Durante la última semana ha habido un amplio despliegue en los medios para ensalzar tanto la democracia ucraniana como a su presidente. De esta forma se pretende contrarrestar la “justificación” del presidente de Rusia de que la invasión se lleva a cabo para desnazificar Ucrania. Que la invasión no tiene esa motivación es tan obvio como que la neutralidad de Ucrania es un asunto vital para Rusia. Pero al calor del disentimiento contra Putin se está blanqueando a la extrema derecha ucraniana.
Tanto el Gobierno de Ucrania como el de Rusia son hijos de sendos golpes de Estado. El de Ucrania, del llevado a cabo en 2014 por varias fuerzas de tinte nacionalista, apoyadas por Estados Unidos. El de Rusia, del bombardeo ordenado por Putin en 1993 contra el Parlamento para imponer las políticas privatizadoras de Chernomyrdin. Es decir, ambos son hijos de los intereses de unas oligarquías rampantes apoyadas por occidente que finalmente han chocado a costa de sus poblaciones.
Ni comunistas ni sindicalistas
Tras el golpe de 2014, el Gobierno ucraniano revocó las actas de una treintena de diputados del Partido Comunista Ucraniano. Después ha sido prohibido, lo mismo que la propaganda comunista. También han sido perseguidos líderes sindicales (en Odessa se quemó vivas a 40 personas en la Casa de los Sindicatos), periodistas y simpatizantes prorrusos. Los grupos de extrema derecha que sirvieron de choque para propiciar el golpe de Estado han sido premiados con su integración en la guardia nacional, el ejército y los servicios de seguridad. Estos grupos tienen como referente ideológico al líder nacionalista Stepan Bandera.
Bandera, un nazi convertido en emblema nacional
Bandera fue uno de los líderes del OUN (Organización Nacional Ucraniana) una organización nacionalista surgida en los años veinte, en el fragor de las luchas entre los ucranianos, los polacos, los rusos blancos y los bolcheviques. Este nuevo nacionalismo se inspirará primero en Mussolini y después tomará a Hitler como modelo. En 1922, Galitzia (la zona de Leópolis), la región originaria de Bandera, quedó bajo el nuevo Estado polaco creado tras la I Guerra Mundial. Por ello, las actividades de la OUN iban dirigidas contra el Gobierno y los campesinos polacos. Bandera participó en varios atentados terroristas, incluido uno fallido contra el presidente del Gobierno Polaco, por el que fue condenado a cadena perpetua.
Tras la invasión alemana de Polonia, Bandera recuperó la libertad y la OUN se puso a disposición de Hitler para la tan anunciada como esperada invasión de la URSS. Cuando ésta se produce, en junio de 1941, las milicias de la OUN acompañan a las fuerzas alemanas en su invasión de la Ucrania soviética. En julio de 1941, los nazis, Bandera y sus milicianos toman Leópolis, donde de inmediato se produce el asesinato de 4.000 personas, la mayoría judíos. Tras la razzia, Bandera proclama la independencia de Ucrania en la plaza de Leópolis, algo que no contaba con el visto bueno de Hitler. Al parecer, sí contaba con la venia de Alfred Rossemberg, el ministro alemán para los territorios ocupados. Bandera fue llamado a Berlín y arrestado. No obstante, los milicianos de la OUN, dirigidos por los alemanes, pasaron a integrar la fuerza policial de los territorios ocupados. Se harían famosos por su dedicación al exterminio judío. Nada más ser encarcelado, Bandera escribió una carta a Rossemberg en la que se mostraba dispuesto a dejar a un lado la independencia de Ucrania. Unos meses después le volvió a escribir para hacerle ver que el ideario de los nacionalistas ucranianos era similar al de los nazis y que sus intereses eran similares. Sin embargo, los nazis lo mantuvieron preso y no le soltaron hasta que consideraron que podía serles útil para frenar el avance soviético en 1944. De esta forma, los milicianos de OUN, que habían sido integrados en la división Galitzien de las Waffen-SS, se quedaron resistiendo a los soviéticos en los montes de la zona de los Cárpatos donde estuvieron realizando sabotajes hasta 1950. El fin de la II Guerra Mundial y el inmediato inicio de la guerra fría convirtió a Bandera en un peón útil para los estadounidenses, que, al igual que hicieron con otros criminales de guerra nazis, fue reconvertido poco menos que en un demócrata de toda la vida. Desde su residencia en Múnich, Bandera aportó sus contactos y conocimientos de la zona para que Estados Unidos pudiera infiltrar informadores al otro lado del telón de acero.
En 1959, los servicios secretos soviéticos mataron a Stepan Bandera en Múnich. Sin embargo, el sueño de una Ucrania “libre de rusos, polacos, magiares, rumanos, y judíos” ha vuelto a cobrar fuerza en los últimos años. Desde 2014 son habituales los homenajes públicos y los monumentos a la memoria de Stepan Bandera, proceso que ha culminado en 2019 con el establecimiento del 1 de enero como día nacional de Ucrania, en homenaje al nacimiento de Stepan Bandera. La figura de Bandera como emblema nacional no creo que se deba considerar anecdótica.
Sobre estas cuestiones han estado llamando la atención desde hace años algunas organizaciones judías como el Centro Wiesenthal. Ello ha provocado un intento de blanqueamiento que ha llevado a reescribir en los medios digitales la historia de Bandera y de la OUN, cuya participación en pogromos antes y durante la invasión nazi fueron terribles. Los propios líderes nacionalistas actuales han intentado borrar sus proclamas racistas y antisemitas para ajustarse a un perfil de respetables parlamentarios.
Que Rusia no ha invadido Ucrania para desnazificarla es obvio. La ha invadido para impedir que se asiente la OTAN. Pero ello no debería llevarnos a obviar el papel que la extrema derecha ha adquirido en una democracia muy a su medida.