Decía Aurora de Albornoz, la escritora nacida en Luarca, en una de “Cronolíricas”, cito de memoria, que no es preciso buscar a Rimbaud y Verlaine en aquel restaurante parisino de St. Genevieve donde se reunían y cuyos encuentros quedaron reflejados en alguna fotografía, ni a Marcel Proust por el camino de Swan, no al cansado D. Antonio Machado tendido en su última tierra de Colliure, ni a … Y que del creador, porque vive en su obra y el hom- bre se irá, o le irán como a Miguel Hernández, lo mejor de la misma quedará en pie. En sus palabras, que son sus verdaderos hechos.

Sí, así es. O parece que es. Pero, a veces sucede con harta frecuencia, al menos a mí me ocurre, que leyendo o recordando prosas, versos cuajados, palabras dichas con la mayor dulzura amorosa o pronunciadas para romper las tripas en un zarpazo de inteligencia y rabia, doy en viajar imaginaria o realmente por la Ávila de Teresa y Juan de la Cruz, por las llanuras manchegas al encuentro del encarcelado Cervantes, por las tierras cabe el Sar tristeando junto a Rosalía , o para ver las cabrillas bajo los olivares de Córdoba o para empaparme de aguas geométricas en el Generalife recordando a Federico.

Quizá sea así porque en ocasiones el análisis más o menos académico, que no desdeño, parece ignorar la geografía política y la historia, pero verdad es que “lo que hoy es mármol frío y eterno fue una vez palabra en el tiempo”. Por eso, hoy aquí, en estas palabras que escribo, que pretenden ser un homenaje a Miguel Hernández en el sesenta aniversario de su muerte en la cárcel de Alicante, quiero viajar a sus versos, a sus palabras, a los cortos años en que realizó su obra, a las huellas de su vida, a las huellas de amor y muerte que el poeta sendereó porque,

Querer, querer, querer, esa fue mi corona
Esa es.

Orihuela, Oleza del Obispo leproso de Gabriel Miró. Donde el tiempo parece estan- cando entre la fuerte luz de levante y el incienso de sus cien iglesias, donde las pasiones y el pecado se fabrican en bisbiseos de confesionarios y sacristías, en confidencias entre beatas y el poder eclesiástico de la ciudad. Orihuela, restos de la muralla que la circunda- ra, restos del Castillo que protegiera sus tierras. Palacios de los Marqueses de Rafal, de los Condes de Pinohermoso. Catedral. Obispado. Parroquias de San Salvador, de las San- tas Justa y Rufina, de Santiago el Mayor, de Santa Ana, de Monserrate… Franciscanos, capuchinos, jesuitas, salesianos. Monjas agustinas, monjas salesas, Clarisas, de San Juan, carmelitas…Cristos yacentes, figuras de la pasión del Señor por las calles penitenciales de cruces y capirotes.

Huertas del río Segura que corta la ciudad. Palmerales. Naranjos, granados cuyos frutos parecen incendiarse cuando llega el sol de mediodía. Bella Orihuela, bella “Orihuelica del Señor” que así la decían y no sé si aún la dicen. Allí nació en octubre de 1910 Miguel Her- nández, quien fuera luego el poeta de la revolución española, el poeta que derramaba su corazón y sus versos en las trincheras republicanas, el militante comunista que murió antes de cumplir 32 años en la cárcel de Alicante.

Escuela hasta los quince años. Monaguillo, lector de poemas sacros. Se gana la vida pastoreando cabras, repartiendo leche por las calles de Orihuela. Dicen que, por las tardes, mientas apacentaba el cabrío, leía a Miró, a Gabriel y Galán, a Garcilaso, a Juan Ramón Jiménez, a Juan de la Cruz, a Machado, a Verlaine, libros que le prestaba el vicario de la dió- cesis. Cuentan también sus biógrafos y otras gentes que le conocieron que en la tahona de Carlos Fenoll, junto a Ramón Sijé, su compañero del alma, hablaba Miguel de prosas y ver- sos, de sonetos y endecasílabos, de todo lo que leía, de todas las palabras que buscaban aco- gida en su decir poético. Publica, en 1930, Pastoril, tributo a Góngora.

