El linchamiento se ha instalado en las prácticas políticas y mediáticas de nuestro país. Y lo ha hecho con tanta virulencia como para dañar, ya muy gravemente, la convivencia democrática, lograda tras miríadas de represión, sufrimiento, dolor y resistencia. Una recua de personajes que nada hicieron por la coral conquista de las libertades democráticas, encaramados desde puestos clave de instituciones, partidos, judicatura y prensa, se ha dedicado a ejercer despiadadamente el linchamiento contra personas, conductas y organizaciones políticas honorables, de una manera tan abyecta como impune. De todas las prácticas criminales, el linchamiento es la más cobarde de todas ya que se ampara en la irresponsabilidad del anonimato grupal para consumar su crimen.
El Partido Popular, liderado por Pablo Casado, tras masificar una descalificación universal contra el presidente del Gobierno, ejecutó un linchamiento incesante, premeditado y delictivo contra su Gobierno legítimo, en el peor momento de la historia reciente de España; precisamente, cuando el país entero se hallaba acosado y mortalmente desangrado por un patógeno homicida y todos necesitábamos vitalmente del músculo gubernamental y de la solidaridad de la clase política para combatir el flagelo del virus. Es muy difícil olvidar la bajeza de aquel intento incesante que ha durado hasta hace bien poco y que no acaba de ser erradicado.
Paralelamente, una coyunda policial y mediática, presuntamente avalada por algunas togas venales, se aplicaba al linchamiento infame, basado en la mentira, contra un partido joven emergente, Podemos y contra su liderazgo, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, en un acoso sistemático y prevaricador ejemplo del matonismo más deleznable.
Atentado mediático contra la democracia
Hay aquí hoy un fenómeno asociado de extrema gravedad: el conciliábulo delictivo entre un supuesto comunicador, un machaca periodístico con digital propio bien financiado y un par de comisarios omnipotentes, que contaban a priori con amparo/ayuda política de ministr@s del PP y otra togada que daban por hecha para derribar a Podemos y hundir el Gobierno de coalición, el primero en España en 45 años de democracia. El compadreo de unos y otros bajo el amparo y la inducción de un potente conglomerado mediático ha puesto de relieve una verdadera conspiración para impedir, con mentiras premeditadas y prefabricadas, el libre juego democrático y electoral de un partido que asumió la tarea de revitalizar una democracia perfectible y la labor de un Gobierno legítimo acosado desde las mismas y otras terminales.
Todo indica que el rencor contra Podemos tenía su origen en su simpatía por el régimen venezolano, ya que fue el pionero en poner coto al bipartidismo en América Latina. El temor a que su ejemplo cundiera aquí y Podemos contribuyera a poner fin al bipartidismo en nuestros lares le granjeó el estigma que se impone a quien debe desaparecer. En cuanto a Pedro Sánchez, que osó estrenar una coalición de Gobierno por primera vez en democracia, como alternativa instrumental al bipartidismo, era reo de estigmatización y derrocamiento. ¿Por quién, a favor de quién? Ensaye el lector la respuesta.
De esta doble conjura aflora una evidente degradación del Periodismo cuando su ejercicio se deposita en manos manchadas por el narcisismo de quienes olvidan que la información es un bien público, no privado, cuya propiedad, pertenece a la sociedad. El periodista no es el dueño de la información, tampoco lo es el medio. Es la sociedad quien genera la información que cabe al periodista contrastar y devolver organizadamente a su dueña social. Los medios, por si mismos, tampoco los informadores, no protagonizan nada, tan solo, la iniciativa en la entrega a tiempo de lo informado. Pero esta perversión a la que hemos asistido llega a confundir a los irresponsables que creen que los media componen un poder al uso, que les hermana con los poderes de siempre y se brindan a estas maquinaciones tan tóxicas. La Prensa solo puede limitarse a informar, a transmitir informaciones de la sociedad a la sociedad, con la licencia de poder desplegar autónomamente el Periodismo de opinión, que debe apartarse totalmente de trufarse con la información. O se informa o se opina, no cabe mixtura alguna. Eso sí, una opinión bien informada, si ha de ser capaz de cruzar informaciones significativas, siempre alumbrará los mejores análisis.
Ferreras, Inda, dejad de degradar nuestro oficio
Abandonad el compadreo con lo peor de la institución policial y de las togas “amigas”; bajad a la realidad y comprobad que erais solo periodistas. Ni más ni menos. Aunque parece que habéis hecho méritos suficientes para dejar de serlo. Nadie os ha autorizado a cercenar el prestigio y el esfuerzo de nuestros colegas que cayeron en combate, sucumbieron a enfermedades en parajes lejanos, sufrieron persecución, aislamiento, represión, hostilidad, multas, amenazas, acoso y, en muchos casos, vieron gravemente erosionados sus lazos familiares…; y todo ello por perseguir un ideal: el de informar con la verdad por delante para contribuir a despejar la incertidumbre y dotar de certezas a un público desconcertado que, en un mundo incierto, necesita de nosotros menos de lo que nosotros precisamos de él.
En cuanto a algunas de las togas más politizadas, esa prueba pendiente de la democracia española, léanse el articulo tercero del Código Civil y apliquen sus sentencias de un modo acorde con el contexto social en el que vivimos todos los demás españoles, tan lejano de aquel en el que sus señorías viven todavía instaladas. No estaría de más que cuando emitan esas sentencias erróneas o esos clamorosos archivos de causas abiertas sin fundamento, ustedes dieran públicamente la cara y explicaran cómo, por qué, decidieron lo que decidieron. Y si la autocrítica procede, procedan a asumirla. La educación ciudadana bien merece sus explicaciones. A ustedes competería de qué forma cabría restituir y reparar la fama y la honra tan burdamente escarnecidas y tan premeditadamente dañadas de las personas y partidos linchados en la conjura aquí tratada.
Y una sugerencia. La Política es una cosa, la Justicia, otra y la Policía, otra más. La Prensa debe informar de todas ellas, con objetividad, entendida como forma suprema de la honestidad. Hay miles de políticos, jueces, policías y periodistas que conocen y aplican esta máxima a sus respectivas profesiones. No permitamos que tan solo unos pocos de entrambos, mancillen su esfuerzo de cada día. La crítica política es necesaria en una democracia. El linchamiento es un delito. Apartémoslo de las prácticas políticas antes de que el rencor inquisitorial nos enfrente, una vez más, a muerte. Todos merecemos la paz y la concordia.