“Uno quiere expresarse, y no lo entienden”
‘El testamento de Heiligenstadt’

Nacen estas notas sobre el poeta recientemente fallecido, Carlos Álvarez, como un encargo de alguien que tampoco está ya entre nosotros… Me explico. Asumo como un deber de amigo la tarea de homenajear al autor de ‘Aullido de Licántropo’, y lo hago en nombre de Antonio José Domínguez, quien durante casi tres décadas (hasta su fallecimiento en octubre de 2017) escribió de teatro, poesía y novela en Mundo Obrero. Antonio tenía en gran estima, personal y poética, a Carlos Álvarez, “¡qué poeta!”, exclamaba. De esa forma Antonio sintetizaba la esencia de un poeta al que situaba en el clasicismo “y en medio del latido de la contemporaneidad”, alejado de las modas impuestas por los mandarines de cada época. Pero también, se refería con esa exclamación a un poeta “militante en el amplio sentido del término: resistente y disidente al mismo tiempo”.

Nuestro evocado, Carlos Álvarez Cruz, nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, allá por 1933. Aquel año, recordemos el contexto, en algunas zonas de España se produjeron importantes estallidos sociales, mientras que en Alemania el Partido Nazi ganaba las elecciones… Todo ello configuraba de partida una suerte de telón de fondo en la vida del futuro poeta, hijo de la sanroqueña María Teresa Cruz Guerrero y del capitán de la Guardia de Asalto José Álvarez Moreno, un militar fiel al gobierno constitucional de la República, que sería fusilado en julio de 1936 en Sevilla por las fuerzas rebeldes del general Queipo de Llano. Unos años más tarde, en 1941, la familia Álvarez se trasladó a Madrid. En su poema “Recuerdo infantil”, (‘Tiempo de siega y otras yerbas’, 1970), el autor reviviría:

Por aquellos desmontes de la Universitaria,
heridos
todavía por cascos de metralla
y por una tristeza en los paisanos
que entonces no veía,
jugaba algunas veces con los chicos
de mi curso escolar, con mis hermanos
si no estorbaba mucho, y otras veces
conmigo yo jugaba
con una soledad ya presentida…

Entrevistado con motivo de una de las reediciones de ‘Aullido de Licántropo’, Carlos Álvarez tuvo que responder a la pregunta acerca de si nació su indignación con el fusilamiento de su padre: “Eso me obligó a pensar desde muy pronto, pero la razón por la que yo empecé a escribir contra el franquismo era por lo que veía, no por la herencia. La primera vez que fui a la cárcel, en el 58, estuve con personas cuyos padres había sido fusilados por los rojos. Era la observación de la realidad, no la herencia. Yo era el más joven de cinco hermanos y había un cierto ambiente en casa de pensar críticamente. En mi casa se leía mucho, y también mi padre, que tenía la funesta manía de pensar”. Supongo que esta introspección del autor podría ser interpretada como el nacimiento de una forma de militancia que murió abrazada al palo mayor de un compromiso consciente. De forma constante, a lo largo de sus quince libros, Carlos Álvarez se manifiesta como un poeta en el que la memoria no sólo se muestra como extensión, también es implicación. Hablamos, quede claro, de un republicano “de certezas comunistas, abrigado por desengaños y sin grietas en su honestidad brutal”, según definición de Antonio Lucas en periódico El Mundo.

Su primer libro se publicó en 1963 en una traducción al danés, ‘Escrito en las paredes’, en Dinamarca, mientras él estaba encarcelado. Y el primer libro en lengua española, ‘Noticias del más acá’, fue publicado en París, en 1964. Así pues, la poesía de Carlos Álvarez ha conservado a lo largo del tiempo ese deje singular que suele acompañar a quienes sufrieron cárcel o vivieron la experiencia del destierro. En ‘Aullido de licántropo’, el poeta confirma la necesidad del desdoblamiento para escapar de una realidad autómata:

cuando mi aullido avanza
sin forma, como un soplo, como un viento,
como el mensaje arcano de los astros
despertando el deseo más secreto;
cuando saber no puedo si soy hombre o soy [lobo,
acaso entonces sí, pero hasta entonces,
en verdad os lo digo: soy un preso.

Al final de su crónica en MO (21/11/2016) por la publicación de ‘Los sueños, el amor, las intenciones’ (título genérico de la Obra Poética Completa del poeta), Antonio José Domínguez remataba su trabajo de la siguiente guisa: “Carlos Álvarez tiene su propio alfabeto, como todo aquel que, sin olvidar su tradición, tiene su propia voz. Y sus poemas que son palabras en el transcurrir del tiempo y su memoria”.