Curling es la primera novela de Yaiza Berrocal. La portada es estupenda (cuidado, la novela también): dos individuos se desplazan por la pista de hielo con sus respectivos cepillos lustrando un suelo donde resplandece el célebre rostro del billete de dólar. Empiezo por la cubierta porque me parece fundamental; una representación sin duda potente del mundo que habitamos y una imagen que encierra la clave de lectura de la novela. (Sobre)vivimos, en efecto, en un partido de curling: nos deslizamos sobre la realidad como los jugadores lo hacen sobre el hielo, es decir, compitiendo –frotando lo más rápido que podemos en el menor tiempo posible (ay, la eficacia)–, sacándole brillo al capital. En la parte inferior de la ilustración (obra de Mr. Zé), un patio de butacas con varios espectadores. Dos explicaciones se me ocurren a propósito de este detalle. La primera y más obvia tiene que ver con el propio argumento del relato, un texto que, podríamos decir –grosso modo– es la historia de (uno de) los acomodadores del Gran Teatro del Walhall; la segunda pone en el centro el ejercicio que se lleva a cabo en la obra de convertir el trabajo en material narrativo. Desde esta perspectiva, nosotros –lectores– asistimos, como si de un espectáculo se tratara (sentaditos en nuestro asiento y en silencio), a la sátira pseudodistópica sobre el mundo laboral que es, en primera y última instancia, Curling.

En la novela se narra la experiencia de Eusebio Morcillo como nuevo trabajador de la empresa PlusValue Group Solutions, nombre de la ETT encargada de abastecer de personal al teatro. Para esta empresa, el asalariado del teatro no es un mero taquillero o acomodador, es un “Facilitador de Experiencia al Espectador”; tampoco es un trabajador, sino un “colaborador voluntario”. De igual modo, el contrato laboral no es un contrato laboral; es, más bien, un “acuerdo de colaboración”, mientras que el salario ha dejado de llamarse salario para denominarse “presente monetario”, cuyo importe varía en función de las valoraciones de los espectadores (antes “clientes”). ¿Qué es todo esto? El poder del lenguaje –más concretamente, del discurso empresarial– de construir realidad (en este caso –¿quizás siempre?–, escondiendo dinámicas de precarización, pérdidas de derechos).

Pero en la novela de Berrocal no solo aparece la precariedad laboral; también lo hace la precarización del asalariado. Eusebio Morcillo es el gran ejemplo: como individuo anodino que es, fruto del sistema que lo ha creado, su subjetividad se caracteriza por el vacío, y en una subjetividad hueca, las contradicciones desaparecen. Por eso Curling no puede narrarse desde la perspectiva de Eusebio (por eso Eusebio no es el narrador del relato de su vida). La vida de Eusebio se explica por medio de documentos varios que, como un collage, arman la novela (transcripciones de las conversaciones por walkie-talkie de los empleados, diapositivas de PowerPoint de la coach de la empresa, correos electrónicos, informes de vigilancia de las cámaras de seguridad, informes de inspecciones del inmueble del teatro…). Es decir, por medio de discursos otros que son otros porque no son de Eusebio, pero a la vez sí lo son, porque terminan por atravesarlo y constituirlo. Y es que acaso el curso de formación que imparte la coach con sus diapositivas motivacionales (¡hazte a ti mismo!, ¡pare a tu nuevo yo!, ¡en la productividad reside la felicidad!) cumpla nada más y nada menos que la función de llenar la oquedad de estas nuevas subjetividades.

Quiero terminar subrayando algo, creo, para nada baladí. Berrocal habla de precariedad laboral, sí; habla, más específicamente, si queremos, de precariedad en el mundo cultural, vale. Pero no le cede el protagonismo al/la artista, sino al trabajador del sector de la cultura, o sea, al acomodador, al vendedor de entradas, al proyectista, al vigilante de museos y galerías, al librero… Al trabajador de la cultura, repito, generalmente olvidado cuando hablamos del binomio precariedad y cultura, a pesar de ser quien más sufre la primera y quien sostiene la segunda.

CURLING
Yaiza Berrocal
Hurtado & Ortega, 2021