El fenómeno de los incendios forestales se ha convertido en uno de los mayores problemas ambientales que sufren nuestros montes debido a la elevada frecuencia e intensidad que ha adquirido en las últimas décadas.

En el verano de 2022 tuvieron lugar dos devastadores incendios en la sierra de la Culebra. El primero se inició el 15 de junio entre los términos de Ferreras de Arriba y Sarracín de Aliste , y el segundo el 17 de julio en el término de Losancio. En total ardieron unas 65.000 ha. Se trata de los dos mayores incendios de la historia de Castilla y León, y dos de los más devastadores en España desde que se tienen registros. Cuatro personas perdieron la vida y 9 resultaron heridas.  El daño  medio ambiental y económico es incalculable. Esto llevó a primera plana una problemática que a pesar de repetirse anualmente no termina de encontrar ni la concienciación ni las respuestas adecuadas.

La situación en la que se encontraba el operativo de incendios de la Junta de Castilla y León, que mantuvo el riesgo medio durante el mes de junio -pese a la ola de calor y los avisos de la AEMET- y no declaró la época de peligro alto de incendios forestales hasta el 27 de junio, con lo que hasta ese día los operativos disponibles en dicha comunidad no llegaran al 25 % de los previstos para la época de peligro alto de incendios, provocó un amplio debate sobre la gestión de los incendios, los operativos y hacia dónde nos encaminamos en un contexto de cambio climático.

En 2023 ya se han quemado más de 40.000 ha. en España, la cifra más alta para el primer trimestre desde al menos 2006. Es la superficie quemada normalmente a finales de julio, según la AEMET, y volvemos otra vez -cual día de la marmota- a reabrir los debates, pero sin que la mayoría de las administraciones y del resto de instancias implicadas afronten el problema en toda su dimensión y tomen las medidas que las personas expertas vienen reclamando.

Los modelos científicos muestran una tendencia  a nuevos aumentos de las temperaturas máximas y mínimas,  disminución moderada de las precipitaciones, periodos de sequía más largos y frecuentes y olas de calor más largas, frecuentes e intensas. Todo esto se traduce en un estado de estrés hídrico de una vegetación, fácilmente inflamable.

La cuenca del Mediterráneo, y por lógica el Estado español, es una de las zonas más vulnerables al cambio climático según el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). Esto también nos hace más vulnerables al fenómeno de los Grandes Incendios Forestales (GIF, aquellos que afectan a más de 500 hectáreas), que han ido creciendo en proporción, son extremadamente peligrosos y muy difíciles de apagar, además de suponer un riesgo extremo y una amenaza, tanto para los ecosistemas como para los bienes y la población. En 2022 se produjeron 57 Grandes Incendios Forestales de un total de 6.816 siniestros, que quemaron el 55% del total de superficie arrasada (270.000 ha totales).

Ha quedado claro que los operativos de prevención y extinción de incendios no responden  a las necesidades actuales, sobre todo en lo relativo a la prevención. Es necesario también analizar la gestión del territorio, y en particular la gestión  forestal, para evitar la catástrofe vivida en 2022 y  las sucesivas que por desgracia se puedan producir.

De forma general podemos decir que la extinción de los incendios es exitosa en el momento de la declaración del incendio. Contamos con profesionales excelentes, de gran experiencia y eficiencia, a pesar de las en su mayoría penosas condiciones laborales (seguimos esperando la aprobación del Estatuto del Bombero/a Forestal); y en las brigadas privadas que contratan varias autonomías como Castilla y León, CCOO ha encontrado ejemplos donde los y las trabajadoras debían aportar sus propias herramientas.

Pero estas políticas centradas en avanzados servicios de extinción no resuelven el problema, hay que invertir en prevención, actuando en las causas que originan los incendios y en las que los propagan, teniendo en cuenta los efectos del cambio climático y el calentamiento global así como la acumulación de combustible en las áreas forestales.


ANALIZAR LAS CAUSAS

La realidad actual de los incendios, con esos brutales incendios de sexta generación, que conllevan intervenciones de protección civil, riegos para las personas, evacuaciones y miles de hectáreas calcinadas, es el resultado de una mezcla de causas:

Cambio climático, que trae consigo, como ya hemos indicado, sequía y olas de calor. La vegetación está más seca e inflamable y un incendio en estas condiciones es más rápido y con consecuencias más devastadoras.

Abandono rural, con el consiguiente abandono de los usos del territorio, la pérdida del paisaje en mosaico y el aumento de la superficie cubierta con matorrales y bosques jóvenes que ha elevado enormemente la carga de combustible, así como de inflamabilidad, lo que genera incendios más intensos y peligrosos.

