Hace calor y nos exageran la percepción de lo que nos agobia, aún más, con el estilo tremendista de contar las noticias, como si siguieran escrupulosamente las instrucciones del manual de guerra psicológica. Siempre me han llamado la atención quienes se dedican a invadir tu tiempo libre con discursos dramáticos premonitorios de catástrofes inminentes, para las que no parecen existir soluciones o voluntad de realizar esfuerzos que contengan la amenaza. Parece que nos han declarado una guerra psicológica bajo forma de propaganda y, a través de la confusión mental, la contradicción de los sentimientos, la indecisión y el miedo, nos meten en una de esas guerras híbridas con actores no estatales que actúan en una sociedad de riesgo global.

Es una forma de tenernos entretenidos con la actividad sociopolítica corriendo pareja con la temperatura: mucho aspaviento recalentado, muy bajo nivel de discurso político, un marketing con intenciones tan perversas como cutres en su práctica y una derechización simplona de buena parte de la opinión pública-publicada, cansada, enfadada, empobrecida y alienada, que simplifica lo que percibe del espectáculo porque no tiene ganas de darle muchas vueltas a ningún tema sino de señalar a un culpable sobre el que se pueda descargar impunemente la mala leche hispana. Y así los ciudadanos pierden de vista la gestión de los asuntos que les conciernen, como los usuarios pierden el control del producto que adquieren casi sin saber por qué y terminamos instalados en un individualismo indefenso que lleva a la desintegración del concepto de ciudadanía.

Habrá que repasar lo de la “modernidad líquida” con sus conceptos vivos y muertos al mismo tiempo: emancipación, tiempo, espacio, trabajo y comunidad, que dijo un tal Bauman. Aunque viendo la televisión, los todólogos que la ocupan y los personajes políticos que parecen querer promocionarse a base de agresividad y vulgaridades, sacamos la impresión de que lo más cierto de lo que nos aqueja es la incertidumbre. Menos en lo del cambio climático, por más que se empeñen los negacionistas.