Si nunca me ha gustado el DNI, ahora me produce sarpullido llevar en el bolsillo el actual carnet de identidad. Confieso que hasta que tuve que renovarlo no me enteré de que en agosto de 2021 había entrado en vigor el llamado DNI 4.0 o “documento de identidad europeo”. Es lo que tiene la edad, que el plazo de caducidad se amplía con los años y te olvidas de renovar el carnet durante toda una década. Ahora ya sé que todos los países miembros de la UE han introducido el nuevo documento para cumplir con un Reglamento de Bruselas. Supuestamente, tal y como lo vendieron en su momento, su diseño y características son comunes en todos los países de la UE, pero no es así. Todos los documentos coinciden en las especificaciones técnicas, pero no en el diseño. Aquí, por vez primera en su historia, han puesto bien claro “Reino de España” junto a la banderita rojigualda; sólo le falta el toro de Osborne.
Las diferentes cédulas personales de la UE comparten que su información está escrita tanto en el idioma de origen como en inglés, a pesar de que desde el famoso “Brexit” del Reino Unido no existe ningún país que tenga ese idioma como oficial. Según explicaron, han escogido el inglés como lengua vehicular por ser el más usado entre países miembros. Obviamente. Y no hay duda de que, si pudiese hablar, el carnet lo haría con acento yanqui y no británico.
Pero cada país ha mantenido un diseño propio y ha elegido el texto más conveniente a sus intereses. Reconozco tener envidia del carnet de la República portuguesa, la República francesa o el de la República federal de Alemania (aunque sería mil veces preferible la República Popular). Pero para presumir de nuestra República primero tendremos que conquistarla. Mientras tanto, no sería mucho pedir que el DNI hubiese continuado con un “España” a secas y sin destacar la enseña monárquica. Por ejemplo: Bélgica, Suecia o Noruega, que también son monarquías [anacrónicas, rancias y corruptas], se limitan a poner el nombre del país y omiten la forma de gobierno en el texto, además de excluir la enseña nacional.
España sí. Aquí gusta provocar. En pleno onanismo rojigualda de los casposos “cayetanos” y fachas en general; con el conflicto catalán por medio; con la monarquía llenando la crónica judicial y el chorizo del emérito fugado en Emiratos, al Ministerio del Interior le moló remarcar el carácter monárquico del emblema nacional.
Para colmo, las “Competencias sobre el Documento Nacional de Identidad” están recogidas en la Ley de Seguridad Ciudadana, es decir, la puñetera “Ley Mordaza”. De hecho, en noviembre de 2021, justo después de entrar en vigor el nuevo DNI, Unidas Podemos presentó una enmienda para que el nuevo diseño incorporase «las diversas lenguas cooficiales del lugar de residencia del solicitante en los diferentes territorios». Enmienda que ha quedado en el limbo, tras el fracaso en la derogación de la Ley Mordaza que, recordemos, era uno de los puntos estrella del pacto del Gobierno de coalición.
Lo dicho, no costaba nada dejarlo como estaba. Porque tampoco resulta muy alagador pensar en el revisionismo de izquierda que abomina de la palabra España y usa “Estado español” incluso para marcar el prefijo telefónico en las llamadas internacionales. Esos mismos que retitularían “Estado español en marcha” al poema de Gabriel Celaya, cambiarían los versos de Antonio Machado por “uno de los dos estados españoles ha de helarte el corazón” y gritarían en las manifas “El Estado español, mañana, será republicano” aunque no rime. ¿Nos imaginamos llamarnos Partido Comunista del Estado Español?
Desde luego, el ministro Grande-Marlaska nos ha dejado un DNI más tradicionalista que el original de 1951. Y lo peor es que no queda más remedio que llevar ese artefacto en el bolsillo.
— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?