La noche viene corriendo el azul cielo enlutando
el río sigue pasando
y la pastora gimiendo

1931. Llega la República, las misiones pedagógicas, “La Barraca”, de Lorca y el teatro de la FUE que dirige Max Aub. Miguel sigue pastoreando cabras, también rebaños de palabras. Ha publicado y puñado de poemas, pero Orihuela ya no le basta. Madrid es la ciudad de las luces para un poeta que empieza a sonar. Los días lentos de Oleza-Orihuela solo agujereados por el sonar de las campanas que marcan las horas, la vida y la muerte, en una ciudad que parece dormida mientras España entera se le anto- ja al poeta.

Un hervidero de ilusiones, de siglos que, de pronto, parecen hacerse realidad con la caída de la Monarquía.

La capital, el mundo que soñaba. Madrid. Pronto se acaba la curiosidad en las tertulias literarias por el pastor que escribe “teniendo promesa el lomo de una cabra”. La gloria es un sueño esquivo, La realidad es la pobreza, el desencanto, Dice así en un silbo:

Cuanto vocabulario de cristales
Árboles como locos, enjaulados Eléctrica la luz, la voz, el viento y eléctrica la vida

Dice así en una carta a Ramón Sijé:

“Acabo de llegar a casa hundido, con los pies destrozados, Desde las dos de la tarde andando con estos zapatos, los únicos y rotos y llenos de agujeros. Si hubiera tenido al menos quince céntimos hubiese acortado la distancia desde la estación a la casa”.

Orihuela otra vez, alguna escapada a Madrid. En 1933 publica, trescientos ejempla- res, Perito en lunas. Apenas alguna crítica, Lorca señala el silencio estúpido que la obra no merece. Lorca publica Poeta en Nueva York. En ese tiempo aparece Escapadas como labios, de Aleixandre. También circulan las revistas Octubre y Cruz y Raya. Bergamín publica a Miguel Quién te ha visto y quién te ve. Y pronto se va a producir un cambio de religiosidad del poeta alicantino. Si en El silbo de la sequía muestra una cierta resig- nación, una cierta impotencia mística frente al silencio y las obras de un Dios sordo e inmisericorde.

Llorad, llorad, lloremos hermanos de la tierra
a ver si nuestro llanto apiada al cielo

Ya en Sonreídme ha roto esas cadenas, el hombre tiene que ser dueño de sus destino.

Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiente de múltiples casullas
la serpiente escamada de casullas y cálices

1934. LA CEDA, Gil Robles, El clerical fascismo alcanza el poder. Asturias. Mil muer- tos, tres mil heridos, treinta mil presos. El poeta va tomar partido por los desheredados de la tierra, gentes de barro aunque Miguel se llame. Escribe Los hijos de la piedra , inspirado en le levantamiento minero. Ya lo ronda en la cabeza El labrador de más aire, ya le rondan en la cabeza romances populares.

En pie ante el verdugo y en pie ante la cadena No somos carde arena no somos carne de yugo

Madrid, otra vez. 1935. paseos con Pablo Neruda. “me contaba –recuerda el chileno- cuentos terrestres de animales y pájaros. Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y tierra”. Influencias de Vicen- te Aleixandre con él mantendrá una profunda amistad. Se relaciona con González Tuñón, poeta argentino, militante comunista, autor, más tarde, de la Rosa blindada y Muerte en Madrid.

Muere Ramón Sijé, escribe la elegía que lleva su nombre. Ahí está el rayo que no cesa:

Temprano levantó la muerte el vuelo
temprano madrugó la madrugada
temprano estás rodando por el suelo

Frente Popular. Guerra civil. El 25 de agosto de 1936 se levanta la voz de Hernández en el Ateneo de Madrid denunciando el asesinato de Lorca en Granada. “Desde la ruinas de sus huesos me empuja el crimen con él cometido por los que no han sido ni serán pueblo jamás y en su sangre, bestialmente vertida, el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra”.

