El resultado de las elecciones parlamentarias suecas ha sido otro aviso para navegantes europeos: el bloque de derecha y extrema derecha ha vencido y desaloja del gobierno a la coalición de la socialdemocracia. El bloque de derecha y extrema derecha (Demócratas de Suecia, Partido Moderado, democracia cristiana y liberales) consiguió 176 escaños y el bloque centrista y socialdemócrata (compuesto por socialdemócratas y el Partido de la Izquierda, Vänsterpartiet; el Partido Verde, Miljöpartiet; y el Partido del Centro, Centerpartiet) obtuvo 173. El partido de extrema derecha, Demócratas de Suecia, obtuvo casi el 21% de los votos, convirtiéndose en la segunda formación del país, tras el Partido Socialdemócrata, que consiguió el 30%. Por su parte, el Partido de la Izquierda, donde se refugiaron una parte de los comunistas, ha moderado todavía más su discurso y ha retrocedido en las elecciones perdiendo un 20% de sus votantes: se opone a las inclinaciones belicistas de la nueva socialdemocracia que apuesta por la OTAN; mientras los verdes, que no se definen como un partido de izquierda, siguen un rumbo similar al de sus equivalentes europeos aunque se oponen a la entrada en la OTAN.

Tras ello, la primera ministra socialdemócrata Magdalena Andersson presentó la dimisión, y todo apunta a que Jimmie Akesson, el dirigente de la formación de ultraderecha, no será quien encabezará el gobierno porque no tiene el apoyo de todo el bloque conservador: la derecha intenta que el próximo gabinete sea dirigido por Ulf Kristersson, del Partido Moderado (partidario durante la campaña electoral de negociar con la extrema derecha). Sin embargo, aunque se forme un gobierno presidido por Kristersson, la impronta será de la extrema derecha. Por su parte, Andersson pretende dirigir la oposición aunque no descarta negociar con partidos del bloque derechista si estos no consiguiesen formar gobierno. La hipótesis de un gabinete de socialdemócratas y conservadores está sobre la mesa.

La ultraderecha impone su discurso: seguridad a cambio de derechos

La campaña electoral giró alrededor de la violencia en las ciudades, de los grupos de delincuentes en los suburbios y de los problemas de la inmigración: las propuestas de la extrema derecha, que consiguió imponer su visión. Graves asuntos como la crisis climática del planeta, el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, el futuro de la sanidad y los efectos de la pandemia, y los tambores de guerra de la OTAN aproximando su dispositivo militar a las fronteras rusas, quedaron en un segundo plano. Es cierto que la delincuencia ha aumentado en el país, pero está lejos de ser el principal problema de Suecia, porque aunque haya sido utilizado con habilidad por la extrema derecha los asuntos más acuciantes están en la asistencia sanitaria y el cuidado de los ancianos, en la educación, en la inflación y el aumento del precio de la energía, que puede llevar a promover la energía nuclear, y en el riesgo de que el mar Báltico se convierta en un nuevo escenario de tensión internacional. La seguridad interna ha empeorado, y Suecia y Croacia encabezan en Europa las estadísticas de muertes en tiroteos en proporción a la población, crímenes muchas veces relacionados con el tráfico de drogas y las pandillas de jóvenes que se enfrentan a las difíciles expectativas de vida en los suburbios pobres de las ciudades y la falta de empleos para ellos. En ese ambiente de preocupación ciudadana, una parte de los empresarios suecos ha financiado campañas orientadas a favorecer la confluencia de los conservadores con la extrema derecha con objeto de limitar el papel del Estado en la sanidad y la enseñanza: quieren aumentar su penetración y abrir la vía a la privatización, y para ello nada mejor que poner énfasis en la inseguridad para acaparar la atención.

