En el calendario de las fuerzas de la izquierda francesa había una fecha marcada en rojo: el 3 de mayo, el aniversario de la victoria del Frente Popular en las elecciones legislativas de 1936. 86 años después el acuerdo de coalición entre La Francia Insumisa, Los Verdes, el Partido Comunista y el Partido Socialista da forma a la Nueva Unión Popular Ecologista y Social con la que buscarán una victoria en las elecciones legislativas de junio que ponga fin a las políticas neoliberales de las últimas décadas e imponga una cohabitación a Emmanuel Macron.
El camino no ha sido fácil. Los movimientos en el seno de la izquierda francesa no han parado. Minutos después de conocerse los resultados de las elecciones presidenciales y la victoria de Macron para un segundo mandato, los llamamientos a la unidad fueron prácticamente unánimes. En el centro del tablero, Jean-Luc Mélenchon. Con un resultado meritorio pero insuficiente para evitar que la izquierda se quedase fuera de la segunda vuelta por segunda vez consecutiva, el candidato de La Francia Insumisa (LFI) fijó la vista en la próxima cita electoral: las legislativas de junio. Una ‘tercera vuelta’ que, a juzgar por las encuestas, presenta un escenario muy abierto e igualado entre los tres bloques políticos surgidos tras las presidenciales: el espacio de la izquierda liderada por Mélenchon entorno a LFI, el bloque presidencialista de La République en marcha (LREM) de Emmanuel Macron, y el bloque conservador encabezado por la extrema derecha del Rassamblement National (RN) de Marine Le Pen.
Del fracaso de las presidenciales…
Las presidenciales fueron amargas. Por segunda vez los franceses se vieron obligados a elegir entre lo malo y lo peor: el neoliberalismo autoritario de Emmanuel Macron o el neofascismo de Marine Le Pen. Eligieron lo menos malo. Macron se impuso en una votación más ajustada de lo esperado (58,55%), con la mayor tasa de abstención en unas elecciones presidenciales (28,3%) y con la extrema derecha obteniendo el mejor resultado de su historia (41,46%). A pesar de la derrota, Marine Le Pen consiguió sus objetivos: normalizar a la Agrupación Nacional, imponer sus ideas en la agenda política francesa, y reconfigurar el espacio de la derecha, que ha visto cómo el actor tradicional, Les Républicans (LR), se quedaba por debajo del 5% en la primera vuelta y se fracturaba internamente sobre qué estrategia adoptar para la segunda, evidenciando las cada vez mayores fracturas ideológicas dentro del partido que desde hace años debate cómo tratar a la formación de Marine Le Pen: si como un aliado con el que llegar a acuerdos y compartir gobiernos, o si seguir apostando por el Frente Republicano, ese pacto no escrito para establecer un cordón sanitario que evite que la extrema derecha acceda a las instituciones republicanas. Un debate que refleja la profunda crisis política que atraviesa el país vecino.
Las políticas de ruptura democrática y social, el ataque a los servicios públicos y el cesarismo con el que Macron ha dirigido el país durante su primer quinquenato han dado alas a la extrema derecha. Afortunadamente, el Frente Republicano ha sobrevivido una elección más. Macron enfila su segundo mandato sabedor de que lo ajustado de su victoria muestra que el rechazo a sus políticas de buena parte de la sociedad francesa es una realidad mensurable en votos: a pesar de que en la primera vuelta el Presidente saliente fue capaz de absorber aún más espacio a izquierda y derecha (pasando del 24,01% en 2017 al 27,85%), en la segunda vuelta ha sido reelegido por solo el 38% de los inscritos en el censo electoral -recibiendo menos apoyo que los obtenidos por François Hollande en 2012, por ejemplo- y dejándose más de dos millones de votos por el camino respecto al resultado cosechado en la segunda vuelta de 2017.
