Palanganero, lameculos, sujetavelas, peinabombillas… existen muchas acepciones en nuestro idioma para calificar el vergonzoso papel representado por nuestro país con respecto a EE.UU. desde el final de la II Guerra Mundial, aunque no todas estén recogidas en el diccionario de la RAE. Ni uno solo de los gobernantes y jefes de Estado de este país, en dictadura o en pseudo-democracia, han conocido el significado de la palabra soberanía.
Ya en marzo de 1948, el Comité Central del PCE señalaba en un manifiesto: “El imperialismo anglosajón trata de convertir nuestro país en una base estratégica y económica de su política de aventura y agresión contra la URSS y las nuevas democracias. Para ello no vacila en sostener y ayudar al régimen franquista tambaleante”. Y vaya si lo sostuvieron. Cuarenta años le duró el chiringuito. EE.UU. no tuvo empalago en mantener a un dictador impuesto por el nazismo alemán y el fascismo italiano. Mientras tanto, preparó la restauración borbónica desde el minuto uno, siempre con la idea de una monarquía parlamentaria con participación de todo el arco ideológico… menos el PCE, claro está. Incluso decidió quién sería el monarca, eligiendo al más tonto y más ambicioso del clan. Una operación que contó con el apoyo incondicional del sector anticomunista del PSOE dirigido por Indalecio Prieto, cuyas tesis fueron mayoritarias desde su congreso de 1946.
EE.UU. apadrinó la presencia española en los organismos internacionales, de modo que el teórico aislamiento internacional del franquismo dio paso al reconocimiento internacional en un abrir y cerrar de ojos, a costa de lamerle las botas al tío Sam. En 1953 se firmaron con EE.UU. los Pactos de Madrid, paradigma del modelo estandarizado de imperialismo a escala planetaria: material bélico, ayuda económica en forma de créditos y bases militares. En 1957, España entró en el FMI, en el Banco Mundial, y obtuvo el estatuto de país asociado a la OECE (posteriormente OCDE). A cambio, aprobó en 1959 el Plan de Estabilización Económica, sometiéndose a las normas marcadas desde EE.UU. y abriendo los brazos a la “inversión extranjera”, señaladamente yanqui. Cinco meses más tarde, el presidente Dwight D. Eisenhower aterrizaba en Madrid y se abrazaba con el caudillo ante la sonriente mirada del coronel Vernon Walters.
La sumisión fue de tal magnitud, que Manuel Fraga dejó para la historia su famoso baño en las playas de Palomares para intentar demostrar que no existía contaminación radiactiva en la zona, después de que medio país estuviese a punto de volar por la explosión de cuatro bombas termonucleares. En enero de 1976, dos meses después de convertirse en jefazo, el actual rey emérito firmó el Tratado de Amistad y Cooperación con EE.UU., donde el tío Sam se comprometía a fomentar el ingreso de España en la CEE y la OTAN a cambio de concesiones militares y económicas. El acuerdo se cerró con el discurso del Borbón en el Capitolio, en su primera visita a un país extranjero. Tras la entrada oficial en la OTAN, el PSOE se sacó la careta, pidió el SÍ en el referéndum sobre la permanencia en la Alianza y en 1995 colocó a Javier Solana como su secretario general, puesto desde el cual ordenaría el bombardeo de Yugoslavia cuatro años más tarde. En 2001, antes del famoso Trío de las Azores, Josep Piqué, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno Aznar, estuvo a punto de fracturar las cervicales con sus reverencias ante George Bush a pie de la escalerilla del Air Force One.
Ahora Pedro Sánchez, con experiencia en Wall Street, no deja de dar saltitos y agitar los pompones para llamar la atención de su jefe imperial. Aparte de la tradicional sumisión de su partido a la estrategia de los EE.UU., en octubre de 2021 se sentó por primera vez en una reunión donde había un representante de Kosovo. Un mes más tarde anunció la celebración de la próxima cumbre de la OTAN en Madrid. Desde el inicio de la guerra en Ucrania ha asumido el discurso belicista, anunciando además el envío de armas a Ucrania, algo que desde entonces no ha dejado de hacer cada semana. Inmediatamente después vinieron la traición definitiva al pueblo saharahui y sus morreos políticos con Mohamed VI. A saber qué está dispuesto a hacer en estos tres meses con tal de hacerse una buena foto con Biden en la cumbre de Madrid.
— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?