En ese entorno se ha fortalecido la extrema derecha. Demócratas de Suecia, Sverigedemokraterna, fue fundado por veteranos nazis del Bevara Sverige Svenskt (BSS), con un agresivo discurso contra los inmigrantes: su lema preferido era «Keep Sweden Swedish» («Mantén una Suecia sueca») y tenía conexiones con grupos nazis de Noruega, Dinamarca y otros países. La creciente influencia del discurso de la extrema derecha, ha hecho aumentar la prevención ante los inmigrantes, pese a que Suecia sigue siendo una sociedad abierta a su acogida: Demócratas de Suecia ha llegado a afirmar que la continua llegada de inmigrantes convertiría a los suecos en minoría y después acabaría con la Suecia histórica. Con habilidad, ha ido moldeando su imagen para aumentar su penetración electoral, que en 2018 fue ya casi del 18%, y ha conseguido así un apreciable apoyo entre los jóvenes. Abiertamente racistas, en la campaña electoral ha ofrecido seguridad, prometiendo que impondría penas de cárcel más severas para los delincuentes, además de limitar la llegada de nuevos inmigrantes. Y esas arengas falsarias están contaminando todo: el camino que iniciaron los socialdemócratas daneses y fue seguido por otros, asumiendo un discurso duro contra la inmigración, que bebe de las propuestas de la extrema derecha, van unidas a un nuevo rumbo que ya no pone énfasis en la neutralidad y la paz, sino en una ilusoria seguridad de la mano de Washington. La extrema derecha, Demócratas de Suecia, apoya también el ingreso en la OTAN.

La deriva de la socialdemocracia: de la neutralidad a la OTAN

La socialdemocracia sueca rompe así con décadas de neutralidad, aunque se aproxima a la OTAN desde hace años: Suecia incluso envió centenares de soldados a Afganistán dentro de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad) la misión de la OTAN que intentaba controlar el país bombardeando y auxiliando a las tropas estadounidenses, contingente que se convirtió después en la Resolute Support Mission, RSM, con los mismos objetivos. Y en 2014 Suecia empezó a colaborar abiertamente con la Alianza militar occidental. Ahora, con la masiva presión propagandística para que Suecia se incorpore a la OTAN, sus gestores no dudan en manipular los sentimientos de la población, llegando a afirmar que más del setenta por ciento de los suecos quieren ver a su país en la OTAN, tesis que impugnan muchos analistas.

Pese a apoyar la entrada en la OTAN, los socialdemócratas suecos quieren evitar que se instalen armas nucleares o bases militares en el país, pero esas precauciones pueden tener el destino que tuvieron en España las condiciones para ingresar en la Alianza: ser violadas y abandonadas después. Sin olvidar que las turbias promesas hechas por la socialdemocracia sueca a Erdogan para que no se oponga a la ampliación de la OTAN tienen como víctimas a muchos kurdos exiliados. Suecia y Finlandia todavía no están en la OTAN, pero sus representantes ya asistieron a la cumbre de Madrid, y los ministros de Defensa participaron a mediados de septiembre en la Conferencia del Comité Militar de la OTAN que se celebró en Tallinn, Estonia. Siguiendo la deriva de toda la socialdemocracia europea, los obedientes gobiernos socialdemócratas de Sanna Marin y Magdalena Andersson se han unido a los carros de combate de la OTAN, sin aceptar que poner fin a la neutralidad sueca y finlandesa no es una buena idea y no ampliará la seguridad; por el contrario, aumentará el gasto militar y desestabilizará el Báltico, en gestos que son claramente hostiles a Rusia.

Amigo de Cuba, Olof Palme puso énfasis durante sus gobiernos en la defensa de la paz, en la ayuda a los países pobres y en el amparo de los derechos humanos, acogiendo refugiados políticos. Tras estas elecciones, tanto si se confirma un gobierno de los conservadores y la extrema derecha como si se configura un gabinete de coalición de la derecha con la socialdemocracia, el país tirará por la borda el recuerdo de Olof Palme: aquella Suecia ya no existe, y la socialdemocracia sueca progresista de aquellos años, tampoco.