– Aumento de la interfaz urbano forestal. El urbanismo salvaje solo preocupado del beneficio no tiene en cuenta el riesgo de incendio forestal y han aumentado de forma alarmante tanto viviendas como infraestructuras en zonas de alto riesgo, que son prácticamente indefendibles en caso de incendios.

– Relacionado con lo anterior va también el aumento de población que realiza actividades en las zonas naturales, lo que aumenta la probabilidad de inicio de incendios.

INTERVENIR EN LAS SOLUCIONES

Una vez que conocemos algunas de las causas es el momento de intervenir en las soluciones, que no son simples y que deben ir en varias direcciones:

1- GESTIÓN FORESTAL para la prevención y mitigación de los efectos de los incendios forestales.

– Favorecer el desarrollo de bosques mixtos y actuaciones de gestión forestal sostenible, recuperando los paisajes en mosaico que actúan como cortafuegos naturales frente a los incendios forestales.

– Poner en valor usos forestales y agrarios en extensivo en las zonas rurales para crear un territorio agroforestal resiliente a los incendios.

– Uso de la ganadería extensiva como aliada de la gestión forestal.

2- LUCHA CONTRA LA DESPOBLACIÓN y el abandono rural.

– El impulso de la bioeconomía rural, con una gestión forestal sostenible que preserve las capacidades productivas y los valores naturales de los ecosistemas y que conlleva la obtención de bioproductos industriales (fibras, aceites esenciales, biopolímeros como la resina, moléculas orgánicas, etc.), o la biomasa resultado de esa gestión, cuyo aprovechamiento tiene lugar en el ámbito rural, puede generar rentas y empleo que contribuyen a fijar población.

Cambio de la PAC ( Política Agraria Comunitaria), potenciando el ganado menor (ovejas y cabras) por su importancia en la gestión del combustible forestal , así como las prácticas ganaderas extensivas que aprovechan las áreas de matorral y las zonas de alto riesgo de incendios. Prioridad para las producciones agroecológicas locales, de temporada.

Al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio es posible que haya que plantear la reducción de actividades humanas en zonas con vegetación muy inflamable.

3- RESTAURACIÓN DEL TERRITORIO posterior a los incendios.

La gestión posterior al incendio es una oportunidad para obtener paisajes menos inflamables, para revisar los patrones del paisaje quemado y evitar que vuelvan a sufrir el fuego dentro de 20 o 30 años. Los incendios que se produzcan en el futuro dependerán de las medidas de restauración y gestión que apliquemos a partir de ahora.

Es básico combatir el bulo de la necesidad de repoblar de forma urgente las zonas incendiadas (está prisa suele responder en muchos casos a la presión mediática y a la existencia de fondos de emergencia que se distribuyen sin los necesarios criterios técnicos).

Lo prioritario para favorecer la recuperación de los bosques es proteger el suelo y reducir los procesos erosivos. Las primeras actuaciones de emergencia se deben centrar en frenar los procesos erosivos, controlar las posibles avenidas y posteriormente favorecer la regeneración natural de la cubierta vegetal. 

4- MODELOS DE OPERATIVOS DE PREVENCIÓN Y EXTINCIÓN de Incendios Forestales.

Las campañas de extinción de incendios deben de dejar de estar ligadas a la época estival, los operativos deben ser públicos y funcionar todo el año, combinando las labores de prevención y extinción, dando estabilidad y condiciones laborales dignas a un sector que también contribuye a fijar población en el medio rural. Insistir de nuevo en la necesidad urgente de la aprobación del Estatuto del Bombero/a Forestal. Deben contar con los recursos adecuados, personal bien capacitado y la debida coordinación con el resto de operativos de protección civil y entre los distintos operativos tanto de otras CCAA como del Estado. Una de las quejas más amargas de quienes se dejaron la piel en los incendios de la Sierra de la Culebra del año pasado, era que no podían comunicarse de forma directa y rápida con todos los operativos por no existir un sistema de comunicación compatible.  Cualquiera que haya estado en un incendio sabe de la importancia de la comunicación, tanto para hacer la extinción más eficiente como para la protección de quienes hacen una labor tan dura, cualquiera salvo quienes tienen la potestad de cambiar esta situación, por lo que parece.

El cambio de foco en la gestión del fuego que ya hemos ido mencionando, poniendo presupuesto y esfuerzo en la prevención, permitirá reducir los gastos de extinción de incendios en el futuro a medida que los paisajes, las estructuras y las personas sean más resistentes al fuego. Seguir respondiendo a cada catastrófica temporada de incendios con un gasto cada vez mayor en extinción es y será un gran error político.

(*) Área de Medio Ambiente de Izquierda Unida