Por su parte, Jean-Luc Mélenchon obtuvo el mejor resultado de la izquierda radical desde 1969 (21,95%) y consiguió aumentar los apoyos cosechados en 2017 (19,58%). Un resultado que si bien no sirvió para convertirse en alternativa presidencial al tándem Macron-Le Pen, sí sirvió para colocar a LFI en una posición privilegiada para capitanear la recomposición de la izquierda francesa. Ningún otro candidato del bloque progresista logró superar el 5% de los votos. Yannick Jadot (Los Verdes) fue el que más cerca se quedó con un 4,67%. Tras él Fabien Roussel, Secretario Nacional y candidato del Partido Comunista que volvía a unas presidenciales con papeleta propia por primera vez desde 2007. El PCF obtuvo un 2,28% que si bien sirvió para ganar visibilidad no logró el difícil equilibrio entre movilizar al electorado para reducir la abstención y no perjudicar al resto de candidaturas de la izquierda. Por último, la Alcaldesa de París y candidata de los socialistas Anne Hidalgo (1,74%) que logró el peor resultado de las historia del PS en unas elecciones.
… a la unidad en las legislativas
Sin duda, las formaciones que hoy componen la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES) han sabido extraer una conclusión fundamental de las elecciones presidenciales: disgregadas, las fuerzas de izquierda no han sido capaces agrandar su espacio electoral. La suma total de las cuatro candidaturas de la NUPES más los candidatos trotskistas ha quedado por detrás de la suma de las candidaturas de la extrema derecha: 31,94% contra 32,28%. Por contra, con los resultados de las presidenciales en la mano, la unión de las izquierdas tiene opciones de ser la fuerza más votada en 291 de las 577 circunscripciones (la mayoría absoluta son 289) y tiene incluso posibilidades de disputar la segunda vuelta en aquellas en la que sus candidatos y candidatas superen el 12,5% que establece el sistema electoral francés. Esto, sumado a la nueva composición del panorama político francés en tres grandes bloques, puede terminar favoreciendo los intereses de la Nueva Unión Popular.
Con las izquierdas separadas quien termina perdiendo, en última instancia, es la clase obrera. En este escenario, todos los actores eran conscientes de la gravedad de la situación y de la enorme responsabilidad que pesaba sobre ellos, no solo para intentar sobrevivir a un segundo mandato en la Macronie y al avance de la extrema derecha, sino por las posibilidades reales que una candidatura unitaria tendría para lograr una mayoría de izquierdas en la Asamblea Nacional que sirviese de contrapeso a la Monarquía Republicana del Presidente de los ricos.
Contrariamente a 2017, Mélenchon ha tendido la mano. Las negociaciones se iniciaron pronto con una oferta de coalición dirigida al polo ecologista encabezado por Europe Écologie Les Verts (EELV), al Partido Comunista Francés y a los trotskistas del Nuevo Partido Anticapitalista, pero no al Partido Socialista. La propuesta: conseguir una mayoría en la Asamblea Nacional para evitar que Emmanuel Macron continúe con sus políticas antipopulares y cerrar la puerta del parlamento a la extrema derecha. La bandera: la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES) y un programa común compartido que debería pivotar en torno al programa presidencial de Jean-Luc Mélenchon quién además sería el candidato a Primer Ministro.
Un nuevo centro de gravedad político e ideológico en la izquierda
Los primeros en sellar la alianza fueron los verdes de EELV, que se aseguran una posición muy favorable dentro de la coalición y del nuevo grupo parlamentario. Encabezarán 100 circunscripciones. Junto a ellos, otros partidos del polo ecologista como Génération.s, el movimiento fundado por Benôit Hamon, otrora candidato del Partido Socialista a las presidenciales de 2017.
Poco después fue el Partido Comunista de Francia (PCF) quien se sumó la coalición tras validar la propuesta de unidad en su Comité Nacional por amplia mayoría. El PCF había puesto determinadas condiciones a LFI para alcanzar un acuerdo satisfactorio, entre ellas, mantener la autonomía del grupo de diputados comunistas en la próxima Asamblea Nacional. Los candidatos y candidatas comunistas encabezarán 50 circunscripciones con las que asegurar e incluso aumentar los 11 diputados con los que cuentan actualmente. Además, el PCF presentó un ‘contrato de legislatura’ en el que recogía una serie de medidas con las que hacer frente a la actual situación de crisis, revertir algunas de las políticas macronistas más dañinas y proteger a la clase trabajadora francesa.
