, Poemas para un análisis, 1977, Dios te salve María . . . y algunas oraciones laicas 1978, Cantos y cuentos oscuros, 1980, Reflejos en el Iowa River, 1984, El testamento de Heiligenstadt, 1985, De palabra y por escrito, 1990. Entre el terror y la nada, 1991, Cauce del profundo río, 1993, y Memoria del malentendido, 1993.
¿Qué ha pasado en este país, con y desde la llamada transición en adelante? ¿Tanto hemos cambiado los españoles, o algunos españoles, sobre todo entre los poetas y sobre todo en las filas de la izquierda? ¿Cómo hemos podido pasar de la aceptación mayoritaria de un poeta a su casi total olvido? La transición española explica muchas cosas, he escrito muchas veces, y también explica este significativo caso. Quizá el poeta ha contribuido con su silencio, pero hemos de entender que este silencio es bastante explicable en su caso.
Bien es verdad que su suerte ha corrido pareja con la de otros grandes poetas españoles, hoy desprestigiados y etiquetados de sociales, como si eso fuera algo malo y como si la poesía no fuera, entre otras muchas cosas, social o sociable, o comunicativa. Pero ha sido tal la derechización de la vida española, ha sido tal el silencio impuesto a la historia reciente, ha sido tal la consigna de que no hay que remover las cosas, que una obra comprometida, reciente, como la Carlos Álvarez pertenece hoy a la llamada memoria histórica y cómo tal hay que recuperarla. Así, al menos, quizá algo exageradamente, lo creo yo. Porque, ¿qué tiene esta poesía para que haya sido rechazada por muchos editores y rechazada por tanto crítico al uso? Aunque no lo comprendamos, ni el por qué, así ha sucedido.
En un lejano prólogo a Escrito en las paredes, el poeta intentó una aproximación para explicarse y explicarnos. Válida en aquellos momentos, y más válida creo hoy. Aquí el poeta confiesa que persigue la machadiana palabra en el tiempo, pero, matiza, la palabra eficaz, que sirva para unos fines cuya justicia cree evidente y no solamente para él, sino para todos. ¿Hay algo malo en esto?
Muy superficialmente se le ha considerado un poeta unitario, monotemático, muy continuista y repetitivo pero no es totalmente así. Hay libros en que el poeta, sin salirse de la línea inicialmente trazada de su preocupación por los problemas de los otros, se vuelve hacia su interior y que, como el dedicado al hombre lobo, son estupendos.
En fin Carlos.
Si para el poeta la muerte
es la victoria,
vacío el mundo de tu indeleble paso
breve es el canto en estos días tristes,
cuando desde Madrid recuerdo tus poemas
y pienso en tu victoria conseguida
tras lucha desigual. Es muy posible
esperar el descanso, después de haber vencido
a la palabra y a su duro reino.
¡Adiós, poeta!
José Esteban.
Carlos Álvarez con Julio Anguita.
Quizá el camino del poeta Carlos Álvarez siempre abierto “a traducir el mensaje de las cosas”, se despliega en una entrega a los demás, a los otros; a los otros o, mejor dicho, a las dificultades de los otros, a las servidumbres de los otros, se convertirá en una obsesión. El poeta es así el intérprete de los otros y cree firmemente en la eficacia de sus palabras. Hay un poema, en los Poemas del Bardo, sin título, pero muy explicativo:
Traducir el mensaje de las cosas:
las palabras del risco, las del llano,
las de esos largos ríos que no buscan
su vocación de mar, cicatrizados;
traducir el mensaje del silencio
parece lo inmediato.
Porque “el suelo está lleno de palabras, las palabras se arrastran como sombras y el poeta debe recogerlas y ofrecerlas, para orientación de los otros, desorientados, sin esa luz que sólo las palabras, ya orientadas poéticamente nos ofrecen:
Me inclino con amor y las devuelvo
a la embriaguez de su destino alto;
a su torre en el mar para que alumbren
al pescador perdido. Como un faro
pretendo que señalen el peligro . . .
pero también la orilla a los lejanos.
Frente a simplismos críticos, nos encontramos con una poesía compleja, como compleja y algo enigmática es la personalidad de su autor. En Cantos y cuentos oscuros hay un poema que refleja, mejor que pudiera hacerlo yo, la complejidad de esa personalidad y su tremenda tensión y lucha entre poesía y realidad, entre obligación y placer, entre arte e ideología;
Mentiría si no reconociera
que Shakespeare más que Marx me ha conmovido,
y que Lenin no habita donde Mozart
se acerca a lo que amo.
Pero si en Petrogrado un pueblo en armas
destruye los esquemas de la Historia,
y la Comuna de París resiste
solo un momento acaso
más del tiempo que fuera razonable,
se me olvida Beethoven, y las coplas
de la Internacional es lo que canto.
Con el poeta cubano Nicolás Guillén
POEMA A LA MILITANCIA
En 2021, con motivo del Centenario del PCE, se publicó el libro Comunistas contra Franco, tejido con entrevistas a veteranos del Partido. Uno de ellos fue Carlos Alvárez. quien “representa el arrojo y la grandeza moral de quienes se arriesgaron a dar un paso adelante en los momentos más difíciles y sin pedir nada a cambio”, como cuentan sus autores. Estos versos, dirigidos a la militancia, encabezan la conclusión de este libro colectivo. “El sentido de su poema es inequívoco, la solidaridad de los que se empeñan en una lucha colectiva prefigura el objetivo de una sociedad fraternal, de iguales. No hay futuro sin compromiso”.
Abren la puerta,
el cáliz,
la generosa pulpa refrescante
del fruto. No preguntan pero te dan su techo,
limpian
del polvo la almohada,
mecen
la paz de tu descanso y en la mesa
brilla más la caricia del mantel.
Cuando te miran,
alguna espiga ríe, sus palabras
llevan brisa o arena que envuelve
según su propio ritmo y el tamaño
de sus abrazos colma
la más ebria
medida
de un corazón hambriento.
Tienen
todos el mismo nombre: camarada.
CARLOS ÁLVAREZ
(Dios te salve María . . . y alguna oraciones laicas.
Epílogo a modo de dedicatoria).