Escribe en El mono azul, en Hora de España. Política y literatura. La vida como un torbellino, vivida a golpes de versos como espadas de endecasílabos, como tableteo de ame- tralladoras. Todos los frentes de batalla. Quinto Regimiento. Comisario de Cultura de la pri – mera compañía de “el Campesino”. Dedica un sentido poema a Pablo de la Torriente, el escritor cubano que muere en Majadahonda defendiendo la República española.

Sigue la guerra. Sangre, sangre y más sangre derramada. Un ejército de obreros y campesinos, un ejército de mono y alpargatas se cubre de gloria mientras se desangra. Escribe Miguel fieramente. Artículos como “Defensa de Madrid”, poemas como “Aceituneros”, como el “niño yuntero”. Sus versos, como los de Machado, se imprimen en octavillas, los leen los que apenas saben leer y han hambreado escuela siglos y siglos. Unos días de vino y rosas le esperan en Orihuela al casarse con Josefina, su amor encendido.

Publica Viento del Pueblo. Escribe unas notas para Vicente Aleixandre donde da cuenta de lo que para él significa su compromiso de creador, de poeta. “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sen- timientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasiones, de vida y de muerte, nos empuja de un impotente modo a ti a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”. Si yo salí de la tierra / si yo he nacido de un vientre / desdichado y con pobreza / no fue sino para hacerme/ ruiseñor de las desdichas / eco de la mala suerte / y cantar y repetir / a quien escucharme debe / cuando a penas, cuanto a pabre / cuanto a tierra se refiere”.

Y sigue, ya en El niño yuntero.

Carne de yugo ha nacido más humillado que bello con el cuello perseguido por el yugo para el cuello.

Miguel miliciano, soldado, comisario de la República El fusil en la mano, el canto al aire de las trincheras.

Cantando espero a la muerte que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

“Canción del esposo soldado”. El poeta sabe que va a tener un hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, Envuelto en un clamor de victoria y guitarras Y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
Sin colmillos ni garras

Batalla de Brunete. Congreso Internacional de Escritores. Miguel toma la palabra junto a Eluart, Aragón, Brecht, Neruda, Machado, Vallejo, Alexis Tolstoi, Antonio Machado. Albert Einstein envía un mensaje: “Lo único que en las circunstancias que enmarcan nues- tra época puede conservar viva la esperanza de tiempos mejores es la lucha heroica del pue- blo español por la libertad y la dignidad humanas”. Viaja a la URSS. “He venido a la URSS
–escribe- directamente desde el frente y al regresar a España volveré a las trincheras. Allí está mi puesto, allí está el lugar de cada español honrado, que no de palabra sino de hecho, se esfuerce por ver a su patria y a todo el mundo libre del fascismo,”.

Muere su primer hijo. “Mi casa es un ataúd. En la casa falta un cuerpo, que en la tierra se desborda”. La España republicana se va a partir en dos tras la batalla del Ebro. Escribe El hombre acecha.

Sus versos se desnudan al ritmo que marca la guerra. Canta al fusil, a la ametralladora. Llama al toro de España. “Levántate toro, truena toro, / abalánzate / Atorbellínate toro, revuélvete.

Que vienen, vienen, vienen con sed de cementerio dejando atrás un rastro
de muertos, muertos, muertos.

En Cox nace su segundo hijo, enero de 1939. La República agoniza. En marzo, en Orihuela, todo se ha perdido. La paz es la continuación de la guerra. No hay paz, sino venganza, campos de concentración, cárceles, fusiladas al amanecer. Miguel huye hacia Sevilla, de allí a Huelva donde por Rosal de la Frontera intenta pasar a Portugal. Pero la policía política del dictador Salazar le detiene, le humilla. Le golpean hasta que orina sangre. Cárcel de Huelva, cárcel de Sevilla. Cárcel de Torrijos en Madrid donde escribe la “nana de la cebolla” para su hijo hambriento, para su hijo que apenas come pan y cebolla.