El Partido Socialista ha sido el último de los grandes partidos en sumarse a la coalición, no sin drama. El acuerdo ha desgarrado a una organización ya de por sí rota y ha sido denunciado por pesos pesados como François Hollande o su Primer Ministro Bernard Cazeneuve, que ha sido uno de los elefantes que ha abandonado el partido. También alcaldes y diputados salientes están dispuestos a dar la batalla contra un acuerdo que consideran una ‘rendición’ y un paso hacia la ‘autodisolución’ de la centenaria organización. El acuerdo duele, está claro. No obstante, cabe recordar que Mélenchon abandonó el PS en 2008 rechazando el giro socialiberal del partido y ahora, 14 años después, son éstos quienes se han visto obligados a reconocer la primacía de LFI en la izquierda francesa y aceptar un programa considerado ‘radical’ y que amenaza la naturaleza socialdemócrata del PS.
Más que a la socialdemocracia, el programa común de la Nueva Unión Popular impugna las políticas social liberales asumidas y ejercidas por el PS desde los años 80 y que alcanza su máxima expresión bajo la presidencia de Hollande. Un documento que concreta el ideario político de una izquierda radical francesa que inició su andadura en 2005 defendiendo el ‘NO’ a la Constitución Europea y que se ha convertido en hegemónica dos décadas después: aumento del salario mínimo a 1.400€/mes, bajar la edad de jubilación a los 60 años, una apuesta decidida por los servicios públicos destacando la creación de nuevos puestos en sanidad y educación, medidas para limitar los precios de los productos de primera necesidad, la nacionalización de empresas energéticas, de transporte o la banca… Pero también cuestiones como la desobediencia a las reglas de la Unión Europea que imposibiliten llevar a cabo el programa común, o la apuesta por instaurar la 6ª República Francesa. Asumiendo esta propuesta política de ruptura, el PS renuncia formalmente a sus postulados social-liberales y asume su nuevo papel en la izquierda francesa. El acuerdo con LFI le reserva 69 circunscripciones con las que pelear por aumentar sus 24 diputados actuales.
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Un acuerdo histórico para hacer historia
La izquierda francesa no ha perdido el tiempo. Después del batacazo en las presidenciales ha sabido recomponerse en tiempo récord, dejando a un lado los protagonismos, las viejas rencillas y centrándose en aquello que les une y no en aquellos que los diferencia, para firmar un acuerdo histórico con el que se constituye un espacio político unido en torno a un programa netamente anti liberal liderado por Jean-Luc Mélenchon y La Francia Insumisa. Un acuerdo que no ha caído del cielo, ni siquiera de las direcciones de los partidos implicados. Ha sido una respuesta obligada a la exigencia de unidad de electorado de izquierdas tras años de desencuentros y malos resultados que no han beneficiado más que a los enemigos de clase. Sin esa presión, quizás, un acuerdo de este tipo nunca se hubiese visto la luz.
Con la derecha conservadora en su peor momento, la extrema derecha dividida entre Le Pen y el desembarco de Eric Zemmour, y un bloque presidencial recompuesto bajo la marca Ensemble (Juntos) pero igualmente dependiente de la imagen de su Presidente, la izquierda tiene posibilidades reales de convertirse en la primera fuerza política en la próxima Asamblea Nacional e imponer una cohabitación a Macron. Su principal rival, la abstención. Con una participación a la baja de forma constante desde 1993, todavía más pronunciada a partir de los años 2000 tras la llegada del quinquenato y el cambio del calendario electoral que hace coincidir las legislativas con las presidenciales, las izquierdas tiene el reto de movilizar al electorado descontento y convertir en votos toda la ilusión que la constitución de la NUPES ha despertado.
La cita electoral del 12 y 19 de junio puede suponer un hito histórico. La victoria de la nueva izquierda radical francesa unida y su llegada al gobierno galo puede abrir una nueva etapa política en Francia y servirnos de ejemplo al resto de la izquierda europea. Aux urnes citoyens!