La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días
y de mis noches. Hambre y cebolla
hielo negro y escarcha grande y redonda.

Sale de la cárcel de Torrijos para volver a Orihuela, a los amigos. La derrota golpeán- dole el costado izquierdo, allí donde habita su roto corazón. Pero la Oleza señoritil y meapilas no perdona a Miguel que, denunciado por rojo, como comunista, va a dar con sus huesos en el Seminario diocesano convertido en Penal. Diciembre del 39, custodiado por la Guardia Civil marcha hacia otro pudridero de hombres, la cárcel de Conde de Toreno en Madrid, donde por segunda vez en su vida se encuentra con Buero Vallejo. No volverá jamás a Orihuela.

A muerte le condenan en 1940. Ve conmutada la pena por la de treinta años de reclusión. Escribe así: “Hace varias noches que han dado las ratas en pasear por mi cuerpo. La otra noche desperté y tenía una al lado de la boca. Esta mañana me he sacado otra de la manga del jersey y todos los días me quito boñigas suyas de la cabeza”.

A Palencia en cuerda de presos. “Hace frío de verdad aquí”. De aquí para allá, un calvario de prisiones, de celdas inhabitables. Ya le ronda la muerte. A pesar de todo lanza un grito de libertad.

No, no hay cárcel para el hombre. No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior.

Cancionero y romancero de ausencias. Poemas heridos por la desolación, por el amor, por los recuerdos. Afila las palabras hasta dejarlas descarnadas en arquitectura ósea.

No podemos ser. La tierra no pudo tanto. No somos cuanto se propuso el sol en un anhelo remoto.

1941. Penal de Ocaña. Prisiones de Alcázar de San Juan y de Albacete. Agotado, enfermo, si antes le rondaba la muerte ya ésta va directa a por él, a por el soplo de vida que le queda. “Yo creí que la luz era mía, precipitado en la sombra me veo”. No le dejan ver a Jose- fina, pues la Iglesia no considera válido su matrimonio civil, aunque le dejan besar al hijo.

Invierno de 1942, 28 de marzo. Mientras se sigue fusilando en las cunetas y cementerios de no importa qué lugar de España, mientras centenares de miles de presos políticos se hacinan en las cárceles y campos de concentración, mientras se tortura en comisarías de policía, cuarteles y cuartelillos de Falange o la Guardia Civil, mientras los “poetas angélicos” claman su hambre de Dios y media España pasa hambre de verdad, mientras el censor Camilo José Cela publica La familia de Pascual Duarte y se libra la batalla de Stalingrado, a las cinco horas y treinta minutos de la mañana, “ligero de equipaje, como los hijos del mar”, muere en la cárcel de Alicante el poeta de la revolución española que se llamó Miguel Hernández.

Recuerda Sorel la herencia del poeta que Josefina recogió: Un mono. Dos camisetas. Un jersey. Una camisa. Unos calzoncillos. Dos juegos de almohada. Una toalla. Una correa. Una servilleta. Un par de calcetines. Una manta. Una cazuela. Un bote.

Pero también nos dejó en herencia hermosas palabras, poemas, versos que hoy, estos días lluviosos de marzo, a los sesenta años de su muerte, porque soy su camarada, y por tanto su albacea testamentario, lanzo al viento esta primavera que nace en el año 2002.

Adiós hermanos, camaradas, amigos despedidme del sol y de los trigos.

Sí, “aunque el otoño de la historia cubra nuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños”. República y socialismo formaban parte de los sueños de Miguel Hernández, también siguen formando parte de los míos.

(*) Armando López Salinas, escritor y comunista (Noticias sobre la vida, obra, prisión y muerte del poeta Migue Hernández facilitadas al autor de estas notas por Antonio Buero Vallejo, Santiago Álvarez, Melquiades Rodríguez Chao, Marcos Ana, Tuñón de Lara; N. Calamai y Andrés Sorel y por las lecturas de su obra)

Publicado en el nº 224-225 de Nuestra Bandera. Año 2010

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